viernes, 30 de noviembre de 2012

Objetivo Birmania 7 : Vuelven las grullas




Junto  a una de las orejas del gran Buda

     Había un par de nuevos y enormes ojos en el interior de su cabeza, esperando a ser colocados. Eran los ojos más grandes que había visto nunca y a su lado me sentía diminuto. Tenía la cabeza hueca, al igual que el resto del cuerpo y ahora yo estaba allí dentro recorriéndolo. Estaba dentro del buda gigante de Mawlamyine, una tremenda figura de un buda tumbado de nada más y nada menos que 176 metros de longitud, grande como una montaña. Estaba cansado ya de ver tanto buda y tanta pagoda, pero este era distinto, era algo especial y curioso, una cosa digna de ver.




      Había negociado un mototaxi para ir hasta allí, 25 km. al sureste de la ciudad. En el camino atravesamos amplias zonas acuarteladas, a pesar de ser un país bajo el mando de una junta militar hasta ahora no había visto cuarteles y apenas militares o policías. Deben ir de paisano porque apenas ves a ninguno, ni siquiera en las grandes ciudades. Luego el paisaje se volvió realmente espectacular y empezaron a surgir grandes rocas monolíticas verticales, cual islas en la pradera. Me recordaban a la Halong Bay de Vietnam o a la zona de Krabi en Tailandia. Hubiera seguido recorriendo esta zona pero ya llegamos a nuestro destino.

Apenas sales al desvío, que junto a la carretera hay un curioso monumento, una fila de estatuas de monjes budistas te acompaña durante todo el camino. Hay cientos, mejor dicho, miles de ellos, de unos 3 metros de altura, con su túnica y su característica cacerola negra con la que todas las mañanas salen en fila a pedir limosnas y comida. Luego cuando crees que la fila de estatuas termina, pasas con la moto por debajo de una de las típicas puertas-puente que suelen conducir a los sitios sagrados y ves que en realidad la fila de estatuas de monjes continúa por encima de esta puerta y sigue por el bosque de la derecha, perdiéndose a lo lejos. Es tremendo, supongo que todo el recinto está rodeado por esta fila de estatuas, miles y miles de ellas. Y esto te hace volver a preguntarte quién paga todo esto...
Porque los birmanos, dentro de su gran pobreza dan dinero todos los días para sufragar y mantener los miles de templos y pagodas que hay a lo largo y ancho del país. Encontramos constantemente los puestos para pedir limosna por doquier. En mitad de las carreteras, por las calles, en procesión recorriendo tiendas y casas... los beatos limosneros hacen sonar las monedas dentro de los cuencos plateados que portan, reclamando a la población más dinero para buda y sus seguidores. Doscientos metros más allá otro puesto limosnero, quinientos metros más allá otro... son insaciables... Por cierto, hacen sonar las monedas dentro de los cuencos, pero en realidad en este país no hay monedas. Sólo funcionan con billetes, es el primer país que veo en el que no hay monedas.

Luego aparece el gran buda, inmenso, colosal, recostado sobre la ladera de una montaña, rodeado de selva por todas partes. Cuando te vas acercando te das cuenta de que todavía es más grande de lo que parecía en un principio y la gente que anda a su lado parecen hormiguitas. Menuda obra faraónica.  Y cuando me aproximo a verlo más de cerca es cuando me doy cuenta de que está hueco y puedes entrar en su interior y ahí es cuando todavía me asombro mucho más, pues el interior está lleno de salas y pasadizos que te van conduciendo a lo largo y alto de la enorme figura.

 
Los Nats, los ángeles o espíritus guardianes birmanos
     En las salas que voy encontrando han recreado distintas escenas de la historia del país y de los textos sagrados utilizando fondos decorados y estatuas de tamaño real. Hay representadas escenas de nacimientos reales, de reyes y concubinas, de ángeles orientales, de batallas con elefantes, de grandes demonios cociéndo a la gente en grandes calderas y ensartándolos como pinchos morunos, es impresionante, tétrico y de gran realismo. La verdad es que impacta mucho porque además no me lo esperaba esto, nadie me lo había contado y en la guía sólo hablaba brevemente sobre el tamaño del buda, nada más.
Por eso mientras me voy internando por el laberinto de pasillos y de salas me voy sorprendiéndo cada vez más y más con las dimensiones de la figura y de todo lo que contiene en su interior. Hay escenas de gran realismo y además puedo ver que está inacabado y que cuando terminen de decorar su interior va a ser aún más espectacular.
Vagabundeo por los pasillos, subo y bajo escaleras que me van llevando a nuevas zonas aún sin terminar.





 Puedo contar cinco pisos de altura en su interior por los que me he ido moviendo pero no estoy seguro de que no haya más pues mi recorrido ha sido un poco anárquico y hay zonas con más altura, como los hombros y caderas y otras con menos, como la zona de las pantorrillas.






