lunes, 23 de septiembre de 2013

Un viaje a Nepal: 3 Por los caminos de los Himalayas

El gran Annapurna I desde Ghandruk, con sus 8.091 m. de altura


Al final voy a hacer el trekking denominado Ghorepani - Ghandruk, que se hace en 5 días y 4 noches.

Día 1 Nayapul - Ulleri

En el autobús que nos lleva desde Pokhara a Nayapul, desde donde se empieza el trekking, me junto con Holm, un alemán que también va solo y decidimos que iremos juntos. El chaval se ve muy majete y me entiendo muy bien con él. La cosa promete. Lo malo es que después, al inicio del camino nos juntamos con dos irlandeses, Conord y David, y para mi la comunicación se vuelve más difícil, pues me cuesta bastante entender su acento irlandés y además hablan muy deprisa.

  
El paisaje es grandioso, por el fondo del valle discurre un río tremendo, lleno de enormes pozas cristalinas, menudas truchas gigantes tiene que haber ahí dentro, si pudiera, o si vengo otra vez me traeré una caña de pescar y unas cuantas cucharillas, no creo que los peces de aquí conozcan esos artilugios y seguro que pican bien. Con el calor que hace de buena gana me daría un baño, pero tengo unas 6 horas de caminata hasta Ulleri y 1000 metros de desnivel que salvar.
Esto es como el Pirineo pero a lo grande, todo tiene unas dimensiones gigantescas, los ríos, los bosques, las montañas...Hace muchísimo calor, voy completamente empapado de sudor y me lo empiezo a tomar con calma. Poco a poco me voy separando de estos tres chicos, me apetece disfrutar de lo que voy viendo y de las sensaciones y con ellos no puedo hacerlo, porque aparte de que son bastante más jóvenes que yo y andan tan deprisa que parece que estén haciendo una competición, además tengo que estar todo el rato esforzándome en entenderles y me resulta bastante incómodo. Al final les digo que tiren a su ritmo, que ya llegaré.
El camino está salpicado de tiendecillas para comprar agua, galletas, chocolate y cosas así y hay un montón de restaurantillos también. Lo tienen muy bien montado, la verdad. Hay un comité de los diferentes pueblos y aldeas de la Reserva de los Annapurnas y los precios los pactan entre todos. Cualquier carta de menús tiene los mismos precios en cada zona, todo está estipulado para que no haya competencia entre ellos, sólo tú decides dónde paras en función de tus fuerzas. La gente es muy pintoresca por aquí, sus rostros ajados por el tiempo y por las duras condiciones de vida darían para llenar revistas y revistas del National Geographic..

  
Las bucólicas terrazas de arroz se abren huecos entre los bosques que cubren de arriba a abajo las laderas. En algunos claros veo plantas de marihuana que no sabría decir si son naturales del lugar o las ha cultivado alguien, lo que está claro es que se la fuman.
Hay bastante gente en el trekking, esto es como el camino de Santiago versión montañera. Es agradable porque te vas encontrando con la misma gente que va a tu ritmo. Unas veces te paras tú a descansar y te adelantan ellos y otras veces los alcanzas tú. Al final se crea una camaradería y te vas conociendo. Hay dos neoyorkinos bastante curiosos. Llevan dos guías porteadores y me los voy encontrando a cada rato. Uno lleva un buen pedazo de hachís y me ofrece fumarme una pipa con él. Le digo que mejor si nos vemos por la noche en el poblado porque ya lo que me faltaba, tener que subir emporrado con estos calores y estas cuestas.
Paro a comer en Thikedunga, para algunos el final de etapa del primer día. Un maestro de escuela se viene a hablar conmigo y me cuenta muchísimas cosas de esta gente y de sus tradiciones, anécdotas curiosas y pasamos tan buen rato que casi me olvido de que debo seguir caminando.
Empieza la tremenda subida final, hay que salvar 500 metros de desnivel mediante una interminable subida de escalones tallados en la piedra. Hay miles de ellos, unos pequeños y llevaderos y otros muy altos que te hacen polvo las rodillas. El desnivel se salva en muy poca distancia.

