Miro mis manos, están llenas de oro. Alguien me dice que también tengo la cara y el pelo lleno de oro.
He estado tocando la Roca Dorada y apoyando mi cara en ella para sentir la energía de este lugar, es el sitio más sagrado del país junto con la Shwedagon Paya de Yangón. Dicen que esta roca es como el corazón de este país y que la mayoría de los birmanos sueñan con visitarla alguna vez en su vida.
Es una gran roca casi redonda, que desafía la gravedad, asomándose peligrosamente al vacío y apoyada tan solo en un pequeño punto (ellos dicen que sujeta por un pelo de buda). La gente viene aquí en peregrinación y pegan laminillas de papel de oro que es lo que le da su color y que es lo que ha teñido mis manos y mi cara al apoyarme en ella. Hasta yo mismo no he sido capaz de resistirme a la magia del lugar y he comprado unas laminas de oro para pegarlas aquí, me hace mucha ilusión dejar mi pequeña huella en este lugar tan especial del país.
Pero no todo es especial, no a mis ojos... Como todas las religiones, el budismo también es machista en este lugar y las mujeres no pueden tocar la Roca. Los hombres cruzamos un pequeño puente sobre una grieta y accedemos a la roca sobre la que se apoya la Dorada. Las mujeres tienen que conformarse con mirarla y hacerle ofrendas desde dos plataformas laterales.
El ambiente es por una parte bastante místico pero también es muy festivo. Las familias descansan tiradas por el suelo de la plaza que da acceso a la Roca. La gente come y ríe en compañía de los suyos. Hay varios hostales de peregrinos en la plaza de mármol, de la que parten varias calles llenas de tiendas y otra calle sólo de restaurantes. Desde la puerta de estos restaurantes se asoman unas chicas muy guapas que llaman a los posibles clientes, todas a la vez, creando una extraña melodía y compitiendo a ver quién se lleva a los clientes.
A veces la niebla cubre la Roca y la gran explanada que la circunda. Cuando la niebla se dispersa aparece el paisaje circundante, espectacular, una enorme visión panorámica de valles y colinas completamente cubiertos de bosques.
Llegar hasta estas alturas fue una pequeña odisea, aunque divertida. Cogí un autobús al poblado de Kinpun, para desde allí subir al Monte Kyaiktiyo, donde se encuentra la Roca Dorada.
Afortunadamente hay buenos hoteles en el poblado y nos vienen a buscar al autobús, como en los buenos tiempos. Empezaba a estar harto de tener que preocuparme de reservar con antelación, aunque en realidad nos la hemos jugado en los últimos destinos y hemos acudido sin reservar. Pero es que todo el mundo te dice que está todo completo y que han tenido problemas para encontrar hotel y nosotros también lo tuvimos un poco complicado en Mandalay o sea que estaba contentísimo de que vinieran a buscarnos al autobús y me ofrecieran un estupendo y nuevo bungalow por tan solo 15 $. Alberto y Cecilia cancelaron la reserva que tenían en otro hotel de los que salen en la guía y se vinieron a otro bungalow de estos bonitos.
Los camiones salen cuando se llenan completamente |
Peregrinos |
Es impresionante la cantidad de gente que masca betel en este país, hombres, mujeres, jóvenes, adolescentes.. lucen bocas rojas cual vampiros y a muchos les faltan casi todos los dientes debido a esta droga. Realmente resulta asquerosa.. entre los enormes escupitajos rojos que estucan los suelos de todo el país y esas bocas tan asquerosamente feas...no me los puedo imaginar besándose, mucho menos pensar en besarlos...buuufff...
Después de casi una hora de curvas, vaivenes, rampas y cuestas, el camión nos deja en un punto donde hay que seguir a pie. La pendiente de subida es espectacular y cuesta mucho esfuerzo subir. Para los que no quieren o no pueden subir por si mismos, por una asequible cantidad de dinero, cuatro paisanos te suben montado en un palanquín de bambú, como un marajá con sus porteadores.
El camino está flanqueado de tiendas de las cuales destacan especialmente las de medicinas chinas con unos caldos sospechosos preparados con escolopendras y una mezcla de maderas y de hierbas.
Dicen que es bueno para la piel. No me lo imagino, no suelen darme grima los bichos pero si hay uno al que le tengo bastante respeto y me da mucho repelús es precisamente la escolopendra. Que no cuenten conmigo para probar este caldo.
También tienen expuestas las cabezas de unos extraños ciervos, pieles de lo que parecen ser una variante asiática de ocelote o de jineta, y lo que es peor... en otra tienda encontramos las zarpas de varios osos negros asiáticos... en fin, vamos a acabar con todo, somos muchos y lo depredamos todo a nuestro paso. Ni que decir tiene que no nos dejan hacer fotografías.
Después de la tremenda subida llegamos a lo alto de la montaña y allí, entre nubes, muy cerca del cielo, brilla la gran roca de oro.