       Muchas salas están en penumbra y las estatuas de yeso blanco aún sin colorear tienen un aire muy siniestro. Estoy solo, perdido en alguna zona del interior del buda, en penumbras y rodeado de estatuas de aire amenazador... realmente da un poco de miedo estar aquí.
Una vez en el exterior veo que al otro lado del río, en la montaña de enfrente, han empezado a construir otro buda gigante con las mismas dimensiones. La estructura de hormigón empieza a tener la forma de otro buda recostado, simétrico al que me encuentro. Cuando esté terminado la imagen será impresionante, se convertirá en un lugar turístico de primer orden, de lo más visitado del país.


     Pero de momento apenas hay algunos paisanos y los turistas nos dejamos caer con cuentagotas por aquí. Es todo un descubrimiento de lugar. Cuando se lo cuento a mis amigos suizos con los que me voy encontrando ultimamente se arrepienten de no haber visitado este lugar y haber pasado el día viendo otras cosas menos espectaculares.
Disfruto el resto del día paseando por los tranquilos rincones de la ciudad colonial. Recuerdo que cuando  llegué a Mawlamyine me pareció que todo estaba un poco lejano y que tenía una configuración extraña. Ahora me parece una ciudad deliciosa, llena de sorpresas y con un aire melancólico.  Se está muy a gusto aquí, me quedaría unos cuantos días más y me dedicaría a vagabundear por los alrededores, aun no me he ido y ya siento nostalgia... Pero no puede ser, en dos días tengo que salir del país y volver a Tailandia a coger mi vuelo de regreso a España, o sea que tengo que volver a Yangón a buscar mi vuelo de conexión.


        La vuelta a Yangón me saca del aire de paz y tranquilidad que llevaba respirando durante los últimos días. Vuelvo a la gran ciudad y me encuentro a mí mismo sorprendido ante la intensidad y la vida que rebosa . La cojo con más ganas que cuando llegué aquí al principio del viaje y me voy a explorar zonas desconocidas. Ahí me encuentro con el lujo, con zonas residenciales de alto standing, el distrito de las embajadas, de los hoteles 5 estrellas, discotecas y bares de diseño. Un lujo que no había visto la otra vez que estuve en la ciudad y que contrasta enormemente con la miseria que se extiende por otras zonas de la ciudad donde la gente vive y duerme en las calles, sin apenas posesiones y creando su hogar bajo un toldo o junto a un muro donde cuelgan sus exiguas pertenencias. Pero incluso entre los sin techo hay categorías y hay unos niños viendo una película en un dvd portátil conectado con unas pinzas a una batería de coche. Aquí reparto los últimos bolígrafos y lapiceros de colores entre los niños. Es increíble la cara de alegría que se les pone por unos pocos lapiceros. En España los niños tienen absolutamente de todo pero todo les parece insuficiente y no aprecian la abundancia de la que disponen.


       Esther, que sabe de las penurias que pasa mucha gente, se trajo media mochila llena de ropa, juguetes y zapatos que su hija ya no puede usar e hizo felices a muchas, muchas niñas. Era para ver esos ojos... radiantes de felicidad al recibir los, para ellas, sus nuevos zapatos. También era emotivo ver los ojos de Esther, con una mezcla de felicidad y nostalgia al entregar la ropa de su hija, esa ropa para ella cargada de un valor sentimental, una etapa de la vida de su hija se quedaba allí en el pais y se convertía en un preciado regalo para niños desconocidos. Qué grande eres, tía...grande de corazón..


    Yangón se me aparece una ciudad fascinante y a pesar de sus miserias, de sus rincones pestilentes y rebosantes de basura, de su legión de perros callejeros que viven, crían y mueren en sus aceras, de sus calles salpicadas de escupitajos rojos de betel, de sus mendigos, de sus atronadores bares ocultos, de las camionetas abarrotadas de gente, de sus restaurantes callejeros alrededor de una mesa y cuatro banquetas mugrientas, de repente me doy cuenta de que bajo la bóveda de los árboles que la abrazan, la ciudad brilla con una luz especial que ya quisieran para sí ciudades con más renombre. Es el brillo de su gente, su buen humor, la sonrisa que proviene de esas caras maquilladas con la thanaka, la luz de esos ojos tan vivos, la dignidad para afrontar la vida de una manera sencilla cuando las circunstancias no son fáciles.

        
      La ingenuidad para reirse sonoramente al contemplar una telenovela birmana, la fuerza de esos cuerpos musculosos que no le temen al trabajo duro y penoso. Son gente curiosa los birmanos y a pesar de ser un país tan sumamente pobre tienen algo que nosotros en Europa hace tiempo que perdimos, la alegría de vivir. Y observándolos descubro que me he enamorado  de este país, el país de las mil sonrisas, el país donde los hombres llevan falda y los niños te saludan como si fueras una celebridad. Te hacen sentirte a gusto esta gente..


