domingo, 13 de noviembre de 2011

Un viaje por Malasia y Singapur 2: Voces de la calle


Del rico y diverso pasado colonial de Malaca quedaba realmente poco. Apenas un puñado de ruinas daban fe del paso de las potencias europeas por estas tierras. Destacan los restos de un fuerte portugués en lo alto de una colina, desde donde dominaban la desembocadura del río. También hay restos de la fortaleza holandesa, con sus muros de piedra volcánica roja de tres metros de espesor. En realidad queda un resto del muro junto al río y una de las puertas de entrada a la fortaleza sobre la que todavía puede verse el escudo de la Compañía de las Indias Orientales. También dejaron una serie de pequeños edificios coloniales que hoy han sido pintados todos de color rojo, dándoles un aspecto un tanto extraño: una iglesia, el ayuntamiento, la torre del reloj y la casa del gobernador serían capaces de llevarnos atrás en el tiempo si no fuese por el bullicio del tráfico que hay en esta zona.

  Pero ¿cómo es que no se les ha ocurrido quitar el tráfico de esta zona de la ciudad? Aparte de que no se puede disfrutar de los monumentos, estos corren serio peligro de conservación. Y ni te cuento lo incómodo que es moverse teniendo que esquivar una legión de coches y autobuses. Por si no fuese suficiente con estos vehículos, además tienen la colección más horrorosa y surrealista de ricksaws que he visto en mi vida....Impresionante

   Los tienen adornados con las cosas más chabacanas que uno pueda imaginarse. Completamente forrados con flores de plástico, predominando el amarillo y el rosa. Rosetas centrales que giran cuando están en marcha, guirnaldas y toda suerte de cachivaches de colorines que a uno se le pueda ocurrir para convertir un vehículo en la cosa más hortera (o kitsch que se diría ahora) que uno pueda llegar a imaginarse. Recuerdo uno que tenía sobre el techo del compartimento de los pasajeros una enorme mariquita hecha de flores, buuuffff.... no tenía desperdicio.
Pero si uno flipa cuando los ve de día, imaginaros cuando llega la noche... Siiiiiii....lo habéis adivinado, por la noche encienden una colección de lucecitas de colores parpadeantes, tiras luminiscentes cubren la estructura del carro y de la bicicleta recordando a un arbolito de navidad. Os juro que ni en la India había visto nada tan, tan hortera... y mira que ahí también les gustan las cosas chabacanas. Y para completar el disfrute de los turistas a los que transportan, llevan unos enormes altavoces conectados a una batería de coche y una radio y van atronando por donde pasan con temas pop que parecen sacados de los 40 principales de allí...buuufff, vaya tortura.

El resto de las atracciones coloniales que conserva la ciudad son una réplica de una carabela portuguesa, un molino holandés y una impresionante noria fluvial de 13 metros de altura.
Le sacan mucho partido a cuatro piedras, porque esta ciudad es la más visitada del país. Y puedo dar fe de ello pues estos monumentos están plagados de turistas, tantos que hasta agobia moverse por allí. Predominan los chinos y los singapurenses, y enormes grupos de escolares. Los chicos por un lado y las chicas por otro. Ellos con sus uniformes y ellas con el capuchón que les tapa el pelo y los hombros (hiyab), porque este es un país musulmán y aunque moderado, la inmensa mayoría de las mujeres lleva el pelo cubierto, las musulmanas claro, os recuerdo que hay muchísima población de India y de China y estos llevan otro estilo.

Cae la noche y parece que todos quieren hacerse oír, el muecín de la cercana mezquita empieza a cantar su llamada al rezo. La iglesia cristiana hace repicar sus campanas, pero por encima de ellos se impone la voz de los pájaros. Miles y miles de ellos vienen a pasar la noche a las copas de los enormes árboles y el estruendo que forman es ensordecedor, impresiona que puedan hacer tantísimo ruido, y os juro que no exagero en absoluto.
La noche también trae el mercado nocturno que se extiende por Jalan Hang Jebat, la principal calle del barrio chino. Cientos y cientos de pequeños tenderetes se agolpan a los lados de la estrecha calle, ocultando las fachadas y portales de los históricos edificios que forman este barrio. Miles de personas transitan la calle en busca del chollo, de la cena o simplemente hacen como nosotros y van a cotillear. Hay muchísimos puestos de cachivaches y de cosas inútiles, pero hay unos puestos de comida que tienen una pinta deliciosa. Y claro ¿para qué hemos venido? pues para probar todo esto ñam, ñam...

