viernes, 30 de noviembre de 2012

Objetivo Birmania 7 : Vuelven las grullas




Junto  a una de las orejas del gran Buda

     Había un par de nuevos y enormes ojos en el interior de su cabeza, esperando a ser colocados. Eran los ojos más grandes que había visto nunca y a su lado me sentía diminuto. Tenía la cabeza hueca, al igual que el resto del cuerpo y ahora yo estaba allí dentro recorriéndolo. Estaba dentro del buda gigante de Mawlamyine, una tremenda figura de un buda tumbado de nada más y nada menos que 176 metros de longitud, grande como una montaña. Estaba cansado ya de ver tanto buda y tanta pagoda, pero este era distinto, era algo especial y curioso, una cosa digna de ver.




      Había negociado un mototaxi para ir hasta allí, 25 km. al sureste de la ciudad. En el camino atravesamos amplias zonas acuarteladas, a pesar de ser un país bajo el mando de una junta militar hasta ahora no había visto cuarteles y apenas militares o policías. Deben ir de paisano porque apenas ves a ninguno, ni siquiera en las grandes ciudades. Luego el paisaje se volvió realmente espectacular y empezaron a surgir grandes rocas monolíticas verticales, cual islas en la pradera. Me recordaban a la Halong Bay de Vietnam o a la zona de Krabi en Tailandia. Hubiera seguido recorriendo esta zona pero ya llegamos a nuestro destino.

Apenas sales al desvío, que junto a la carretera hay un curioso monumento, una fila de estatuas de monjes budistas te acompaña durante todo el camino. Hay cientos, mejor dicho, miles de ellos, de unos 3 metros de altura, con su túnica y su característica cacerola negra con la que todas las mañanas salen en fila a pedir limosnas y comida. Luego cuando crees que la fila de estatuas termina, pasas con la moto por debajo de una de las típicas puertas-puente que suelen conducir a los sitios sagrados y ves que en realidad la fila de estatuas de monjes continúa por encima de esta puerta y sigue por el bosque de la derecha, perdiéndose a lo lejos. Es tremendo, supongo que todo el recinto está rodeado por esta fila de estatuas, miles y miles de ellas. Y esto te hace volver a preguntarte quién paga todo esto...
Porque los birmanos, dentro de su gran pobreza dan dinero todos los días para sufragar y mantener los miles de templos y pagodas que hay a lo largo y ancho del país. Encontramos constantemente los puestos para pedir limosna por doquier. En mitad de las carreteras, por las calles, en procesión recorriendo tiendas y casas... los beatos limosneros hacen sonar las monedas dentro de los cuencos plateados que portan, reclamando a la población más dinero para buda y sus seguidores. Doscientos metros más allá otro puesto limosnero, quinientos metros más allá otro... son insaciables... Por cierto, hacen sonar las monedas dentro de los cuencos, pero en realidad en este país no hay monedas. Sólo funcionan con billetes, es el primer país que veo en el que no hay monedas.

Luego aparece el gran buda, inmenso, colosal, recostado sobre la ladera de una montaña, rodeado de selva por todas partes. Cuando te vas acercando te das cuenta de que todavía es más grande de lo que parecía en un principio y la gente que anda a su lado parecen hormiguitas. Menuda obra faraónica.  Y cuando me aproximo a verlo más de cerca es cuando me doy cuenta de que está hueco y puedes entrar en su interior y ahí es cuando todavía me asombro mucho más, pues el interior está lleno de salas y pasadizos que te van conduciendo a lo largo y alto de la enorme figura.

 
Los Nats, los ángeles o espíritus guardianes birmanos
     En las salas que voy encontrando han recreado distintas escenas de la historia del país y de los textos sagrados utilizando fondos decorados y estatuas de tamaño real. Hay representadas escenas de nacimientos reales, de reyes y concubinas, de ángeles orientales, de batallas con elefantes, de grandes demonios cociéndo a la gente en grandes calderas y ensartándolos como pinchos morunos, es impresionante, tétrico y de gran realismo. La verdad es que impacta mucho porque además no me lo esperaba esto, nadie me lo había contado y en la guía sólo hablaba brevemente sobre el tamaño del buda, nada más.
Por eso mientras me voy internando por el laberinto de pasillos y de salas me voy sorprendiéndo cada vez más y más con las dimensiones de la figura y de todo lo que contiene en su interior. Hay escenas de gran realismo y además puedo ver que está inacabado y que cuando terminen de decorar su interior va a ser aún más espectacular.
Vagabundeo por los pasillos, subo y bajo escaleras que me van llevando a nuevas zonas aún sin terminar.





 Puedo contar cinco pisos de altura en su interior por los que me he ido moviendo pero no estoy seguro de que no haya más pues mi recorrido ha sido un poco anárquico y hay zonas con más altura, como los hombros y caderas y otras con menos, como la zona de las pantorrillas.






