¡¡Todos fuera!!! fue lo único que acerté a decir.
Estábamos desayunando. Alberto con su característica tranquilidad dijo ¿no sienten eso?
En ese preciso momento comencé a sentirlo, era un terremoto. Empezó poco a poco y en pocos segundos todo se estaba moviendo y el suelo había dejado de ser sólido y se movía como si debajo tuviéramos agua, como si estuviéramos sobre una barca.
Fue cuando dije de salir y corrimos fuera del edificio donde desayunábamos y salimos al patio central del hotel, en teoría fuera del alcance de los posibles derrumbamientos.
El terremoto fue ganando intensidad y por unos momentos pensé que íbamos a vivir un gran terremoto. Daba bastante miedo, pero afortunadamente no fue así y en pocos se fue parando y lo que si que me daba miedo es que pudiera volver a empezar a sacudir otra vez.
Pero terminó. Se me pasaron muchas cosas por la cabeza durante los segundos que duraron los temblores. Pensé fugazmente que se habían acabado mis vacaciones y que todo se iba a derrumbar y que habría muertos. Pensé que si yo me salvaba me quedaría a ayudar en lo que pudiera, pensé en mi gente, mi amor y mis hermanos allá en mi país, en fin, es increíble como funciona la mente humana y lo relativo que es el tiempo, pues en cuestión de segundos tu cerebro se activa al limite y tus pensamientos se agolpan en segundos. Dicen que cuando vas a morir ves pasar rápidamente tu vida como si fueran diapositivas.. ayer pasó algo parecido. Menos mal que todo quedó en el susto. Aún no me he enterado de la magnitud que ha tenido en la escala Richter.
Estamos en Hsipaw, una pequeña ciudad en las montañas desde donde se pueden hacer excursiones o trekking a las aldeas Shan que se dispersan por las montañas.
Para llegar aquí desde Mandalay tuvimos que coger un autobús mugriento, que yo creo que no lo habían lavado desde el día que lo compraron. Los asientos eran estrechísimos y no cabías sentado normalmente, era imposible, porque el sitio de las piernas estaba ocupado con las mercancías que lleva este autobús de transporte de pasajeros pero que a su vez hace de transporte de mercancías. Esta vez la carga principal eran cajas de madera llenas de tomates sobre las que teníamos que andar para entrar y salir del autobús cuando paraba, o sea que yo creo que parte de la mercancía acabó convertida en salsa de tomate. Como bien dijeron Marisa y Yolanda, mi vecina de barrio que encontré en Mingun, ese viaje de autobús que ellas ya habían realizado anteriormente fue un viaje a los infiernos. Era el primer viaje en autobús que hacíamos por el país y nos fue a tocar el autobús más cutre que debe seguir circulando por Myanmar. El equipaje iba amontonado en la parte trasera del autobús porque en los maleteros laterales llevaban otras mercancías. Recuerdo que en una parada abrieron el portón de debajo de mis asientos y sacaron..... ¡¡ tres bombonas de butano !! jajajaja... así, sin cortarse un pelo.
Por suerte la tortura se pasó pronto y llegamos más o menos bien al no tener que compartir nuestro asiento con nadie más y poder estirarnos relativamente.
En Hsipaw fuimos al Lilly hotel, el que nos recomendaron Marisa y Yolanda.
Nos gustó mucho, lo han abierto hace apenas tres meses y está totalmente nuevecito y muy, muy limpio. Seguramente será el mejor hotel que disfrutemos en este viaje. Gracias chicas. El señor que lo dirige es médico y tiene un dispensario junto a la recepción del hotel. Lo llamamos mister doctor y es un hombre muy majete y simpático.
Después de haber pasado por Mandalay, con su contaminación, su intenso tráfico, sus ruidos... esto me parece el paraiso. Es una localidad muy tranquilita rodeada de campos.
Por la tarde nos vamos a dar una vueltecita por los alrededores para ver un poco el ambiente. Llegamos a una escuela budista, donde los niños-monje con sus cabezas rapadas y sus túnicas color vino dan clase y recitan todos a la vez la lección. Afuera, en el patio otros niños-monje juegan y montan en bicicleta y otros niños que no son monjes juegan con escopetas de plástico. Son los matones del barrio y tienen hasta cara de malos.
Me hace mucha gracia verlos juntos porque están escenificando y tomando el papel de los que mandarán en el país en el futuro: curas y militares.
En las afueras de la ciudad se levantan muchas casas tribales, aquí la etnia predominante son los Shan. El ambiente es muy agradable, la gente es estupenda. Siempre te dedican una bellísima y sincera sonrisa, todo un valioso regalo en los tiempos que corren por nuestro país.
Conocimos a Sebastian, un francés trotamundos que se unirá a nosotros en el trekking que haremos mañana a la aldea de Pankam. Yo he decidido que no me voy a quedar a dormir por la noche en la aldea y que me volveré. Alberto, Esther y Sebastian si que se quedarán a dormir y volverán al día siguiente por la tarde.