    
     El último día en el país lo dedico a recorrer a fondo el enorme mercado de Bogoyke Aung San para buscar y comprar algunas de todas aquellas cosas que fui viendo durante el viaje pero que no quise comprar por no tener que acarrearlas durante todo el camino. Me arriesgué a comprarlo todo aqui aunque fuese más caro y hubiera menos variedad para elegir, sobre todo me acordaba de las fantásticas tallas de madera que estuve viendo en Bagan y que tan a puntísimo estuve de llevarme en su momento ante el temor de no volver a encontrar nada igual. Pero me salió bien la jugada y en vez de una talla de madera me llevé tres, quizás no tan elaboradas ni de tanta calidad como las de Bagan, pero suficientes para mí.

 
    El precio no lo digo porque me da la risa. La próxima vez me envío un cargo porque este país tiene auténticas maravillas, los artesanos y artistas son buenísimos, pintores, músicos, escultores...levantas una piedra y encuentras algún artista. Lo único es que no sabría donde meter todo esto. Necesitaría una casa enorme, bueno, quizás cuando sea millonario algún día..

La tarde la paso en la Shwedagon Paya, la gran pagoda de la ciudad y nuevamente me dejo hechizar por su ambiente. La verdad es que acaba uno harto de tanta religión y tanto budismo. De tanto monje y tanta estupa y me da pena que esta gente tan estupenda esté tan manipulada por la religión y su vida gire en torno a ella, obsesivamente. Y aunque hay mucha gente que crea que no, yo pienso que el budismo es tan dañino para la gente como los fundamentalismos cristiano y musulmán. Se aprovechan igualmente de la gente. Mantener a los cientos de miles de monjas y monjes de este país, sus incontables templos y la codicia de la junta militar han empobrecido tremendamente al país que por otra parte se ve fértil, rico y lleno de recursos. Quizás algún día el pueblo diga basta.


     Después de casi un mes en Birmania la vuelta a Bangkok a coger mi vuelo me parece un puro trámite.
La encuentro una ciudad gigantesca y tremendamente ruidosa. Y aunque sé de sobras que es una ciudad fascinante, con multitud de ambientes y de cosas interesantes para ver y hacer, en este momento se me antoja bastante inhumana. Un entorno hostil para las personas ¿Será por esto que encuentro tanta diferencia entre los birmanos y los tailandeses? ¿O será porque aquí ya están excesivamente contaminados por el turismo de masas y los visitantes ya no encontramos aquí esa sensación de calidez  y hospitalidad con la que te reciben los birmanos?
No lo sé, pero a pesar de sus encantos, como enorme ciudad que es, Bangkok en este momento me parece una ciudad hostil, la ciudad de Blade Runner, prototipo de ciudad del futuro, inmensa, ruidosa, contaminada, plagada de tráfico, surcada por autopistas urbanas que cruzan la ciudad por las alturas, por encima de nuestras cabezas, sobre pilonas de hormigón, sin zonas verdes y distancias tremendas, sólo amenizadas por los puestos de comida callejera y la multitud de tiendas que se extienden por la ciudad, el inmenso mercado al aire libre.

   
       Es noviembre y es luna llena. Hoy celebran el Loi  Krathong, el festival de las luces y de los espíritus del agua. Es la noche donde la gente hace sus ofrendas al río y pide sus deseos y a su vez se desprende de las cosas malas, de los malos pensamientos arrojándolos al río para que sus aguas se los lleven lejos y sus vidas sean más felices. Los barcos ornamentados con miles de lucecitas como las de navidad ya estaban preparados ayer en los distintos puertos fluviales a la espera del gran desfile que recorrerá el río Chao Praya y los loi khom o globos de papel con una vela dentro a modo de linterna volverán a surcar los cielos de todo el país, dándoles un aspecto mágico. Las ofrendas florales y las lamparillas volverán a flotar aguas abajo llenándo con más luz incandescente la superficie del río.

 
    Realmente será una noche mágica, pero ya no estaré aquí, por apenas unas horas no la voy a ver, pues mi vuelo es esta mañana.
Qué casualidad, cuando viene a Tailandia por primera vez en 2008, llegué precisamente la noche del Loi Krathong y hoy, 4 años después, me voy del país el día en que vuelve a celebrarse... Adiós Bangkok, hasta otra ocasión, sé que volveré a recorrer tus calles.



