domingo, 18 de noviembre de 2012

Objetivo Birmania 5 : La llanura de los cuatro mil templos



    Los hornos no dejaban de cocer ladrillos ni de día ni de noche. A la zona habían llegado los mejores arquitectos, albañiles y artesanos del reino.  El rey Anawratha recientemente se había convertido al budismo y decidió construir algo digno de la enorme vocación que había encontrado.
Cada dos semanas se empezaba a construir un nuevo templo y durante los 200 años que duró este periodo constructivo se levantaron más de 4000 templos, pagodas y otras edificicaciones de las cuales muchísimas han llegado hasta nuestros días.
La construcción de los templos de Bagán duró desde el siglo XI hasta el XIII.

  
En la gigantesca llanura del río Ayeyarwady no hay rocas. Sólo los enormes depósitos arenosos que el río ha depositado durante millones de años en su descenso desde los Himalayas birmanos que lo vieron nacer. Año tras año, las ingentes cantidades de sedimentos que va arrastrando el río van formando enormes islas arenosas que desaparecerán e irán cambiando de ubicación con las nuevas crecidas del río, hasta que finalmente toda esa arena llegue a su destino final: el delta del Ayeyarwady. Toda la roca descompuesta de la cadena del Himalaya, se verá reducida a fina arena al final del viaje y será depositada en la desembocadura del río, creando tierra nueva, ganándole espacio al mar poco a poco.
Pero toda la llanura central del país se compone de esta fina arena y al no haber otro material de construcción los templos se hicieron de ladrillo y estuco. Unos, grandes y hermosos y otros más modestos, pero todos con el mismo fin, honrar al nuevo dios.

 
Yo estaba contentísimo. Había llegado a mi destino más preciado en Birmania. Fue al ver la imagen de estas innumerables pagodas de ladrillo rojo sobresalir desperdigadas por la llanura verde cuando se encendió una chispa en mi cabeza. Era un lugar especial, un sitio único, un lugar de los que me gustaría ver en mi vida. Y por fin había llegado. Estaba allí, estaba dentro de la postal con la que tantas veces había soñado....





Para llegar hasta allí nos lo tomamos con calma, no había prisa. El primer día volvimos de Hsipaw, la ciudad indígena de las montañas, la capital de los pueblos Shan. Allí fue donde vivimos el terremoto.
  
   
Atravesando el sobrecogedor viaducto
Cogimos el tren pues nos apetecía probar otro medio de transporte y decían que el trayecto hasta la estación de montaña de Pyin U Lwin era bastante bonito.  La verdad es que no fue nada del otro mundo pero si que hay un punto digno de ver... el estremecedor viaducto de Gokteik...
Antes de llegar a Pyin U Lwin el río ha tallado un profundo y ancho desfiladero  y cuando se creó esta línea férrea en 1901 los ingenieros de la época diseñaron este largo viaducto de 700 metros de longitud y una enorme caída al vacío. Impresiona verlo cuando el tren toma la curva antes de avanzar hacia él. Ahí reduce al mínimo su velocidad y entra al viaducto realmente despacio... el viaducto no tiene ninguna protección lateral, no hay arcos, ni barandas, ni tirantes.... solamente son los raíles de la vía apoyados sobre las columnas que lo sustentan... toda una obra de ingeniera en su época, pero que da mucho respeto hoy en día.. El tren avanzaba despacio y el suelo desapareció de repente, estábamos a muchos metros de altura sobre el barranco cubierto de bosques, más abajo aún estaba el río.
La gente sacó sus cámaras y empezó a hacer fotos de tan pintoresco lugar. Pero el jaleo inicial pronto se convirtió en silencio total. El miedo se sentía en el aire y hasta se podía oler a caquita... Se hicieron interminables los minutos que el tren demoró en recorrer lentamente los 700 metros de aquel vertiginoso y aéreo trayecto.
El tren era todo menos suave y sus movimientos eran de vaivén y de traqueteo, pero al final llegamos hasta la estación que habíamos elegido para dejar el tren y allí supuestamente íbamos a pillar un autobús que en una hora nos llevaría a Mandalay.

  

Típico transporte pick-up, en este caso un camión
 El supuesto autobús no era otra cosa que una furgoneta pick-up de esas en las que habíamos visto viajar a los paisanos tantas veces, siempre abarrotadas de gente, con personas sobre su techo y otros por fuera y de pie en la parte trasera... jajajaja... no podía ser, pero si, así es como se viajaba aquí y si queríamos ir a Mandalay en relativamente poco tiempo es lo que tocaba.
La verdad es que aparte de la incomodez nos reímos muchiiiiisimo y lo pasamos muy bien. Esther y yo  nos metimos dentro y teníamos que ir con la cabeza agachada para no darnos con el techo tan bajo y las mujeres que iban dentro se reían y hacían gracias con nosotros. Nos reímos muchísimo. A Alberto lo dejamos en la parte de arriba sentado sobre unos sacos de ajos en compañía de dos monjes budistas. Me acordé de él porque pensé que arriba y en marcha tenía que hacer bastante frío.