Al día siguiente me voy a recorrer uno de los numerosos senderos que se pierden por estas montañas. Alberto y Cecilia se han ido a Mawlamyine con la pareja de alemanes con las que me junté estos días. Yo decido quedarme un día más en Kinpun, se está bien y no me apetece correr más. Ya estoy en el tramo final del viaje y empiezo a tomármelo con más calma. Me despido de ellos, estuve muy a gusto en su compañía.
Tomo el sendero y dejo atrás la aldea. Empiezo a encontrarme con casas muy curiosas dispersas por el bosque, como un poblado selvático. Algunas son de madera, pero la mayoría están completamente hechas de bambú. Hace mucho, muchísimo calor , no dejo de sudar constantemente, estoy completamente empapado. El sendero es muy empinado y atraviesa bosques de bambú. Los extraños cantos de los pájaros acompañan la fatigosa subida.
El calor y la excesiva transpiración me dejan exhausto. Alcanzo un monasterio y descanso un rato a la sombra. No puedo seguir avanzando así, decido volver.
Para terminar de pasar el día decido coger una camioneta y me voy al pueblo Kyaikto, a 10 km. de la aldea de Kinpun. Es el lugar de paso obligado para llegar al desvío que conduce a la Roca Dorada. Los turistas pasan por allí, pero no se quedan. Enseguida me doy cuenta.
La sensación es extraña. Todos me miran, flipan conmigo, se vuelven y me miran descaradamente. Parece que nunca vieron un turista de cerca. Soy un bicho raro para ellos. Hasta ahora si saludabas a alguien te devolvían el saludo y te ofrecían una sonrisa, pero aquí están demasiado sorprendidos, no se les ocurre el devolverte el saludo, sus caras demuestran perplejidad, como si no fuera real el que estés ahí, como si fueras un personaje de la tele. Me empieza a incomodar un poco la situación.
Me recuerda a cuando eramos niños y en España no había inmigrantes. En la ciudad en que yo vivía había una base americana y de vez en cuando veíamos algún negro americano por nuestro barrio, no dábamos crédito, era rarísimo, el acontecimiento del día... Pero ¡¡ si cuando llegaba la navidad y salían los reyes magos, Baltasar era un tío pintado de negro...!! no había negros en España... bueno, y ver un chino, eso ya no era ni raro, directamente era imposible. Pues así me sentía yo aquel día. Algún estudiante de los que en ese momento salían del colegio aún se atrevía a decirme hello, pero la mayoría murmuraban y se sonreían al verme. A algunos niños pequeños les daba miedo y cuando me veían acercarme se metían corriendo a sus casas.
Andando, andando llegué a un estadio de fútbol y me invitaron a pasar o sea que allí me metí a ver qué había y todos los espectadores se me quedaron mirando jajaja.... que situación, tierra trágame jajajaja... Pero se acercó un futbolista que hablaba inglés a charlar un rato conmigo y ya empezó el partido y se olvidaron de mí, afortunadamente.
Perdí la última camioneta de vuelta al poblado y tuve que pillar una moto. Estos días me estoy moviendo mucho en mototaxi porque al estar solo es la manera mas práctica y económica para moverme.
La sorpresa me la llevé al llegar al hotel. Allí estaban Grego y Sonia, los chicos de Almería con los que estuve cenando la última noche que pasé en Bagan. Yo creía que eran pareja y resultaron ser hermanos. Nos fuimos a cenar juntos. Parece ser que voy a hablar más español de lo esperado, al menos por ahora.
A la mañana siguiente me encuentro a Alfons, de Manresa. Empezamos a hablar en inglés hasta que nos dimos cuenta de que los dos hablábamos español jajaja... parecía un chiste. El día de antes, el del tremendo calor, Alfons había subido a la Roca Dorada andando por senderos durante más de 5 horas y salvando los casi 1000 metros de desnivel, buff, que machada, parece que me estoy haciendo mayor.
Soy el único extranjero en el autobús a Mawlamyine. El paisaje empieza a tornarse más exuberante, muy verde, las montañas boscosas delimitan al fondo los campos de arroz y de sandías. Algunas partes del camino son realmente bonitas aunque sin ser ninguna maravilla. Pero es que los paisajes de este país no destacan especialmente, al menos en la zona que yo he visitado. Tenía otra idea del país. Lo mejor sin duda es su gente porque paisajísticamente se queda escaso y los precios son mucho más caros que cualquier otro país del sudeste asiático.
Por fin aparece el mar, aunque más bien parece un enorme río. Es el estuario del río Thanlwin cuyas aguas marrones cargadas de sedimento desembocan aquí, creando la isla de Bilu Kyun, conocida también como la isla del Ogro. Los barcos y ferries navegan bajo el enorme puente que une las dos lejanas orillas.
Después de tantas horas viendo campos, la imagen de semejante estuario rodeado de verdes montañas es bastante impactante. Al fondo la ciudad de Mawlamyine, camuflada entre del verde de los arboles y con su colina salpicada de relucientes pagodas doradas. La ciudad promete. Fue la capital de la Birmania británica y aquí vivió George Orwell durante varios años. También hay muchos hindúes y musulmanes y en las calles hay bastantes gopuram, los templos piramidales del sur de India, y también varias mezquitas.