  
Es impresionante que toda esta gente viva por aquí. Aquí no hay carreteras, sólo caminos, no hay coches, ni motos ni tan siquiera bicicletas. Todo lo necesario para la vida que no se pueda obtener aquí hay que subirlo mediante mulas o a mano. Me encanta ver las columnas de mulas que en grupos de 10 ó 12 suben por los caminos, las oyes venir a lo lejos, haciendo sonar sus cencerros.
Se avecina lluvia, antes de que me de cuenta se ha formado una tremenda tormenta y el agua hace desaparecer todo el paisaje tras su cortina blanca. Afortunadamente puedo refugiarme bajo un techado y allí espero a que amaine un poco. Una vieja con cara de brujilla que regentaba un lodge ya me había advertido unos minutos antes: "stay here, rain is coming", quizás debería haberle hecho caso, si esto no se pasa no tendré más remedio que descender hasta el hotelillo de la bruja.

   
Mientras pienso esto veo que los lugareños no hacen demasiado caso del agua, los porteadores siguen bajando cargando enormes fardos que llevan a la espalda sujetos mediante una banda de tela a sus frentes. Los únicos que corren hacia abajo son un montón de niños de apenas 5 ó 6 años que han salido de la escuela. Con sus uniformes azules y sus mochilas completamente empapados... dudan de si refugiarse donde yo estoy o continuar, finalmente siguen corriendo montaña abajo. Tras casi una hora, la lluvia afloja y me preparo para salir, coloco la funda de la mochila y me pongo un chubasquero y comienzo a subir de nuevo. En apenas media hora alcanzo la aldea de Ulleri, mi punto final para la jornada de hoy. La aldea parece vacía, recorro sus empinadas y estrechas callejuelas sin saber en qué hostel quedarme. Elijo el que está en lo alto del pueblo.
Los hostel aquí son muy básicos, pero también super baratos. Una habitación aquí me cuesta 1 euro y 20 céntimos frente a los 5 euros que me cuesta mi super habitación en Pokhara. La comida aquí es más cara y no es de extrañar visto lo complicado que es traer todo hasta aquí. Me encanta mi habitación, dos de sus paredes son completamente de cristal y puedo ver todas las montañas y las nubes. Cuando bajo a preguntar por la cena hay dos chicos y un guía en el comedor y les pregunto y resultan ser de Barcelona. En total son 3 chicos, un guía y un porteador muy salado que me recuerda a Kung Fu y que toca la flauta.

 
Es un gustazo volver a hablar en español otra vez, qué casualidad que estamos 4 alojados y somos españoles. Se llaman Víctor, Joan y Hector.  Esa noche hablamos mucho, a la luz de las velas pues no hay electricidad, reimos, bromeamos y hasta el guía nos cuenta historias de miedo como en los campamentos, hablamos del Yeti y de los leopardos de las nieves que se comen el ganado. El guía asegura haber visto al Yeti una vez...¿por qué hay tantas historias sobre avistamientos del Yeti, algunas contadas por prestigiosos montañeros como Reinhold Messner y todavía no hay ninguna prueba concluyente?
Hay una preciosa luna llena, pero el cielo sigue bastante cubierto de nubes y por la noche llueve.


Día 2  Ulleri - Ghorepani

    
Continúo subiendo. Espero ver a estos chicos en el próximo pueblo. Lo pasamos muy bien la noche anterior y nos reimos mucho. Los bosques son espectaculares, árboles inmensos totalmente cubiertos de musgos y de otras plantas que se aprovechan de su altura. Hay agua por todas partes, cada poco tiempo te toca atravesar algún torrente de aguas cristalinas. La gente de los poblados los aprovecha y ponen mangueras para llevar el agua a donde les interesa y así tienen junto a sus casas un punto de agua para lavarse, lavar la ropa y cocinar. Me encanta esta mezcla de naturaleza y usos humanos. Por fin estoy recorriendo la parte baja de los Himalayas.
Hoy toca una caminata un poco más corta de 5 ó 6 horas y salvar un desnivel de 800 metros. El camino se me hace muy llevadero a pesar de los fatigosos escalones de piedra. Me han dicho que hay bastantes sanguijuelas por el camino, aprovechando la humedad del suelo tras la lluvia de la noche anterior salen a los caminos en busca de alimento. No tardo en comprobarlo, siento un pequeño mordisco y veo que tengo una en la pierna, no ha conseguido agarrarse y me la aparto de un manotazo.

