domingo, 20 de octubre de 2013

UN VIAJE A NEPAL: 4 UNA VIAJERA DEL TIEMPO



Estaba disfrutando mucho con el viaje en aquel destartalado autobús local. No por la comodidad ni por la lentitud con la que se movía por aquella tortuosa carretera, sino porque me permitía estar muy en contacto con la gente local, paraba en todos los pueblos, subían y bajaban constantemente personas y vendedores de agua y de comida para picotear. Me gustaba jugar cada vez que subía alguien al autobús a adivinar qué tipo de vida tenía y cuál era el motivo de su viaje.
    
Las carreteras en Nepal son malísimas y el transporte es muuuy lento...no hay que dejarse engañar por las distancias, pues si te dicen que tu destino está a por ejemplo 150 kilómetros sabes que vas a necesitar al menos 5 horas para llegar hasta allí.

   Mi nuevo destino de camino a Katmandú era la ciudad de Bandipur. Una ciudad en lo alto de una montaña a 700 m. sobre el fondo del valle del río Marsyangdi. Allí en lo alto, la ciudad ha quedado durante muchísimo tiempo a salvo de las hordas de turistas y el hecho de estar tan apartada ha sido un factor clave en que la ciudad haya permanecido bastante intacta a los cambios de los tiempos. Antaño fue un importante enclave en la ruta de las caravanas entre India y Tibet, pero con la construcción de la carretera entre Katmandú y Pokhara, fue perdiendo importancia y cayendo en el olvido.

  Su magnífica arquitectura de estilo Newari fue deteriorándose con el paso del tiempo, pero en los últimos años se dicidió abrirla al turismo y muchos de sus edificios históricos han sido reconvertidos en hotelillos familiares que conservan todo el encanto de los años de esplendor de la ciudad. El ambiente es muy tranquilo, es un pueblecito de montaña al que sólo se puede llegar tras subir una empinadisima carretera no apta para cualquier vehículo ni practicable durante la estación de los monzones. En sus calles no está permitida la circulación de vehículos por lo que es muy agradable para pasear o sentarte en una terraza a mirar a la gente.




      
También es un excelente mirador sobre los Himalayas, y aunque las nubes los ocultan una vez más, de vez en cuando se disuelven un poquito y puedo ver las cumbres del Dhaulaghiri, el Manaslu y los Annapurnas. Las vistas sobre el valle son tremendas, las laderas completamente revestidas de bosques, el gran río Marsyangdi abriéndose paso entre verdes campos y pastizales y en el horizonte la imponente mole de los Himalayas...sería un buen lugar para estar unos cuantos días tranquilito, sin nada que hacer excepto pasear por sus montañas y disfrutar de los preciosos cielos estrellados con los que el cielo nos obsequia cada noche.


     
Como es un sitio tan pequeñito en seguida te relacionas con los otros viajeros, conozco a dos chicas chinas muy majicas, una es azafata de una aerolinea y la otra es profesora, son muy divertidas. También a unos ingleses con los que comparto hotel pero los que más me impactan son Soha y Somaye, una pareja de iraníes realmente majos. Llevan 17 meses viajando, salieron de Irán y con sus bicicletas han ido recorriendo todas las repúblicas de Asia central hasta llegar a Pakistán, India y ahora Nepal. En estos 17 meses el banco donde tenían sus ahorros quebró y bloqueó su cuenta por lo que se han visto obligados a viajar sin dinero durante 7 meses, pero se han dado cuenta de la tremenda libertad que han conseguido al poder viajar sin dinero. La hospitalidad de la gente con la que se van encontrando ha hecho que apenas tengan que utilizar su tienda de campaña porque siempre hay alguna familia que los acoge y les da alojamiento y la cena ¿quién podría resistirse a la enorme simpatía de esta pareja y al magnetismo que irradian? Tienen un proyecto para recaudar fondos que entregan en las escuelas de los pueblos por los que van pasando. Si alguien está interesado en colaborar o simplemente en echar una mirada a lo que van haciendo os dejo aquí la dirección de su página web: http://www.dreammakers.co    Parece ser que al final pudieron recuperar su dinero. En cierta forma me dan envidia, son unos auténticos nómadas de la vida.