Las dimensiones de la ciudad engañan y todo está mucho más disperso de lo que parece en los mapas... La primera impresión es que todo está lejísimos y que voy a tener que andar mucho. La configuración de la ciudad es algo extraña y en sus calles abundan los edificios coloniales ya decrépitos por el paso del tiempo y la falta de mantenimiento.
Hay enormes árboles por las calles pero no son suficientes para mitigar el intenso y húmedo calor. Es una pena que a pesar de tener el mar ahí mismo no haya ninguna playa, ya que la isla del Ogro hace de barrera al mar abierto y son las aguas del río las que se imponen en el estuario.
Caminando llego a la cima de las pagodas, el punto más alto de la ciudad y puedo apreciar la geografía del lugar. Las vistas son tremendas. Unos niños que vienen a curiosear me dicen que las montañas que se ven al fondo son Tailandia. Miro el mapa, seguro que si, la distancia que abarca la vista desde aquí arriba es enorme.
Abajo en la ciudad hay una prisión. Ocupa una gran superficie. Los barracones están organizados de forma radial, como Carabanchel o la Modelo, con sus tejados de zinc oxidados... el espacio entre pabellones está ocupado por huertos y con el zoom de la cámara puedo ver como los presos trabajan el huerto.
Por la noche me vuelvo a encontrar con Alberto, Cecilia y los alemanes. Me llevo una gran sorpresa porque pensaba que se habían ido, pero habían decidido quedarse una noche más en Mawlamyine y me alegré mucho de volver a charlar con ellos. Además empezaba a echar de menos poder hablar en español.
Al día siguiente me voy de excursión a la isla del Ogro, territorio del grupo étnico Mon. Decido irme en una excursión organizada porque me resulta más fácil que tener que buscar y organizarme todo el transporte por la isla teniendo un tiempo tan escaso. Lo único que tengo mala suerte es con los compis de excursión porque resultan ser 3 americanos y un sudafricano, que tienen un inglés bastante difícil de entender y además hablan demasiado rápido para mi. Me entiendo más o menos bien con los paisanos y los turistas europeos, pero con los americanos hablando entre ellos me resulta muy difícil. Bueno, al menos viene también un suizo con el que hablo algo, pero no es un tío de muchas palabras.
Era difícil moverse por el ferry, con todo este barullo |
Visitamos las plantaciones de caucho y vemos cómo recogen el látex y lo cuecen, lo colorean y lo untan en una especie de cilindros de madera que me recuerdan a las patas de las mesas. Es el molde, ahí se seca el látex y extraen los cilindros de colores que luego colocan en unas rudimentarias máquinas cortadoras de poleas, y trocean los cilindros de látex transformándolos en gomas elásticas. Es impresionante, hay millones de gomas de colores que parecen montañas de fideos multicolores. En la zona también hay hogares que se dedican a la fabricación de cuerdas y alfombras hechos a base de fibra de coco. Las fábricas son del tamaño de una casa, dando trabajo a los miembros de la familia.
En otras casas fabrican pizarras de piedra para los escolares, en las cuales se escribe con los mismos recortes de la piedra que se usan a modo de tiza. Muy curioso.
Luego vemos cómo fabrican artesanalmente diversos objetos sencillos de madera como bastones y pipas de fumar. El ambiente que se respira en los poblados de la isla es de lo más agradable.
Con el tuk-tuk primero y después con el enorme camión Chevrolet de 60 años vamos recorriendo la isla y llenando de bellas imágenes nuestras retinas. Flores de loto crecen en las lagunas, caen las gotas del látex en las vasijas, los búfalos tiran del arado en el arrozal, de la casa de madera nos llega una sonrisa, hello dicen los niños al vernos pasar, la moto que nos quiere adelantar piii, piii, piii....déjame pasar y cae la gota de látex, piiii piiii piii aún no he podido pasar. Explosión de verde y blanco, la salida del colegio, el uniforme nacional, una riada de colegiales sobre bicicletas, largas cabelleras de azabache se derraman sobre el blanco inmaculado de sus camisas, faldas y pantalones verdes. La gallina y sus pollitos junto a las casas, la abuela cortando el bambú con su machete, hello nos vuelven a llamar, los cebúes rumian la hierba y los pájaros rebuscan en sus jorobas. Las palmeras recortando el horizonte, los monjes andando descalzos por el arcén, miradas furtivas enmarcadas de amarillo de thanaka desde las casas, hello, hello, hello... se repite sin cesar.
Llegamos al embarcadero, toca volver en un ferry de barcaza, subidos en el techo entre motos y paisanos. Los gigantescos y verticales cúmulos con forma de coliflor traen el recuerdo de tormentas lejanas. El cielo se tiñe de naranja y las caras se llenan de sombras. Al fondo aparece la ciudad, abrazada por el verde. En lo alto relucen las pagodas doradas, se respira paz, todo está bien.
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