   
Llego a Ghorepani. Los hotelillos de madera pintada de azul y con grandes ventanales son muy pintorescos. De sus tejados cuelgan mazorcas de maíz que han puesto a secar. Y como ha sido temporada de setas hace poco, en muchos rincones hay canastas de mimbre donde las han puesto a secar. Algunos de estos hotelillos incluso tiene wifi. Parece mentira, aquí el tiempo se ha detenido, la vida transcurre lentamente, todo se hace a mano, hay electricidad muy pocas horas al día. Nepal tiene un serio problema con su abastecimiento eléctrico, en todas partes, incluso en Katmandú hay apagones de varias horas todos los días. Pero aquí en las montañas el problema es mucho más serio. Aquí lo normal es que sólo haya electricidad durante unas pocas horas.
Hay más hoteles en construcción y los porteadores traen a mano por los caminos grandes y pesadas vigas de madera. Los carpinteros las cortan con sierras de mano que parece sacadas de un museo. Se cocina con leña, la comida está buenísima, pero no hay nada preparado. Hay que pedir con bastante antelación, pues se prepara todo en el momento, sin prisas, a fuego lento..
En caso de alguna emergencia, la cosa es complicada. El día anterior vi que a un señor malherido, que llevaba un profundo corte en la pierna y que pese al vendaje que le habían puesto sangraba bastante, lo llevaban en una silla a la espalda de un porteador o un familiar no sé, pero me pareció impresionante. Llevar a un hombre de unos 70 kilos a la espalda por esas cuestas con miles de escalones..buuuffff... Se agradece muchísimo la falta de vehículos, con sus ruidos y sus humos, pero en casos como el de este señor te das cuenta de dónde estás verdaderamente y lo precario que es todo aquí.
En el hotelillo me encuentro con Agustín y Sabrina, una pareja de argentinos que van a estar viajando durante 5 meses por Asia. Son bastante majetes y también escriben un blog, nos intercambiamos direcciones para seguir en contacto.




Día 3  Ghorepani - Ghandruk

   
Una vez en Ghorepani, una de las atracciones es levantarse a las 4 de la mañana y subir 400 metros de desnivel hasta Poon Hill para ver el amanecer sobre los Annapurnas y el Dhaulaghiri. Como había estado lloviendo por la noche pensé que igual no valía la pena levantarse y subir en ayunas semejante cuesta para no poder ver nada. Me desperté y vi en la oscuridad el reguero de gente con frontales en la cabeza desfilando hacia Poon Hill. No me apetecía nada salir de la cama y meterme en semejante barullo de gente. Así que decidí que seguiría durmiendo e iría más tarde cuando volviera la gente. Y estuvo muy bien porque cuando yo subí bajaban los últimos y tuve una inmensa vista de todo el macizo de los Annapurnas y el gigantesco Dhaulaghiri para mi solito. Luego bajé al pueblo y me compré un trozo de queso de Yak y me fuí a desayunar.

  
En una cabaña al lado vi cómo estaban preparando la carne del día. Degollaron a dos cabras y las gallinas picoteaban los coágulos de sangre que se iban formando. Dos hombres con ayuda de un palo y un soplete quemaban el pelo de la cabra y luego una señora rascaba la piel chamuscada con un cuchillo hasta dejar solamente a la vista el cuero blanco. Todo muy artesanal.
Las nubes volvieron a ocultar las montañas y me puse en camino junto a Agustín y Sabrina. Los bosques húmedos y espesos, como de cuento de hadas, se aparecían fantasmagóricos cuando la niebla se apoderaba de ellos, les daba un aspecto irreal. Daba bastante respeto andar por allí. De vez en cuando veíamos faisanes revoloteando de rama en rama. La gente normalmente termina esta tercera jornada en Tadapani, pero yo decidí que podía llegar hasta el final de etapa del día siguiente: Ghandruk, ya que así estaba un día menos en las montañas y lo ganaba para poder ir a ver otras cosas que me apetece ver en la última semana que me queda de viaje.
Estuve tentado de quedarme en Tadapani porque estaba un poco cansado de subir a Poon Hill y de las 4 horas que llevaba caminando y al final la tremenda cuesta de escaleras para llegar a Tadapani. Además cuando llegué el ambiente era bastante bueno pues me encontré con gente ya conocida de los días de antes y también aparecieron Holm el alemán y Conord y David, los irlandeses con los que empecé a andar el primer día. Pero decidí que era mejor partir y llegar hasta Ghandruk, tenía tiempo para hacerlo y ganaba un día. Me separaban de él unas 3 horas de caminata y 700 metros de dura bajada. O sea que voy a hacer dos jornadas en una.