     A la vuelta el cielo me hace un gran regalo. No hay apenas nubes y puedo contemplar Birmania desde el aire, sobrevolamos Mawlamyine, con sus selvas interminables, donde el agua se desborda en incontables hilos creando bellos dibujos solo visibles desde el avión.  Luego la devastación, hay enormes zonas del país completamente deforestadas, se aprecia el sistema radial mediante el que avanza la tala de los bosques, que han sido sustituidos por gigantescas parcelas de cultivos.
Luego un gran regalo. Sobrevolamos el gran río Ayeyarwady, el padre del país, y puedo apreciar la enormidad del río desde el aire. Veo perfectamente las enormes islas arenosas arrastradas por las sucesivas crecidas del río y que a nivel del suelo tan sólo podía intuir su existencia. Estamos atravesando la llanura central birmana, la gran planicie arenosa del país, la que recorrí en su día con mis compañeros de viaje. Luego otra gran franja de montañas selváticas se extiende durante kilómetros y kilómetros sin ninguna población ni carretera. Es territorio virgen.
Realmente estoy disfrutando de la vista, las zonas prohibidas del país, regiones remotas a las que no tiene acceso el turismo están ahí, a vista de pájaro.
Más tarde aparece un mundo semiacuático, semiterrestre. Hay canales serpenteantes por todas partes. El gran río corta el terreno en dos partes y multitud de canales serpentean fragmentando aún más el terreno, tierra nueva que aparece en el mar, cinturones de islas alargadas y sedimentos disueltos que se van acumulando creando un festival de formas y colores, de densidades y solideces. Se ve perfectamente como la tierra le va ganando espacio al mar, formando nuevos territorios, creando diseños de formas fractales...
He tenido vuelos muy bonitos, pero este me está sorprendiendo mucho. Es un vuelo marcadamente geológico, estoy disfrutando muchísimo de la visión de estas estructuras geológicas que solo pueden divisarse desde estas altitudes. La costa oeste de Myanmar es impresionante.


 Luego sobrevolamos otra zona de paisaje irreal, donde tierra y agua se disputan el dominio del suelo. Estamos sobre Bangladesh y lo que estoy viendo es el colosal delta del Ganges, que aquí se deshace en multiples bocas alimentado por las aguas de otro gigante, el río Bramahputra, con el que se funde en estas latitudes para formar uno de los suelos más nuevos e inestables del planeta.
Me conmueve ver tanta agua dulce. Yo vivo en una de las zonas más desérticas de un país muy árido y ver estas cantidades colosales de agua dulce me produce mucha envidia.

Al fondo, cerrando el horizonte se levantan majestuosas las cumbres de los Himalayas con sus hielos perpetuos, acompañando nuestro vuelo durante mucho tiempo. Estoy viendo el techo del mundo, estoy viendo la gran pirámide del Everest y toda una legión de cumbres menores que él, aunque igualmente magníficas.


    Luego el cielo se cierra, las nubes se apoderan del paisaje y cuando vuelven a abrirse no tengo duda de lo que estoy viendo allá abajo. Veo el torturado y escalofriante paisaje de Afganistán. Sus peladas y agrestes montañas marrones y rojizas, desnudas de vegetación... parece mentira que pueda haber vida allí abajo, pero unas extrañas estructuras geométricas delatan la existencia de vida humana.
Las montañas afganas se hacen más altas, entramos en el Pamir y el Hindu Kush y el marrón rojizo se transforma en el blanco inmaculado de las nieves perpetuas. La visión es extraordinaria, kilómetros y kilómetros de ininterrumpidas montañas y valles inmaculadamente blancos, sólo rota su continuidad por algún peñasco rojizo que se asoma sobre el oceano de montañas blancas. Qué bello espectáculo. Es una visión muy hermosa, aunque en realidad sea un territorio todavía más inhóspito que el que acabamos de dejar atrás. Eso sin contar las tragedias humanas que se viven allí debajo, tragedias creadas por idealismos enfermizos y la avaricia de americanos, rusos y talibanes y que mantienen a este pueblo bajo el yugo de tiranos que se van alternando en el poder.
Finalmente la noche consigue alcanzarnos cuando estamos sobrevolando las hermosas y poderosas montañas nevadas de Georgia, con el monte Elbrus destacando sobre todas las demás cumbres allá al fondo, la montaña más alta de Europa, más alta que el legendario Mont Blanc. Y finalmente, tras haber recorrido medio mundo, tras trece horas de vuelo, veo la luna llena reflejándose en las aguas de los canales de Amsterdan. He llegado a Europa de nuevo, casi he completado la vuelta. Un viaje maravilloso, disfrutando de sobrevolar las más altas cimas del planeta y salvando las distancias esto me hace acordarme de que en unas cuantas horas estaré sobrevolando mis queridos Pirineos, de vuelta en casa...