       Muchas salas están en penumbra y las estatuas de yeso blanco aún sin colorear tienen un aire muy siniestro. Estoy solo, perdido en alguna zona del interior del buda, en penumbras y rodeado de estatuas de aire amenazador... realmente da un poco de miedo estar aquí.
Una vez en el exterior veo que al otro lado del río, en la montaña de enfrente, han empezado a construir otro buda gigante con las mismas dimensiones. La estructura de hormigón empieza a tener la forma de otro buda recostado, simétrico al que me encuentro. Cuando esté terminado la imagen será impresionante, se convertirá en un lugar turístico de primer orden, de lo más visitado del país.


     Pero de momento apenas hay algunos paisanos y los turistas nos dejamos caer con cuentagotas por aquí. Es todo un descubrimiento de lugar. Cuando se lo cuento a mis amigos suizos con los que me voy encontrando ultimamente se arrepienten de no haber visitado este lugar y haber pasado el día viendo otras cosas menos espectaculares.
Disfruto el resto del día paseando por los tranquilos rincones de la ciudad colonial. Recuerdo que cuando  llegué a Mawlamyine me pareció que todo estaba un poco lejano y que tenía una configuración extraña. Ahora me parece una ciudad deliciosa, llena de sorpresas y con un aire melancólico.  Se está muy a gusto aquí, me quedaría unos cuantos días más y me dedicaría a vagabundear por los alrededores, aun no me he ido y ya siento nostalgia... Pero no puede ser, en dos días tengo que salir del país y volver a Tailandia a coger mi vuelo de regreso a España, o sea que tengo que volver a Yangón a buscar mi vuelo de conexión.


        La vuelta a Yangón me saca del aire de paz y tranquilidad que llevaba respirando durante los últimos días. Vuelvo a la gran ciudad y me encuentro a mí mismo sorprendido ante la intensidad y la vida que rebosa . La cojo con más ganas que cuando llegué aquí al principio del viaje y me voy a explorar zonas desconocidas. Ahí me encuentro con el lujo, con zonas residenciales de alto standing, el distrito de las embajadas, de los hoteles 5 estrellas, discotecas y bares de diseño. Un lujo que no había visto la otra vez que estuve en la ciudad y que contrasta enormemente con la miseria que se extiende por otras zonas de la ciudad donde la gente vive y duerme en las calles, sin apenas posesiones y creando su hogar bajo un toldo o junto a un muro donde cuelgan sus exiguas pertenencias. Pero incluso entre los sin techo hay categorías y hay unos niños viendo una película en un dvd portátil conectado con unas pinzas a una batería de coche. Aquí reparto los últimos bolígrafos y lapiceros de colores entre los niños. Es increíble la cara de alegría que se les pone por unos pocos lapiceros. En España los niños tienen absolutamente de todo pero todo les parece insuficiente y no aprecian la abundancia de la que disponen.


       Esther, que sabe de las penurias que pasa mucha gente, se trajo media mochila llena de ropa, juguetes y zapatos que su hija ya no puede usar e hizo felices a muchas, muchas niñas. Era para ver esos ojos... radiantes de felicidad al recibir los, para ellas, sus nuevos zapatos. También era emotivo ver los ojos de Esther, con una mezcla de felicidad y nostalgia al entregar la ropa de su hija, esa ropa para ella cargada de un valor sentimental, una etapa de la vida de su hija se quedaba allí en el pais y se convertía en un preciado regalo para niños desconocidos. Qué grande eres, tía...grande de corazón..


    Yangón se me aparece una ciudad fascinante y a pesar de sus miserias, de sus rincones pestilentes y rebosantes de basura, de su legión de perros callejeros que viven, crían y mueren en sus aceras, de sus calles salpicadas de escupitajos rojos de betel, de sus mendigos, de sus atronadores bares ocultos, de las camionetas abarrotadas de gente, de sus restaurantes callejeros alrededor de una mesa y cuatro banquetas mugrientas, de repente me doy cuenta de que bajo la bóveda de los árboles que la abrazan, la ciudad brilla con una luz especial que ya quisieran para sí ciudades con más renombre. Es el brillo de su gente, su buen humor, la sonrisa que proviene de esas caras maquilladas con la thanaka, la luz de esos ojos tan vivos, la dignidad para afrontar la vida de una manera sencilla cuando las circunstancias no son fáciles.

        
      La ingenuidad para reirse sonoramente al contemplar una telenovela birmana, la fuerza de esos cuerpos musculosos que no le temen al trabajo duro y penoso. Son gente curiosa los birmanos y a pesar de ser un país tan sumamente pobre tienen algo que nosotros en Europa hace tiempo que perdimos, la alegría de vivir. Y observándolos descubro que me he enamorado  de este país, el país de las mil sonrisas, el país donde los hombres llevan falda y los niños te saludan como si fueras una celebridad. Te hacen sentirte a gusto esta gente..