 
Meng, un chino que ha perdido a sus dos amigos se viene conmigo. El camino es muy bonito según vamos descendiendo y el agua vuelve a correr por todas partes, en forma de torrentes o de cataratas. Esto es alucinante. Justo cuando llegamos a Ghandruk comienza a llover y ya oscurece. Lo hemos conseguido, hemos doblado etapa. Al ducharme me veo un hilo de sangre que no para de fluir, es la mordedura de una sanguijuela, de esta ni me he enterado que la tenía. Ceno con Meng, la comunicación con Meng es un poco difícil, tiene un inglés muy básico y difícil de entender.

Día 4  Ghandruk - Nayapul

     
Las vistas desde Ghandruk son impresionantes. A la luz de la mañana puedo ver el Annapurna South que parece estar ahí mismo, con sus glaciares colgantes y sus paredones congelados. Con inmensos corredores de hielo no aptos para cualquier alpinista. El Machapuchare también se ve ahí mismo y ahora puedo ver por qué le llaman Fish Tail, la cola de pescado. Lo que desde Pokhara era una pirámide perfecta, ahora desde aquí resultan ser dos cimas separadas por una cresta descendente de forma triangular, dándole forma de una cola de pez. Me encanta la vista desde aquí. Si vuelvo alguna vez por aquí me gustaría internarme más en las montañas, estar más días y llegar hasta el campo base de los Annapurnas, se hace en 10 días.

  
Aquí las distancias  no se miden en kilómetros, sino en horas de caminata, en días, en metros de desnivel o en número de escalones que tienes que subir y bajar. El trabajo de los porters me parece impresionante. Cargados con semejantes bultos, tremendos y pesados. Las mujeres suelen llevar unas grandes cestas a la espalda donde cargan desde ropa a hierba para los animales. Las caravanas de mulos vuelven a aparecer con su característico sonido de cencerros y sus brocales adornados con dibujos de colores.
En otros lugares del mundo esto se perderá para siempre, pero aquí perdurará por muchísimo tiempo, quizás para siempre, pues es imposible adentrarse en estas montañas de otra manera. En Ghorepani tienen internet a ratos y luz eléctrica unas cuantas horas al día, lo que da una idea engañosa de dónde estás. Pero para llegar aquí siguen haciendo falta 2 días de duros caminos, 2000 metros de desnivel y miles de escalones de piedra. Eso los salvaguarda del progreso, los aisla y hace que sus vidas sean tan duras como lo fueron las de sus antepasados.

   
Inicio el descenso hacia la civilización. Echaré de menos los días sin coches, sin humos, sin ruidos. Después del bosque empiezan a aparecer laderas enteras escalonadas en bonitas terrazas de arroz, que se adaptan a la forma del relieve, sobresaliendo por aquí, encogiéndose en formas redondeadas por allá. Forman un conjunto muy armonioso y agradable para la vista.
Finalmente llego a Bhiretanti donde a través de una empinada y en algunos tramos destrozada pista de montaña, llegan todoterrenos y algún camión y dejan las mercancías que luego serán repartidas por las caravanas de mulos y los porters a lo largo y ancho de estas montañas, por estas aldeas ancladas en el tiempo.
Al verlo me viene el sabor de aquellos tiempos en los que Nepal era la encrucijada de caminos de las caravanas que intercambiaban mercancías entre las llanuras de la India y las altas mesetas del Tibet. De la India venía el té y las especias, de Tibet llevaban la sal de sus lagos salados. Esas caravanas que tenían que adaptarse a los ciclos de la Naturaleza, esperando a que la nieve se retirase de los pasos en las montañas y esperando en tierras altas a que la malaria se retirase de las selvas del Terai para poder pasar a India.
Pienso en eso mientras veo a los hombres descargar de los camiones y jeeps los sacos de arroz, material de construcción, bombonas de gas, cajas de cerveza y de cocacola, etc...Decenas de mulos esperan para ser cargados de nuevo e internarse por los caminos de los Himalayas.