Ya vuelven las grullas de su largo viaje otoñal

viernes, 23 de noviembre de 2012

Objetivo Birmania 6 : Un bicho raro




     
Miro mis manos, están llenas de oro. Alguien me dice que también tengo la cara y el pelo lleno de oro.
He estado tocando la Roca Dorada y apoyando mi cara en ella para sentir la energía de este lugar, es el sitio más sagrado del país junto con la Shwedagon Paya de Yangón. Dicen que esta roca es como el corazón de este país y que la mayoría de los birmanos sueñan con visitarla alguna vez en su vida.
Es una gran roca casi redonda, que desafía la gravedad, asomándose peligrosamente al vacío y apoyada tan solo en un pequeño punto (ellos dicen que sujeta por un pelo de buda). La gente viene aquí en peregrinación y pegan laminillas de papel de oro que es lo que le da su color y que es lo que ha teñido mis manos y mi cara al apoyarme en ella. Hasta yo mismo no he sido capaz de resistirme a la magia del lugar y he comprado unas laminas de oro para pegarlas aquí, me hace mucha ilusión dejar mi pequeña huella en este lugar tan especial del país.

  
   
Pero no todo es especial, no a mis ojos... Como todas las religiones, el budismo también es machista en este lugar y las mujeres no pueden tocar la Roca.  Los hombres cruzamos un pequeño puente sobre una grieta y accedemos a la roca sobre la que se apoya la Dorada. Las mujeres tienen que conformarse con mirarla y hacerle ofrendas desde dos plataformas laterales.
El ambiente es por una parte bastante místico pero también es muy festivo. Las familias descansan tiradas por el suelo de la plaza que da acceso a la Roca. La gente come y ríe en compañía de los suyos. Hay varios hostales de peregrinos en la plaza de mármol, de la que parten varias calles llenas de tiendas y otra calle sólo de restaurantes. Desde la puerta de estos restaurantes se asoman unas chicas muy guapas que llaman a los posibles clientes, todas a la vez, creando una extraña melodía y compitiendo a ver quién se lleva a los clientes.

    
A veces la niebla cubre la Roca y la gran explanada que la circunda. Cuando la niebla se dispersa aparece el paisaje circundante, espectacular, una enorme visión panorámica de valles y colinas completamente cubiertos de bosques.
Llegar hasta estas alturas fue una pequeña odisea, aunque divertida. Cogí un autobús al poblado de Kinpun, para desde allí subir al Monte Kyaiktiyo, donde se encuentra la Roca Dorada.
Afortunadamente hay buenos hoteles en el poblado y nos vienen a buscar al autobús, como en los buenos tiempos. Empezaba a estar harto de tener que preocuparme de reservar con antelación, aunque en realidad nos la hemos jugado en los últimos destinos y hemos acudido sin reservar. Pero es que todo el mundo te dice que está todo completo y que han tenido problemas para encontrar hotel y nosotros también lo tuvimos un poco complicado en Mandalay o sea que estaba contentísimo de que vinieran a buscarnos al autobús y me ofrecieran un estupendo y nuevo bungalow por tan solo 15 $. Alberto y Cecilia cancelaron la reserva que tenían en otro hotel de los que salen en la guía y se vinieron a otro bungalow de estos bonitos.

  
Los camiones salen cuando se llenan completamente
Para subir al monte hay que coger unos camiones que tienen tablones cruzados para sentarse (ahora los han acolchado) y no salen hasta que no están llenos y cabemos unas 50 personas. Íbamos como sardinas en lata, hombro contra hombro y las rodillas tocando el culo del que se sienta delante. Pero lo mejor estaba por llegar... la carretera de subida es impresionante, con subidas de casi un 20% de desnivel y curvas de 180 grados. Parecía que íbamos en una atracción de feria, en la montaña rusa, porque además el conductor no iba despacio precisamente. En algún momento pensé que íbamos a volcar.

    

Peregrinos
 La verdad es que a veces te preguntas por qué no pasan más cosas, porque en realidad te estás poniendo en manos de unos chavales que van puestos hasta arriba de nuez de betel, que por una parte les despeja la mente pero por otra parte les provoca un buen colocón.
Es impresionante la cantidad de gente que masca betel en este país, hombres, mujeres, jóvenes, adolescentes.. lucen bocas rojas cual vampiros y a muchos les faltan casi todos los dientes debido a esta droga. Realmente resulta asquerosa.. entre los enormes escupitajos rojos que estucan los suelos de todo el país y esas bocas tan asquerosamente feas...no me los puedo imaginar besándose, mucho menos pensar en besarlos...buuufff...

   
Después de casi una hora de curvas, vaivenes, rampas y cuestas, el camión nos deja en un punto donde hay que seguir a pie. La pendiente de subida es espectacular y cuesta mucho esfuerzo subir. Para los que no quieren o no pueden subir por si mismos, por una asequible cantidad de dinero, cuatro paisanos te suben montado en un palanquín de bambú, como un marajá con sus porteadores.
El camino está flanqueado de tiendas de las cuales destacan especialmente las de medicinas chinas con unos caldos sospechosos preparados con escolopendras y una mezcla de maderas y de hierbas.