 En una parada que hizo el bus para que fuésemos al baño bajaron tres personas completamente tapadas de rojo, dos eran los monjes, el otro era Alberto que se había puesto una capa de lluvia roja y que parecía que la iglesia le había convencido para que siguiera sus pasos...se camuflaba perfectamente con sus acompañantes...







   Volvimos a la conocida Mandalay, con sus ruidos y sus humos, atrás había quedado la tranquilidad de las montañas de Hsipaw, pero es que al día siguiente debíamos coger un barco que nos llevaría siguiendo el río hasta Bagán, nuestro siguiente destino.
Era un barco bastante grande y lleno de turistas, allí coincidíamos los viajeros que íbamos por libre y los grupos organizados de turistas.
Fue una travesía muy agradable, lenta y perezosa como el gran río.

Fluíamos lentamente, cruzándonos con barcos de carga, con botes de pesca, con algún que otro ferry de viajeros locales y allí siempre a lo lejos, en la orilla o en las islas cercanas, siempre encontrábamos algo de vida, un asentamiento, unas cuantas cabañas fugaces que ya no podrán seguir ahí en la próxima crecida, los búfalos de agua bañándose en las orillas del gran río...


 Y así poco a poco, monótonamente pasaron las horas y tras 9 horas de navegación llegamos a la gloriosa Bagan, mi última etapa en compañía de estos chicos.

El tiempo no se portó demasiado bien. El primer día estuvo completamente nublado pero el segundo día estuvo lloviendo intermitentemente durante todo el día, a veces con bastante intensidad.







 
Alquilamos unas bicicletas y con ellas nos dedicamos a explorar los tres grandes asentamientos de templos que se extienden sobre una extensión de  40 kilómetros cuadrados. No sabes por dónde empezar, porque de las carreteras principales salen innumerables caminos arenosos que llevan a los pies de grupos de templos. Es laberíntico, una vez que sales de la carretera hay cientos de caminos que se entrecruzan para llevarte a los distintos lugares. Llega un momento en que pierdes la orientación. Era maravilloso, estaban por todas partes. Pronto nos dimos cuenta que cada uno de los tres llevaba su propio ritmo de exploración por lo que mejor sería separarnos y verlos cada uno a nuestro aire. Alberto estaba más interesado en buscarse alojamiento y transporte para volver a Yangón que en los templos en sí mismos y Esther y yo nos perdíamos constantemente y era mejor que cada uno se tomase su tiempo en observar lo que más le gustase. O sea que los dos días en Bagán estuvimos cada uno por nuestra cuenta.


 
  Ver por dentro algunos de los mejores templos y pagodas era realmente interesante. Algunos estaban profusamente ornamentados, otros eran más sencillos, se podían distinguir las distintas etapas y como con el paso del tiempo se fueron perfeccionando e incorporando técnicas arquitectónicas traídas desde India. Las esculturas y los frescos que adornaban sus muros, los restos de estucos que un día adornaron sus paredes...
Pero a mí lo que en realidad me gustaba era subir por las empinadas escaleras que permitían en muchas de estas pagodas subir hasta arriba, hasta lo más alto del zócalo desde el que arrancaba la estupa.
Desde ahí arriba, por encima de la línea de los árboles podía ver como cientos y cientos de estupas sobresalían con sus torres rojas conformando uno de los paisajes humanos más irreales y fantásticos que uno pudiera imaginar. Estaba allí viendo esa imagen que tanto había deseado contemplar. La luz no acompañaba, no era el sol el que alumbraba aquella escena haciendo brillar el rojo y el verde, sino la luz difusa del cielo cubierto, suavizando las sombras de las formas de los templos y difuminando la imagen hacia el horizonte. No era como yo lo había imaginado, pero igualmente estaba allí disfrutando de ese estupendo espectáculo.