 
Voy descendiendo rápidamente. Cada vez se nota más la civilización y son tierras más habitadas. Vuelve a haber restaurantillos por el camino, algún colegio y los jeeps que pasan me ofrecen subir pero me apetece caminar y terminar la ruta como la empecé: andando.
Finalmente llego a Nayapul, paso el control de senderistas y me ponen los sellos acreditando que he salido de la Reserva de los Annapurnas. Espero volver alguna vez. Voy a coger el autobús que me llevará de vuelta a Pokhara, pero en la espera un taxista me insiste en irme con él y ante su insistencia inicio un duro regateo y consigo que por 100 rupias (70 céntimos de euro) más de lo que me costaría el autobús y luego el taxi de llevarme de la estación de autobuses al hotel, me lleve directo al hotel y me ahorro una hora y media de camino. Tengo que ir al Holy Lodge, el hotel en donde dejé mis pertenencias ya que al trekking me llevé una mochila pequeña con lo imprescindible para estar 4 días por la montaña.

  
Fue un poco traumático volver a la civilización, con un tráfico más y más intenso según nos acercábamos a Pokhara. Y ahí, al pasar junto a un templo hinduista, de repente salió un perro corriendo a la carretera, el conductor no pudo hacer nada por evitarlo y lo atropellamos. Sentí cómo las ruedas pasaban por encima de su cuerpo. Paramos, el animal estaba malherido y se arrastró como pudo hasta la cuneta donde se quedó tumbado. Nos quedamos un poco hechos polvo y el taxista pasó un buen rato rezando cuando proseguimos camino. Se veía bastante afectado.
Y por fin apareció la ciudad de Pokhara, el paraíso del turista, aquí descansaré un día antes de seguir camino.

 
Pues a pesar de estar un poco cansado, a la mañana siguiente decido alquilar una bicicleta para ir a recorrer los pueblos y aldeas desperdigados a lo largo de la orilla este del lago Fewa. Ultimamente todos los años alquilo una bicicleta en algún momento del viaje y siempre ha sido una experiencia de lo más satisfactoria, ya que llegas a lugares apartados donde los turistas no suelen ir. Y hoy no iba a ser menos.
Al salir de Pokhara estuve un rato con los pescadores viendo los raros peces que sacaban y sintiendo un poco de envidia al no tener una caña de pescar. Luego ya me introduje en un paisaje plenamente rural viendo los quehaceres de la gente.

La gente lavaba la ropa, las cacerolas de cocina ennegrecidas por el humo de leña o a sus niños en las fuentes comunales que hay en los pueblos. Otros trabajan en los omnipresentes campos de arroz, otros pescan en estos arrozales. Es muy curioso cuando uno ve una inmensidad verde de arrozal y ahí enmedio te los encuentras pescando con un palo. Es muy surrealista. Mucha gente, especialmente mujeres, acarrea grandes fardos de hierba, supongo que para alimentar a los búfalos de agua de los cuales hay muchos por aquí, bañándose dentro del lago.
 
Esta noche alguno de ellos o sus primos será mi cena, está muy rico el chuletón de búfalo. Me dan envidia y decido bañarme yo también. El agua está excelente, hacía días que me apetecía darme un baño aquí.

   Luego en una casa en la que paro a charlar un poco me ofrecen un pepino para refrescarme. La verdad es que la gente es muy amigable por aquí. Parece que no han sido quemados todavía por el turismo masivo que hay en Pokhara o en las rutas del Himalaya.


 Me encanta estar aquí, me he asilvestrado completamente y me muevo como pez en el agua. Algunos incluso me dicen que parezco nepalí. Este país realmente me está enamorando.


  
Esta tarde iré a darme un masaje tailandés para que me recompongan un poco el cuerpo y mañana empezaré el regreso poco a poco hacia Katmandú.

Sólo me queda una semana aquí y quiero ver varias cosas todavía o sea que haré alguna parada antes de volver a Katmandú a tomar el vuelo de regreso.






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