Me apetece un poco de relax y tomarme algún día con calma. Queda la mitad del viaje todavía y me viene muy bien este sitio para darme un respiro. No tener que salir corriendo todos los días a ver algo o a coger algún medio de transporte para llegar a otro sitio. Estos chicos se vuelven antes, yo me quedaré más tiempo y quiero guardar un poco de fuerzas para el tramo final del viaje. Me apetece mucho ver esa zona del sur, aunque como está fuera del circuito más turístico del país creo que voy a echar de menos hablar en español con alguien, y a lo mejor hasta hecho de menos hablar en inglés, quién sabe... Muchos no me creen cuando les digo que la vida del turista es muy dura. Tienes momentos buenísimos, pero también hay momentos no tan buenos.
Por la mañana y después del terremoto nos ponemos en marcha. Tenemos largas horas de camino. Con ayuda del Dr. y sus mapas caseros, con los nombres de los pueblos que tenemos que atravesar escritos en birmano nos sentimos suficientemente seguros para emprender el trekking sin ningún guía. Nos alegramos mucho de haberlo hecho así pues en el camino nos cruzamos con un grupo de 7 u 8 personas que iban con un guía y no pintaba nada bien. Iban muy deprisa y sin parar a hablar con la gente, el principal y más gratificante atractivo para hacer esta excursión.
Nosotros, con nuestro pequeño grupo de 4 personas íbamos totalmente a nuestro aire disfrutando del momento. Enseguida notamos la diferencia. La gente se asomaba a mirarnos, nos saludaban efusivamente, curiosean y a poco que les hagas caso y les devuelvas el saludo te regalan unas hermosísimas sonrisas. Cómo me gusta esto.
Aquí en estos pueblos está la esencia de Myanmar. La calidez, la ingenuidad , la dignidad y la amabilidad de estas gentes aisladas del resto del mundo por la dictadura militar durante más de 50 años. Se nota que ha habido muy poco turismo por aquí y que aún no se han quemado de ver turistas.
Entre los cultivos de arroz, de judías y de maiz, se levantan estos precarios pueblos con sus casas construidas enteramente de bambú. Los gruesos troncos de bambú forman vigas, escaleras y columnas. Con sus fibras entretejidas forman las paredes y los tejados suelen ser de cinz.
Apenas hay casas con electricidad pero algunas aprovechan la fuerza del pequeño río y montan norias con las que mueven un alternador y generan electricidad. Me encantan los orientales, son gente de lo más práctica e ingeniosa.
Han cosechado el maiz y con un aparato que acoplan a las norias aprovechan la fuerza del agua para desgranar las mazorcas y luego extienden el grano sobre lonas para que se seque bajo los rayos del sol.
Hoy es domingo y no hay colegio. Los niños juegan por los campos. Los vemos correr y saltar con la soltura y habilidad que sólo tienen los niños libres. Incluso los más pequeños. Me sorprende ver cómo una niña de menos de 2 años que apenas puede andar, sube y baja a rastras por una alta y empinada escalera de madera para subir a una pagoda. Esto es impensable en Europa. Su madre ya estaría corriendo histérica a "salvar" a su hijo y le privaría de esa autoconfianza e independencia que tan bien le vendrá cuando sea más mayor. Vale, es verdad que también le privará de llevarse algun chichón, pero creo que en Europa se sobreprotege a los niños y se crían bastante tontitos.
Es un placer andar por estos caminos llenos de grandes flores amarillas. Hay miles y miles de mariposas y las grandes de alas de pájaro nos alegran el camino con sus bellos colores y sus vuelos casi acrobáticos. Las gallinas acompañadas de un montón de pollitos corretean libres junto al río, picoteando y cazando saltamontes y también alguna que otra rana. Así están de ricos luego los huevos que ponen, no como esos que comemos de las granjas industrializadas.
Acompaño a los chicos durante casi cinco horas y en el último pueblo antes de que lleguen a su destino me doy media vuelta pues aún me quedan casi 4 horas de bajada. Les doy el relevo y los dejo en compañía de una señora de Oregón que hemos alcanzado en el camino y que viaja con sus dos guapísimas hijas gemelas de 10 años y que por lo que hablo con ellas me resultan encantadoras. Hablan muy bien el español porque tuvieron una niñera mexicana que les enseñó el idioma. Qué suerte, aprender 2 idiomas así sin esfuerzo cuando aprendes a hablar..
Empiezo el largo descenso. Me gustan mucho las vistas al fondo del valle, con sus montañas difuminadas por la neblina en la distancia. Vuelvo a atravesar los poblados que pasamos por la mañana y la gente con la que estuvimos por la mañana me saluda aún más amistosamente pues ya me conocen.
Cuando llego al tramo del río veo que hay mucha gente que se está bañando, pero no bañándose por placer para refrescarse, sino bañándose con jabón ya que en sus casas no hay agua corriente y para cocinar usan el agua de pozos. En el río se lavan ellos y sus ropas. También están bañando a sus búfalos de agua que enseguida se sabe por qué tienen ese nombre pues se les ve disfrutar enormemente dentro del agua.