 
Por fin pudimos quedar y conocer a Catherine, una chica que viajaba sola y con la que había contactado en el foro de Altair  y que por un día de diferencia no habíamos podido quedar todavía con ella. Iba a estar menos tiempo que nosotros y llevaba un plan de viaje muy apretado al igual que Esther por lo que era imposible demorar ese día de diferencia sin que nadie saliera perjudicado. Pero al final conseguimos quedar una tarde que coincidíamos en Bagán y conocí a esa persona con la que me había escrito e intercambiado información y que de una manera u otra también había influido en el desarrollo de nuestro viaje. Resultó ser encantadora y a la noche siguiente volvimos a quedar a cenar con ella y con otra chica española que también apareció por allí, Esther. Y cuando estábamos cenando los 5 también apareció una parejita de Almería que conocía Esther y se unieron a nosotros. O sea que allí estábamos, 7 españoles cenando juntos, cada uno de un rincón del país pero todos unidos por aquella noche junto a una mesa en Birmania. Aquella noche tan acompañado y en pocas horas me quedaría solo...

 

Los Chinthe, centinelas de los templos, mitad león, mitad dragón
 Nos despedimos de Alberto, él ya se iba por libre a Yangón para volver a Bangkok como había estado planeando todo el viaje. En realidad él no estuvo metido nunca en el viaje a Birmania, pues siempre andaba pensando y hablando en los próximos viajes que haría o en si se quedaría aquí o se iría allá, una pena.
Era el último día en que estaría con Esther y decidimos alquilar un taxi y visitar el Monte Popa, el hogar de los Nat, los espíritus protectores de Birmania. Cuando trazamos la ruta final que íbamos a llevar dejamos el monte Popa de comodín, por si nos hacia falta el día para otra cosa. Pero finalmente íbamos a poder cumplir el plan previsto y ver todo lo que nos habíamos propuesto. Todo iba magníficamente.
Por el camino vimos cómo todavía sacaban el aceite de cacahuete con molinos artesanales movidos por bueyes. O cómo trepaban por las palmeras azucareras y cortaban las flores machos y recogían la dulce savia del árbol, la cual luego dejan solidificar y forman unos curiosos y característicos azucarillos marrones muy empalagosos.
 
   
Extrayendo el aceite de cacahuete
El terreno fue cambiando y por fin dejábamos la llanura arenosa del Ayeyarwady atrás. Empezaban a aparecer montañas otra vez y tras unos cuantos kilómetros el Monte Popa apareció en todo su esplendor. Era imponente. El antiguo cráter donde se levanta está cubierto de vegetación y sobre un monolito rocoso de unos 200 metros de altura se levantan los templos hogar de los Nat.
Los Nat son los antiguos dioses de los birmanos. Son espíritus que viven en los árboles, en las montañas, en el agua y que protegen o castigan y poseen a los humanos o les ayudan a conseguir lo que quieren.
Pero cuando el rey Anawratha se convirtió al budismo (el que empezó a construir los templos de Bagan) decidió eliminar el culto a los Nat y destruyó sus templos. Pero la población no se inmutó y siguió adorando a los Nat construyendo templos en sus hogares. El rey que vio que iba a perder esta batalla fue astuto y añadió un nuevo Nat a los 36 ya conocidos. Este nuevo Nat fue designado como el rey de estos espíritus y además adoraba a Buda...por el que el plan del rey funcionó y los Nat quedaron subordinados al budismo. Como todas las religiones, esta no iba a ser menos y se apropió de cultos ancestrales y los transformó para adaptarlos a sus nuevas creencias.

  
El Monte Popa, hogar de los Nat
La visita fue muy interesante. Las largas escaleras están flanqueadas por montones de monos, macacos bastante pedigüeños y con muy poca vergüenza como suele ser habitual en estos monos que viven con y del hombre. Normalmente iban a lo suyo, buscando una comida fácil, un descuido de alguien que deja algo momentáneamente, las madres mono dan de mamar a sus cachorros pacificamente, pero alguna vez sale algún mono más macarra y uno se puso un poco pesado con Esther y como parece ser que estos monos se crecen con el que les tiene algo de miedo pues... me tocó intervenir y amenazarlo a lo que él respondió con otra amenaza hacia mí, pero como casualmente había una escoba por allí, la agarre y en cuanto le amenacé con darle un escobazo se tranquilizó el animalito... La gente que trabaja allí va con un tirachinas y con un par de piedras, y los vendedores de frutas y dulces tienen que estar alerta y tienen un palo a mano, aun así, siempre consiguen robarles algo de fruta.
La visión desde lo alto del monte era enorme, las montañas enmarcaban la enorme planicie del río Ayeyarwady y el viento movía y hacia sonar la multitud de campanillas que adornan los remates de las estupas, las llamadas sombrillas. Era una sensación muy agradable, aunque el viento era frío. Ya descubrí de dónde viene la expresión viento en Popa..
Estábamos en uno de los lugares más venerados del país y aunque en lo alto de la cumbre todos los templos están inexplicablemente dedicados a Buda, abajo hay una sala donde tienen una representación de los 37 Nats,  una representación mucho más humana de lo que uno se pudiera imaginar.