   
Uno de los días que estoy en Bandipur decido ir a visitar la Siddha Cave, una cueva bastante importante que hay en la ladera sobre la que se asienta el pueblo. Tras una tremenda bajada cubierta de jungla y en la que abundan extraños insectos como escarabajos, arañas, grandes mariposas y donde también puedo ver grupos de monos langures grises alimentándose de las hojas de algunos árboles, llego a la boca de la cueva.
Es una cueva bastante profunda, difícil de andar y peligrosa ya que está llena de pozos y de grandes agujeros por los que sería bastante fácil caerse. Hay techos que están a 25 metros de altura, y en muchas de sus paredes duermen los murciélagos. A diferencia de otras cuevas que suelen ser frías, en esta hace muchísimo calor húmedo y no dejo de sudar como un tocino, hasta cuesta trabajo respirar.


      
A la salida me encuentro con Soha y Somaye, los iraníes, que también han venido a visitar la cueva. Como no llevan luz les regalo mi frontal para que no se pierdan allí dentro, yo ya no lo necesitaré, en pocos días estaré de vuelta a España pero ellos tienen un largo viaje por delante, no tienen fecha prevista para volver a su país, se sienten libres y no conciben otra forma de vida, no en este momento.
Después ya de vuelta en el pueblo vuelvo a escuchar a una pareja hablando en español y no puedo resistirme a charlar un poco con ellos. Son Leyre y Jesús, de Pamplona, pasamos un buen rato intercambiando nuestras impresiones sobre el país al amparo de la riquísima cerveza nepalí. Tienen contratada una furgoneta y sitio de sobras y mañana van a Katmandú al igual que yo, puede que me vaya con ellos si el chófer no pone objeciones.


   
Por la tarde me voy a visitar una granja de gusanos de seda que hay por los alrededores del pueblo. La gente se extraña mucho de verme por esos caminos por los que no se adentran los turistas. Al final consigo encontrarla pero está cerrada. No hay nadie por allí pero puedo entrar y ver através de las ventanas abiertas de las naves los miles y miles de gusanos blancos alimentándose sobre lechos de hojas. Las naves son de yeso blanco y las camas de los gusanos son de tres niveles. Mientras los contemplo pienso que me hubiera gustado llevarme huevos para criarlos en España, como cuando éramos niños. Me trae buenos recuerdos aquellas tardes en las que íbamos a buscar las hojas de morera. Ver su voracidad comiéndose las hojas frescas y lo rápido que engordan y crecen. La magia de ver cómo tejían el capullo y la sorpresa de ver el color de la seda, blanca, amarilla o la mayoría de las veces, anaranjada. Y luego la transformación en mariposas..

     
Mientras pensaba esto apareció un grupo de mujeres que precisamente eran las encargadas de darles de comer a los gusanos. Son las encargadas de ponerles nuevas hojas. Me dicen que me vaya con ellas y puedo ver el proceso, cómo van amontonando ramas frescas sobre los lechos y cómo los gusanos van subiendo a alimentarse mientras abajo se quedan las hojas más o menos comidas y los excrementos. Pero cae la noche y debo irme, no quiero perderme por esos confusos caminos. Hay miles de estrellas y en algunas casas puedo ver los fuegos de los hogares.
Quedo con Leyre y Jesús y decido que me iré con ellos a Katmandú. También aparecen Soha y Somaye que nos cuentan muchas anécdotas de su largo viaje por Asia central. Son unos tíos muy libres, con las ideas muy claras, viviendo libres como pájaros, cada día es una aventura para ellos, sin comodidades, dispuestos a vivir lo que les toque. Me encantan.

  
La última mañana vuelvo al mirador de Tundikhel para ver por última vez los Himalayas desde tan cerca. Hay un mar de nubes abajo engullendo el valle. En un momento se me echa la niebla encima, dándole un aspecto fantasmagórico a todo lo que me rodea. Las 5 enormes higueras que rodean la explanada cobran un aspecto irreal, difuminadas bajo esa luz. Son magníficas, parece un paisaje sacado de otro lugar. Al final se abre un claro y puedo ver unas cuantas cumbres ahí mismo, sobresaliendo del mar de nubes. Allí en su altura, los gigantes de 8.000 metros se ven inmaculados, resplandeciendo en blanco y azul. Adiós Himalayas, me gustaría volver alguna vez aquí.

    
    
Luego me voy a buscar a Leyre y Jesús para volver a Katmandú. Tienen una enorme furgoneta, comodísima e incluso con aire acondicionado, igualita que el autobús local jajaja... Al principio el viaje es muy cómodo, pero poco a poco la carretera se va haciéndo más tortuosa. Leyre está un poco mala y lo pasa mal durante el camino. Luego encontramos un gran atasco. No sé muy bien por qué, la carretera más importante del país está cortada y avanzamos muy de poco en poco. Andamos 2 minutos y pasamos 10 parados. Vamos parando continuamente. En una de las paradas voy a mear y mientras lo hago veo que la planta que tengo al lado es una planta de marihuana de unos 4 metros de altura. Recuerdo que vi marihuana durante el trekking de Ghorepani, pero no sabía si era cultivada o salvaje. Ahora tengo la respuesta, hay muchísima maría por las laderas.