O sea que esa noche toca cena de picoteo, unas bolitas rellenas de pulpo, setas rebozadas, una especie de tortillitas de verduras y gambas, extraños helados de hielo rallado sobre el que ponen crema de coco, de durian, cacahuete molido, una especie de fideos gelatinosos de color verde y todo lo que a uno se le ocurra. Estos helados se llaman Cendol.  Hay cosas con muy buena pinta, otras todavía no me atrevo a probarlas, necesitaré un poco más de tiempo para aclimatarme.
En los bonitos edificios históricos que componen la calle hay centros sociales y algunos están abiertos. A través de sus grandes puertas abiertas podemos ver que en unos están practicando taichi, en otro están impartiendo clases de salsa y al final de la calle vemos que todavía hay más gente y más bullicio ¿qué habrá allí?

El escenario del concurso a la mañana siguiente
Llegamos y resulta que hay un gran escenario sobre el que se está celebrando un concurso de culturismo. Parece ser que es parte del campeonato del mundo, están eligiendo al campeón de Asia, hay representantes de varios países asiáticos. Uno cuando oye hablar de los asiáticos se los imagina delgaditos y poca cosa ¿verdad? Bueno, pues eso es una verdad a medias. Porque sí, haberlos los hay, pero aquí hay una cantidad de obesos que ni te lo imaginas. Pero lo de los culturistas impresiona, porque aparte de los tremendos tíos pintados de dorado que se contorsionan y exhiben en lo alto del escenario para gozo de las damas, resulta que entre el público hay docenas y docenas de tíos cachas de cuello de toro, enormes espaldas y pectorales perfectos que se marcan perfectamente en las ceñidísimas camisetas que aprisionan sus cuerpos, a punto de estallar por la presión de biceps tan grandes como mis muslos.
Cuando seguimos paseando vemos que hay dos grandes gimnasios con unas grandes estatuas de culturistas en la fachada, por lo que adivinamos que son ellos los organizadores del campeonato.

 Al día siguiente nos dedicamos a recorrer tranquilamente el barrio chino. Respiramos su atmósfera tranquila, nada que ver con el bullicio del mercado nocturno, y aunque hay tráfico en sus calles se puede pasear relativamente tranquilo y la majestuosidad de sus casas históricas y sus importantes templos taoistas nos contagian una especie de tranquilo bienestar. Se está muy a gusto.

  Entramos en sus templos, nos dejamos cautivar por el olor del incienso en los altares de los dioses y en los altares de los seres queridos que ya no están. Contemplamos su exquisita arquitectura, sus puertas labradas, las incrustaciones nacaradas de sus muebles, los remates de los tejados formando figuras con piezas de cerámica.

Probamos la comida Baba-Nonya, la cocina criolla de los  llamados "chinos del estrecho". Los Baba-Nonya son los descendientes de los primeros chinos que llegaron a la ciudad con los indígenas del lugar y tienen una cocina propia, que incorpora elementos de la cocina china y de la malaya.












Vestido tradicional de novios

 El ambiente es tranquilo, el lugar rezuma historia,  la gente amable y sonriente, muy amigable y me viene a la cabeza un fragmento escrito sobre esta ciudad:

     
"Comenzamos escuchando las voces de los lugareños.
     Escuchamos las calles de la ciudad mientras
     tratábamos de descubrir rincones escondidos y callejones abandonados. Escuchamos casas y templos,
     ruinas y cementerios. Hasta los murmullos y suspiros de los espacios vacíos. Escuchamos en cada
     esquina, a cada paso. Lo vivo y lo muerto. El pasado y el presente. Con la esperanza de que la historia de un lugar tan extraordinario y de su gente pudiera ser narrada. Y les oímos hablar"

Fragmento de Malacca: Voices from the streets, de Lim Huck Chim y Fernando Jorge

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