  
Pero el tiempo pasa y todo se acaba. Cogimos el autobús que nos llevaría a Esther y a mí de vuelta a Yangón. Eran nuestras últimas horas de viaje juntos. Con la llegada a la estación de autobuses cada uno seguiría su camino. Ella se quedaba allí, mañana tendrá su vuelo a España, de vuelta a su vida diaria, junto a su queridísima hija a la que no ha olvidado en ningún momento. Gracias Esther, gracias por compartir este viaje conmigo, has sido una estupenda compañera  y has enriquecido mi viaje con tu inteligencia, tu sensibilidad y tu buen humor. Te echaré de menos en esta nueva etapa que comienza para mí.
Yo en la estación de Yangón tomé otro autobús que me ha traído hasta Bago, una ciudad que está en la ruta hacia el sur que voy a tomar en esta última semana que me queda antes de volver a Yangón para esta vez sí, volver a Bangkok  también a esperar mi vuelo de vuelta a España.
Nada más llegar al hotel en Bago encontré a un chico español, que también se llama Alberto. Está con Cecilia, una chica alemana con la que vive en Madrid. Nos hemos juntado y hemos alquilado un tuk tuk los tres para que nos llevase a ver los puntos más interesantes de la ciudad, una enorme boa de 118 años de edad y más de 200 kilos de peso que se supone es la reencarnación de un monje superior. La verdad es que es un animal impresionante, enorme, gordísimo y de unos 7 metros de longitud. Menos mal que lo tienen bien alimentado a base de pollos porque te metes en una habitación con ella y no puedes salir hasta que el animal se aparta de la puerta... y se toma su tiempo para moverse.

  
Entre otras cosas hemos visto varias estupas muy impresionantes, de estilos muy diversos y una de ellas era muy, muy parecida a la Shwedagon Paya, la gran pagoda de Yangón y su centro espiritual y cultural. Aunque la de hoy, es bastante más alta, le saca nada más y nada menos que 40 metros de altura. De esta ciudad, Bago, se dice que es como un parque temático budista y doy fe de ello. Hemos ido a visitar un monasterio, uno de los más importantes del país justo a la hora de comer. Allí, varios cientos de monjes comían en mesas redondas que se multiplicaban hasta el fondo de la sala, dándole un aspecto calidoscópico y muy simétrico al lugar. Comían en total silencio, semejante cantidad de personas y no hacían ruido ninguno, llamaba mucho la atención. Las dimensiones de los cacharros de cocina y de los fogones de leña eran tremendas y luego cuando han acabado, se han levantado y en silencio desfilaban a dejar sus platos y se perdían por el patio del monasterio hacia sus quehaceres.

 
Cecilia, diminuta junto al gran Buda de Bago
Y otro de los platos fuertes de la ciudad, era, como no, una figura de un buda tumbado. La diferencia es que esta enormidad media ni más ni menos que 76 metros largo por 15 de alto y está tumbado a cielo abierto y pintado de bellos colores. Era muy sorprendente ver una figura tan grande, me sentía como en el libro de los viajes de Gulliver, eramos enanitos a su lado...
Por la tarde recorrimos el mercado, con sus olores nauseabundos de pescado deshidratado, frutas fermentadas sobre el suelo de tierra, carnes llenas de moscas, pescados de río de aspecto extrañísimo, pero eso si, la inestimable sonrisa de sus vendedoras. El mejor patrimonio que tiene este país sin duda es la bellísima sonrisa de sus gentes.

  
Ambientillo callejero
Había un extraño ritual en el mercado. Cuatro personas movían el cuerpo de dos toros de tela que iban desfilando por las calles dando cornadas al cielo, mientras una banda musical de lo mas extraño les seguía aporreando timbales, cantando y tocando una guitarra eléctrica que atronaba por los altavoces caseros en forma de trompeta que usan en este país. Realmente son atronadores, cada vez que pasa un camión de los que acompañan a las numerosas comitivas de bodas que hay en este país, tienes que taparte los oídos, pues el volumen que desarrollan estas trompetas-amplificadores es realmente brutal.

Mañana vamos a ver el Monte Kyaiktiyo, la Roca Dorada. Una roca dorada por las láminas de oro que pegan los peregrinos sobre su superficie y que se balancea peligrosamente sobre el abismo, sujeta tan solo por unos cuantos pelos de Buda.... la visita promete
Dirigiendo al coro de Budas

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