  
Dicen que es bueno para la piel. No me lo imagino, no suelen darme grima los bichos pero si hay uno al que le tengo bastante respeto y me da mucho repelús es precisamente la escolopendra. Que no cuenten conmigo para probar este caldo.
También tienen expuestas las cabezas de unos extraños ciervos, pieles de lo que parecen ser una variante asiática de ocelote o de jineta, y lo que es peor... en otra tienda encontramos las zarpas de varios osos negros asiáticos... en fin, vamos a acabar con todo, somos muchos y lo depredamos todo a nuestro paso. Ni que decir tiene que no nos dejan hacer fotografías.

   
Después de la tremenda subida llegamos a lo alto de la montaña y allí, entre nubes, muy cerca del cielo, brilla la gran roca de oro.
Al día siguiente me voy a recorrer uno de los numerosos senderos que se pierden por estas montañas. Alberto y Cecilia se han ido a Mawlamyine con la pareja de alemanes con las que me junté estos días. Yo decido quedarme un día más en Kinpun, se está bien y no me apetece correr más. Ya estoy en el tramo final del viaje y empiezo a tomármelo con más calma. Me despido de ellos, estuve muy a gusto en su compañía.

   
Tomo el sendero y dejo atrás la aldea. Empiezo a encontrarme con casas muy curiosas dispersas por el bosque, como un poblado selvático. Algunas son de madera, pero la mayoría están completamente hechas de bambú. Hace mucho, muchísimo calor , no dejo de sudar constantemente, estoy completamente empapado. El sendero es muy empinado y atraviesa bosques de bambú. Los extraños cantos de los pájaros acompañan la fatigosa subida.


El calor y la excesiva transpiración me dejan exhausto. Alcanzo un monasterio y descanso un rato a la sombra. No puedo seguir avanzando así, decido volver.

  
Para terminar de pasar el día decido coger una camioneta y me voy al pueblo Kyaikto, a 10 km. de la aldea de Kinpun. Es el lugar de paso obligado para llegar al desvío que conduce a la Roca Dorada. Los turistas pasan por allí, pero no se quedan. Enseguida me doy cuenta.

La sensación es extraña. Todos me miran, flipan conmigo, se vuelven y me miran descaradamente. Parece que nunca vieron un turista de cerca. Soy un bicho raro para ellos. Hasta ahora si saludabas a alguien te devolvían el saludo y te ofrecían una sonrisa, pero aquí están demasiado sorprendidos, no se les ocurre el devolverte el saludo, sus caras demuestran perplejidad, como si no fuera real el que estés ahí, como si fueras un personaje de la tele. Me empieza a incomodar un poco la situación.

  
Me recuerda a cuando eramos niños y en España no había inmigrantes. En la ciudad en que yo vivía había una base americana y de vez en cuando veíamos algún negro americano por nuestro barrio, no dábamos crédito, era rarísimo, el acontecimiento del día...  Pero ¡¡ si cuando llegaba la navidad y salían los reyes magos, Baltasar era un tío pintado de negro...!!  no había negros en España... bueno, y ver un chino, eso ya no era ni raro, directamente era imposible. Pues así me sentía yo aquel día. Algún estudiante de los que en ese momento salían del colegio aún se atrevía a decirme hello, pero la mayoría murmuraban y se sonreían al verme. A algunos niños pequeños les daba miedo y cuando me veían acercarme se metían corriendo a sus casas.
Andando, andando llegué a un estadio de fútbol y me invitaron a pasar o sea que allí me metí a ver qué había y todos los espectadores se me quedaron mirando jajaja.... que situación, tierra trágame jajajaja... Pero se acercó un futbolista que hablaba inglés a charlar un rato conmigo y ya empezó el partido y se olvidaron de mí, afortunadamente.
Perdí la última camioneta de vuelta al poblado y tuve que pillar una moto. Estos días me estoy moviendo mucho en mototaxi porque al estar solo es la manera mas práctica y económica para moverme.

   
La sorpresa me la llevé al llegar al hotel. Allí estaban Grego y Sonia, los chicos de Almería con los que estuve cenando la última noche que pasé en Bagan. Yo creía que eran pareja y resultaron ser hermanos. Nos fuimos a cenar juntos. Parece ser que voy a hablar más español de lo esperado, al menos por ahora.
A la mañana siguiente me encuentro a Alfons, de Manresa. Empezamos a hablar en inglés hasta que nos dimos cuenta de que los dos hablábamos español jajaja... parecía un chiste. El día de antes, el del tremendo calor, Alfons había subido a la Roca Dorada andando por senderos durante más de 5 horas y salvando los casi 1000 metros de desnivel, buff, que machada, parece que me estoy haciendo mayor.