    
     El último día en el país lo dedico a recorrer a fondo el enorme mercado de Bogoyke Aung San para buscar y comprar algunas de todas aquellas cosas que fui viendo durante el viaje pero que no quise comprar por no tener que acarrearlas durante todo el camino. Me arriesgué a comprarlo todo aqui aunque fuese más caro y hubiera menos variedad para elegir, sobre todo me acordaba de las fantásticas tallas de madera que estuve viendo en Bagan y que tan a puntísimo estuve de llevarme en su momento ante el temor de no volver a encontrar nada igual. Pero me salió bien la jugada y en vez de una talla de madera me llevé tres, quizás no tan elaboradas ni de tanta calidad como las de Bagan, pero suficientes para mí.

 
    El precio no lo digo porque me da la risa. La próxima vez me envío un cargo porque este país tiene auténticas maravillas, los artesanos y artistas son buenísimos, pintores, músicos, escultores...levantas una piedra y encuentras algún artista. Lo único es que no sabría donde meter todo esto. Necesitaría una casa enorme, bueno, quizás cuando sea millonario algún día..

La tarde la paso en la Shwedagon Paya, la gran pagoda de la ciudad y nuevamente me dejo hechizar por su ambiente. La verdad es que acaba uno harto de tanta religión y tanto budismo. De tanto monje y tanta estupa y me da pena que esta gente tan estupenda esté tan manipulada por la religión y su vida gire en torno a ella, obsesivamente. Y aunque hay mucha gente que crea que no, yo pienso que el budismo es tan dañino para la gente como los fundamentalismos cristiano y musulmán. Se aprovechan igualmente de la gente. Mantener a los cientos de miles de monjas y monjes de este país, sus incontables templos y la codicia de la junta militar han empobrecido tremendamente al país que por otra parte se ve fértil, rico y lleno de recursos. Quizás algún día el pueblo diga basta.


     Después de casi un mes en Birmania la vuelta a Bangkok a coger mi vuelo me parece un puro trámite.
La encuentro una ciudad gigantesca y tremendamente ruidosa. Y aunque sé de sobras que es una ciudad fascinante, con multitud de ambientes y de cosas interesantes para ver y hacer, en este momento se me antoja bastante inhumana. Un entorno hostil para las personas ¿Será por esto que encuentro tanta diferencia entre los birmanos y los tailandeses? ¿O será porque aquí ya están excesivamente contaminados por el turismo de masas y los visitantes ya no encontramos aquí esa sensación de calidez  y hospitalidad con la que te reciben los birmanos?
No lo sé, pero a pesar de sus encantos, como enorme ciudad que es, Bangkok en este momento me parece una ciudad hostil, la ciudad de Blade Runner, prototipo de ciudad del futuro, inmensa, ruidosa, contaminada, plagada de tráfico, surcada por autopistas urbanas que cruzan la ciudad por las alturas, por encima de nuestras cabezas, sobre pilonas de hormigón, sin zonas verdes y distancias tremendas, sólo amenizadas por los puestos de comida callejera y la multitud de tiendas que se extienden por la ciudad, el inmenso mercado al aire libre.

   
       Es noviembre y es luna llena. Hoy celebran el Loi  Krathong, el festival de las luces y de los espíritus del agua. Es la noche donde la gente hace sus ofrendas al río y pide sus deseos y a su vez se desprende de las cosas malas, de los malos pensamientos arrojándolos al río para que sus aguas se los lleven lejos y sus vidas sean más felices. Los barcos ornamentados con miles de lucecitas como las de navidad ya estaban preparados ayer en los distintos puertos fluviales a la espera del gran desfile que recorrerá el río Chao Praya y los loi khom o globos de papel con una vela dentro a modo de linterna volverán a surcar los cielos de todo el país, dándoles un aspecto mágico. Las ofrendas florales y las lamparillas volverán a flotar aguas abajo llenándo con más luz incandescente la superficie del río.

 
    Realmente será una noche mágica, pero ya no estaré aquí, por apenas unas horas no la voy a ver, pues mi vuelo es esta mañana.
Qué casualidad, cuando viene a Tailandia por primera vez en 2008, llegué precisamente la noche del Loi Krathong y hoy, 4 años después, me voy del país el día en que vuelve a celebrarse... Adiós Bangkok, hasta otra ocasión, sé que volveré a recorrer tus calles.