La verdad es que aquí la vida va a otro ritmo, pausada, reposada, placentera... Me vienen imágenes de mi infancia, cuánto me hubiera gustado vivir en un sitio como este..
Hoy cuando me levanté me dijeron que había habido otro fuerte terremoto de madrugada, que se movieron las camas y la gente salió corriendo de las habitaciones, pero yo esta vez ni me enteré. Debía de estar profundamente dormido después de la larga y dura caminata del día anterior.
Me levanté sin prisas, sin madrugar. Me apetecía tener una mañana tranquila sin tener que salir corriendo a ninguna parte, dejarme llevar y disfrutar del lugar.
Me entero de que la magnitud del terremoto ha sido de 6,8 puntos en la escala Ritcher y que el epicentro ha sido en Shwebo, una ciudad a 150 kilómetros en linea recta de aquí. Ha habido 13 muertos y más de 40 heridos, y se ha derrumbado un puente sobre unas barcas que había debajo. El terremoto se ha sentido con fuerza en Mandalay donde ha habido escenas de pánico y la gente se ha echado a la calle y se han desplomado algunas cornisas de casas pero sin más consecuencias. Muy cerca de Mandalay está la falla de Sagaing, donde estuvimos el otro día y que ya os comenté que un fuerte terremoto había destrozado el zócalo de la gran pagoda de Mingún. Dicen que también se ha sentido con menor intensidad en Bangladesh y en Bangkok.
Esta noche me ha comentado Esther que anoche apenas pegaron ojo pues en Pankam, el pueblo donde se quedaron a dormir ha habido otros 3 terremotos y que por la noche tuvieron que salir corriendo de la casa donde dormían.
Yo por la mañana intento conectarme como sea a internet pues ayer no hubo manera. Así me doy cuenta de que en España ha debido salir en la tele y mis hermanos y Blanca están preocupados. Les escribo para decirles que estoy bien y me informo de lo que ha pasado.
Luego me vuelvo a sumergir en el mundo de los Shan, en sus campos de arroz y sus aldeas atemporales, lejos de las noticias y del bullicio de las ciudades. Me voy a ver unas cataratas que hay en esta zona. Son espectaculares, un salto que calculo será de unos 70 metros y que dibuja un velo sobre la pared por la que cae. En el camino me vuelvo a encontrar con gente adorable que trabaja el campo. Los campesinos cortan con sus hoces las espigas del arroz. Filas de campesinos avanzan a la par cortando las gavillas que ponen a secar al sol, luego llegará el momento de trillarlas. Otros pelan las mazorcas del maiz, otros pasean a sus búfalos de agua. La vida vuelve a tener otro ritmo.
Pero no todo es belleza aquí. La vida parece bastante dura, esta gente es muy fuerte. De regreso de mi excursión a las cascadas paso por un vertedero de donde salen grandes columnas de humo de la basura ardiendo. Hay gente rebuscando en las basuras, la vida no parece tan fácil para ellos, pero aún así te dedican unas hermosas sonrisas cuando te acercas a interesarte por lo que hacen.
Luego atravieso un cementerio. Está dividido en partes, hay parte budista, china, cristiana, musulmana e hinduista. Las distintas religiones que hay en el país tienen sus respectivas partes del cementerio.
Precisamente hoy están quemando a dos hinduistas. Son dos grandes hogueras, con mucha más madera de la que utilizan en Benarés, en la India. O sea que me acerco a ver pero aquí no quedará ningún resto, sólo cenizas. Puedo ver los huesos y el cráneo convirtiéndose en ceniza... En Benarés, como no tienen para comprar toda la madera necesaria para quemar completamente a sus muertos, los dejaban a medio quemar antes de tirarlos al Ganges. Allí veías todas las fases de la cremación, desde cómo empieza a chorrear y a gotear la grasa de los cuerpos cuando empezaban a quemarlos, cómo se reventaban con el calor y se cocían los intestinos y cómo al final cuando ya no había más madera que quemar, sacaban los restos, que solían ser el cráneo y parte de la columna, ennegrecidos, y los tiraban al río. Aquí es diferente, no quedará ningún resto por lo que puedo apreciar.
Lo que más me sorprende es que un grupo de niños que acaba de salir de la escuela corretea y juega a pocos metros de las piras funerarias sin darle mayor importancia. Juegan con arcos y flechas de bambú y me uno a sus juegos y nos lo pasamos muy bien mientras a nuestro lado los cuerpos de los dos hinduistas se consumen poco a poco.
Esta gente tiene muy asumida la vida y la muerte, no parece que para ellos morir suponga la gran tragedia que es para nosotros. No aparentemente. Y la vida y la muerte se entremezclan como parte de lo cotidiano, parte de una sinfonía que se representa cada día y de la que nadie consigue evadirse. Hoy unos cuantos murieron por culpa de un terremoto, pero muchos más murieron por otras muchas causas menos llamativas. Disfrutemos lo que tenemos, porque algun día seremos nosotros los que estaremos en el otro lado.
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