 
Soy el único extranjero en el autobús a Mawlamyine. El paisaje empieza a tornarse más exuberante, muy verde, las montañas boscosas delimitan al fondo los campos de arroz y de sandías. Algunas partes del camino son realmente bonitas aunque sin ser ninguna maravilla. Pero es que los paisajes de este país no destacan especialmente, al menos en la zona que yo he visitado. Tenía otra idea del país. Lo mejor sin duda es su gente porque  paisajísticamente se queda escaso y los precios son mucho más caros que cualquier otro país del sudeste asiático.
Por fin  aparece el mar, aunque más bien parece un enorme río. Es el estuario del río Thanlwin cuyas aguas marrones cargadas de sedimento desembocan aquí, creando la isla de Bilu Kyun, conocida también como la isla del Ogro. Los barcos y ferries navegan bajo el enorme puente que une las dos lejanas orillas.


Después de tantas horas viendo campos, la imagen de semejante estuario rodeado de verdes montañas es bastante impactante. Al fondo la ciudad de Mawlamyine, camuflada entre del verde de los arboles y con su colina salpicada de relucientes pagodas doradas. La ciudad promete. Fue la capital de la Birmania británica y aquí vivió George Orwell durante varios años. También hay muchos hindúes y musulmanes y en las calles hay bastantes gopuram, los templos piramidales del sur de India, y también varias mezquitas.
Las dimensiones de la ciudad engañan y todo está mucho más disperso de lo que parece en los mapas... La primera impresión es que todo está lejísimos y que voy a tener que andar mucho. La configuración de la ciudad es algo extraña y en sus calles abundan los edificios coloniales ya decrépitos por el paso del tiempo y la falta de mantenimiento.

  
Hay enormes árboles por las calles pero no son suficientes para mitigar el intenso y húmedo calor. Es una pena que a pesar de tener el mar ahí mismo no haya ninguna playa, ya que la isla del Ogro hace de barrera al mar abierto y son las aguas del río las que se imponen en el estuario.
Caminando llego a la cima de las pagodas, el punto más alto de la ciudad y puedo apreciar la geografía del lugar. Las vistas son tremendas. Unos niños que vienen a curiosear me dicen que las montañas que se ven al fondo son Tailandia. Miro el mapa, seguro que si, la distancia que abarca la vista desde aquí arriba es enorme.
Abajo en la ciudad hay una prisión. Ocupa una gran superficie. Los barracones están organizados de forma radial, como Carabanchel o la Modelo, con sus tejados de zinc oxidados... el espacio entre pabellones está ocupado por huertos y con el zoom de la cámara puedo ver como los presos trabajan el huerto.

  
Por la noche me vuelvo a encontrar con Alberto, Cecilia y los alemanes. Me llevo una gran sorpresa porque pensaba que se habían ido, pero habían decidido quedarse una noche más en Mawlamyine y me alegré mucho de volver a charlar con ellos. Además empezaba a echar de menos poder hablar en español.
Al día siguiente me voy de excursión a la isla del Ogro, territorio del grupo étnico Mon. Decido irme en una excursión organizada porque me resulta más fácil que tener que buscar y organizarme todo el transporte por la isla teniendo un tiempo tan escaso. Lo único que tengo mala suerte es con los compis de excursión porque resultan ser 3 americanos y un sudafricano, que tienen un inglés bastante difícil de entender y además hablan demasiado rápido para mi. Me entiendo más o menos bien con los paisanos y los turistas europeos, pero con los americanos hablando entre ellos me resulta muy difícil. Bueno, al menos viene también un suizo con el que hablo algo, pero no es un tío de muchas palabras.

  
Era difícil moverse por el ferry, con todo este barullo
Cruzamos el estuario con un ferry bastante caótico. Está lleno de mujeres que portan bandejas con frutas y comida en sus cabezas. Otras muchas están sentadas por el suelo comiendo fideos, arroz, curries, las gallinas están atadas a las sogas del barco...los rincones llenos de sacos y de bultos embalados..parece un mercado. Tardamos una hora en llegar a la isla. Es muy exuberante, la vegetación tropical y los poblados Mon entre la selva. También hay muchas plantaciones de caucho y de arroz en los sitios abiertos. La combinación de poblados, cultivos y selva es muy armoniosa.