     A la vuelta el cielo me hace un gran regalo. No hay apenas nubes y puedo contemplar Birmania desde el aire, sobrevolamos Mawlamyine, con sus selvas interminables, donde el agua se desborda en incontables hilos creando bellos dibujos solo visibles desde el avión.  Luego la devastación, hay enormes zonas del país completamente deforestadas, se aprecia el sistema radial mediante el que avanza la tala de los bosques, que han sido sustituidos por gigantescas parcelas de cultivos.
Luego un gran regalo. Sobrevolamos el gran río Ayeyarwady, el padre del país, y puedo apreciar la enormidad del río desde el aire. Veo perfectamente las enormes islas arenosas arrastradas por las sucesivas crecidas del río y que a nivel del suelo tan sólo podía intuir su existencia. Estamos atravesando la llanura central birmana, la gran planicie arenosa del país, la que recorrí en su día con mis compañeros de viaje. Luego otra gran franja de montañas selváticas se extiende durante kilómetros y kilómetros sin ninguna población ni carretera. Es territorio virgen.
Realmente estoy disfrutando de la vista, las zonas prohibidas del país, regiones remotas a las que no tiene acceso el turismo están ahí, a vista de pájaro.
Más tarde aparece un mundo semiacuático, semiterrestre. Hay canales serpenteantes por todas partes. El gran río corta el terreno en dos partes y multitud de canales serpentean fragmentando aún más el terreno, tierra nueva que aparece en el mar, cinturones de islas alargadas y sedimentos disueltos que se van acumulando creando un festival de formas y colores, de densidades y solideces. Se ve perfectamente como la tierra le va ganando espacio al mar, formando nuevos territorios, creando diseños de formas fractales...
He tenido vuelos muy bonitos, pero este me está sorprendiendo mucho. Es un vuelo marcadamente geológico, estoy disfrutando muchísimo de la visión de estas estructuras geológicas que solo pueden divisarse desde estas altitudes. La costa oeste de Myanmar es impresionante.


 Luego sobrevolamos otra zona de paisaje irreal, donde tierra y agua se disputan el dominio del suelo. Estamos sobre Bangladesh y lo que estoy viendo es el colosal delta del Ganges, que aquí se deshace en multiples bocas alimentado por las aguas de otro gigante, el río Bramahputra, con el que se funde en estas latitudes para formar uno de los suelos más nuevos e inestables del planeta.
Me conmueve ver tanta agua dulce. Yo vivo en una de las zonas más desérticas de un país muy árido y ver estas cantidades colosales de agua dulce me produce mucha envidia.

Al fondo, cerrando el horizonte se levantan majestuosas las cumbres de los Himalayas con sus hielos perpetuos, acompañando nuestro vuelo durante mucho tiempo. Estoy viendo el techo del mundo, estoy viendo la gran pirámide del Everest y toda una legión de cumbres menores que él, aunque igualmente magníficas.


    Luego el cielo se cierra, las nubes se apoderan del paisaje y cuando vuelven a abrirse no tengo duda de lo que estoy viendo allá abajo. Veo el torturado y escalofriante paisaje de Afganistán. Sus peladas y agrestes montañas marrones y rojizas, desnudas de vegetación... parece mentira que pueda haber vida allí abajo, pero unas extrañas estructuras geométricas delatan la existencia de vida humana.
Las montañas afganas se hacen más altas, entramos en el Pamir y el Hindu Kush y el marrón rojizo se transforma en el blanco inmaculado de las nieves perpetuas. La visión es extraordinaria, kilómetros y kilómetros de ininterrumpidas montañas y valles inmaculadamente blancos, sólo rota su continuidad por algún peñasco rojizo que se asoma sobre el oceano de montañas blancas. Qué bello espectáculo. Es una visión muy hermosa, aunque en realidad sea un territorio todavía más inhóspito que el que acabamos de dejar atrás. Eso sin contar las tragedias humanas que se viven allí debajo, tragedias creadas por idealismos enfermizos y la avaricia de americanos, rusos y talibanes y que mantienen a este pueblo bajo el yugo de tiranos que se van alternando en el poder.
Finalmente la noche consigue alcanzarnos cuando estamos sobrevolando las hermosas y poderosas montañas nevadas de Georgia, con el monte Elbrus destacando sobre todas las demás cumbres allá al fondo, la montaña más alta de Europa, más alta que el legendario Mont Blanc. Y finalmente, tras haber recorrido medio mundo, tras trece horas de vuelo, veo la luna llena reflejándose en las aguas de los canales de Amsterdan. He llegado a Europa de nuevo, casi he completado la vuelta. Un viaje maravilloso, disfrutando de sobrevolar las más altas cimas del planeta y salvando las distancias esto me hace acordarme de que en unas cuantas horas estaré sobrevolando mis queridos Pirineos, de vuelta en casa...

Ya vuelven las grullas de su largo viaje otoñal

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