   
Cojo unas cuantas hojas y se las enseño a estos chicos, nos reimos, la guardaremos para fumarla a ver si pone. Más adelante en otra parada vuelvo a encontrar más plantas y algunas estaban cortadas y con la hoja ya seca, lista para ser fumada. Veo claro por qué les gustaba tanto a los hippies de los 70 venir a Katmandú. Además del exotismo del país, de su misticismo, de su cultura, de su colorido y del buen rollo de sus gentes, había un motivo más: tenían toda la marihuana que quisieran gratis. Como para no quedarse aquí una buena temporada..

  


   
Finalmente llegamos a Katmandú, ya estoy de vuelta en la gran ciudad, con sus ruidos, su tráfico y su contaminación. Pero yo no me quedo aquí, voy a coger un autobús para irme a Bhaktapur, una de las 3 ciudades imperiales que había en el valle junto a Katmandú y Patán y que todo el mundo me ha dicho que es la más bonita y mejor conservada de las tres. Me despido de estos chicos, ellos vuelven a España antes que yo, su vuelo sale al día siguiente. Espero volver a verlos pronto, Pamplona está tan cerca de mi ciudad...

 A pesar de que Bhaktapur está a tan sólo 13 kilómetros tardamos una hora en llegar. No me extraña, vamos parando en todas partes y el autobús hasta nos lleva a echar gasolina. Empiezo a estar cansado, la parte final del viaje se me está haciendo muy pesada.


    
¿Y qué decir de Bhaktapur?
Impresiona. A mí me enamoró a primera vista. Sólo entrar en la Plaza Durbar me hizo cambiar el ánimo. Era espectacular. La concentración de tantos templos y palacios tan bien conservados y la amplitud de la plaza dan la sensación de entrar a un lugar de otra época. Todo esto podría ser un auténtico museo de arquitectura religiosa al aire libre. Las puertas de bellos e intrincados repujados, las tallas de madera rematando vigas, postes, cornisas, las celosías de complicados motivos geométricos cubriéndo balconadas y ventanas... pero es que además...todo está vivo. La gente pasea y hace su vida  a los pies de estás maravillas arquitectónicas. Los hacen suyos y los revisten de vida cotidiana. El conjunto es irresistible a la vista.


   
Además de los monumentos, sus calles serpenteantes de suelo adoquinado, te introducen por las fachadas de ladrillo rojo antiguo de las casas, por los frisos y aleros que rematan sus paredes, por sus fuentes y plazoletas. Meterte en sus calles es como estar en un cuento. A los lados de las callejuelas,  los bajos de las casas están rebosantes de micro negocios. Los patios comunales de madera están repletos de señores sentados tranquilamente, descalzos, relacionándose y hablando de sus cosas, con sus gorros nepalíes, sus miradas profundas y curiosas y su educación para devolverte siempre el saludo. Parecen sacados de otra época. En otros patios hay grupos de mujeres, muchas hacen punto y ganchillo, otras le dan el pecho a sus niños y otras extienden el grano de maíz a secar. Los niños corretean o juegan a las canicas.
  
Sigues la calle y llegas a templos que apabullan, con sus tejados en varios niveles de los que cuelgan campanillas que suenan cuando las mece el viento. Sus vigas y tirantes bellamente adornados con tallas de madera de hermosas figuras y dioses, escenas del kamasutra o cornisas adornadas con tallas de cabezas de animales. Sus escalinates flanqueadas por grandes esculturas de dioses o animales totémicos.
Abajo están las figuras en los altares, donde siempre habrá algún devoto haciendo sus ofrendas o sus plegarias, poniendo lamparillas o untando a sus dioses con la roja tika, al tiempo que hacen sonar una campana para que los dioses sepan que les han hecho una ofrenda.
Y te vas perdiendo por las callejuelas serpenteantes y te vas dejando contagiar por la magia del lugar. Es una auténtica ciudad medieval, una reliquia del pasado, un recuerdo de cómo era la vida aquí hace unos siglos.

    
En una plaza los alfareros crean sin parar jarras, huchas y otros cacharros que unas cuantas mujeres van extendiéndo de una forma ordenadísima, ocupando todo el espacio de la plaza, para que se sequen al sol. En otra parte de la plaza hay hornos al aire libre donde cuecen el barro en hogueras alimentadas por paja. Es una imagen de tiempos pasados.
Me sigo perdiendo. La ciudad está salpicada de pequeños estanques de abastecimiento de agua con sus típicas escaleras o ghasts donde las mujeres bajan a lavar la ropa. También está lleno de fuentes comunales donde mucha gente se abastece de agua llenando enormes jarras metálicas para llevarlas a sus casas. Se nos olvida nuestra cómoda vida y que somos unos privilegiados. Hay mucha más gente en el mundo que no tiene agua corriente de la que sí que la tiene. Nosotros abrimos el grifo y ahí fluye, todos los días, a cualquier hora, sin hacernos preguntas de cómo ha llegado hasta ahí. Qué pedazo de invento..
Pero aún hay más sorpresas. La ciudad está llena de pozos de agua. Hay todo un sistema de abastecimiento através de pozos. Cada pocas calles puedo ver a la gente sacando el agua mediante cubos o garrafas de plástico. Son impresionantes. Me asomo a uno, me da vértigo. El agua está muy, muy abajo...a unos 30 metros de profundidad. Ver semejante agujero, tan estrecho, de ladrillo rojo recubierto por musgo y el agua reflejando el cielo allí abajo produce bastante vértigo. Se acerca una anciana para sacar agua. Lleva una garrafa de agua recortada. La deja caer atada a la cuerda. Comienza a subirla, la cuerda es interminable y la carga pesada. Cuánto trabajo para sacar tan sólo un cubo de agua.
Da miedo sólo de pensar que te cayeras, porque si no te matas del golpe te mueres de miedo allí abajo, en la oscuridad del agua fría, mirando en la negrura a un puntito de luz allá en lo alto esperando a ver si alguien te ayuda a salir....buuuuffff....
     
Casi todas las fuentes también tienen altares dedicados a alguna de las múltiples deidades y la gente hace sus plegarias y ofrendas al mismo tiempo que van a buscar el agua.
En su momento de esplendor Bhaktapur tuvo 172 estanques y 132 pozos, pero en 1934 un gran terremoto destruyó gran parte de ellos además de muchísimas casas y algunos templos que no se volvieron a reconstruir. No me imagino la belleza de este sitio en su época dorada. Pasó de ser la ciudad más prospera del valle a ser despojada de su rango y convertida en ciudad de segunda cuando el sultán que unificó los 3 reinos en uno trasladó todo el poder a Katmandú.
Paseo, los carpinteros tallan la madera en los patios de las casas, las señoras tejen, la vida se hace de cara a la calle. La música y los tambores inundan la ciudad. A cada poco tiempo te encuentras a alguien tocando música, un grupo de hombres mayores tocan percusiones metálicas e instrumentos de cuerda en la puerta de los templos, jóvenes que recorren las calles tocando en plan batucada pero de estilo hinduista, un concierto de sitar y tabla en la terraza de algún hotel, alguien que toca la guitarra en un rincón...y las innumerables tiendas de discos con sus altavoces hacia la calle poniendo la banda sonora de la ciudad con deliciosos temas de chill out hindi, fussión nepalí o tibetana con ritmos modernos e incluso trance.
   
Es el broche de la ciudad, la música inunda las calles. Incluso veo un festival en la Plaza Durbar, con actuaciones musicales y danzas folclóricas. He llegado a uno de los numerosos festivales que se celebran en esta ciudad.
Cae la noche, las calles casi a oscuras, como las conocieron sus antepasados anteriores a la luz eléctrica. Las calles rebosan de vida, el espíritu de esta ciudad es alegre, los niños corretean y juegan a las canicas en las plazas, la gente charla animadamente en los patios de madera. Aquí no hay apenas tráfico, sólo pasa alguna moto de vez en cuando. En la oscuridad brilla el fuego, las lámparas y pequeñas hogueras junto a los dioses de los templos hinduistas ponen un poco de luz a la noche. Luego, cuando la música cesa, los grillos y los ladridos de los perros se hacen dueños de la noche mientras las campanillas de los templos titilean con la brisa.
Hacía tiempo que una ciudad no me había impactado tanto.. ha sido como encontrar un tesoro, una joya, una reliquia del tiempo. Igual que me pasó en Fez, en Marruecos, me he sentido totalmente desplazado a la Edad Media.
Todo un hallazgo. Si fuera un hippie de los 70 buscando la inspiración, ya sé donde la habría encontrado. Bhaktapur, una viajera del tiempo...Por cierto, la maría silvestre si que pone.