  
Visitamos las plantaciones de caucho y vemos cómo recogen el látex y lo cuecen, lo colorean y lo untan en una especie de cilindros de madera que me recuerdan a las patas de las mesas. Es el molde, ahí se seca el látex y extraen los cilindros de colores que luego colocan en unas rudimentarias máquinas cortadoras de poleas, y trocean los cilindros de látex transformándolos en gomas elásticas. Es impresionante, hay millones de gomas de colores que parecen montañas de fideos multicolores. En la zona también hay hogares que se dedican a la fabricación de cuerdas y alfombras hechos a base de fibra de coco. Las fábricas son del tamaño de una casa, dando trabajo a los miembros de la familia.
En otras casas fabrican pizarras de piedra para los escolares, en las cuales se escribe con los mismos recortes de la piedra que se usan a modo de tiza. Muy curioso.
Luego vemos cómo fabrican artesanalmente diversos objetos sencillos de madera como bastones y pipas de fumar. El ambiente que se respira en los poblados de la isla es de lo más agradable.

  
Con el tuk-tuk primero y después con el enorme camión Chevrolet de 60 años vamos recorriendo la isla y llenando de bellas imágenes nuestras retinas. Flores de loto crecen en las lagunas, caen las gotas del látex en las vasijas, los búfalos tiran del arado en el arrozal, de la casa de madera nos llega una sonrisa, hello dicen los niños al vernos pasar, la moto que nos quiere adelantar piii, piii, piii....déjame pasar y cae la gota de látex, piiii piiii piii aún no he podido pasar. Explosión de verde y blanco, la salida del colegio, el uniforme nacional, una riada de colegiales sobre bicicletas, largas cabelleras de azabache se derraman sobre el blanco inmaculado de sus camisas, faldas y pantalones verdes. La gallina y sus pollitos junto a las casas, la abuela cortando el bambú con su machete, hello nos vuelven a llamar, los cebúes rumian la hierba y los pájaros rebuscan en sus jorobas. Las palmeras recortando el horizonte, los monjes andando descalzos por el arcén, miradas furtivas enmarcadas de amarillo de thanaka desde las casas, hello, hello, hello... se repite sin cesar.

 


Llegamos al embarcadero, toca volver en un ferry de barcaza, subidos en el techo entre motos y paisanos. Los gigantescos y verticales cúmulos con forma de coliflor traen el recuerdo de tormentas lejanas. El cielo se tiñe de naranja y las caras se llenan de sombras. Al fondo aparece la ciudad, abrazada por el verde. En lo alto relucen las pagodas doradas, se respira paz, todo está bien.

                            


domingo, 18 de noviembre de 2012

Objetivo Birmania 5 : La llanura de los cuatro mil templos



    Los hornos no dejaban de cocer ladrillos ni de día ni de noche. A la zona habían llegado los mejores arquitectos, albañiles y artesanos del reino.  El rey Anawratha recientemente se había convertido al budismo y decidió construir algo digno de la enorme vocación que había encontrado.
Cada dos semanas se empezaba a construir un nuevo templo y durante los 200 años que duró este periodo constructivo se levantaron más de 4000 templos, pagodas y otras edificicaciones de las cuales muchísimas han llegado hasta nuestros días.
La construcción de los templos de Bagán duró desde el siglo XI hasta el XIII.

  
En la gigantesca llanura del río Ayeyarwady no hay rocas. Sólo los enormes depósitos arenosos que el río ha depositado durante millones de años en su descenso desde los Himalayas birmanos que lo vieron nacer. Año tras año, las ingentes cantidades de sedimentos que va arrastrando el río van formando enormes islas arenosas que desaparecerán e irán cambiando de ubicación con las nuevas crecidas del río, hasta que finalmente toda esa arena llegue a su destino final: el delta del Ayeyarwady. Toda la roca descompuesta de la cadena del Himalaya, se verá reducida a fina arena al final del viaje y será depositada en la desembocadura del río, creando tierra nueva, ganándole espacio al mar poco a poco.
Pero toda la llanura central del país se compone de esta fina arena y al no haber otro material de construcción los templos se hicieron de ladrillo y estuco. Unos, grandes y hermosos y otros más modestos, pero todos con el mismo fin, honrar al nuevo dios.

 
Yo estaba contentísimo. Había llegado a mi destino más preciado en Birmania. Fue al ver la imagen de estas innumerables pagodas de ladrillo rojo sobresalir desperdigadas por la llanura verde cuando se encendió una chispa en mi cabeza. Era un lugar especial, un sitio único, un lugar de los que me gustaría ver en mi vida. Y por fin había llegado. Estaba allí, estaba dentro de la postal con la que tantas veces había soñado....





Para llegar hasta allí nos lo tomamos con calma, no había prisa. El primer día volvimos de Hsipaw, la ciudad indígena de las montañas, la capital de los pueblos Shan. Allí fue donde vivimos el terremoto.
  
   
Atravesando el sobrecogedor viaducto
Cogimos el tren pues nos apetecía probar otro medio de transporte y decían que el trayecto hasta la estación de montaña de Pyin U Lwin era bastante bonito.  La verdad es que no fue nada del otro mundo pero si que hay un punto digno de ver... el estremecedor viaducto de Gokteik...
Antes de llegar a Pyin U Lwin el río ha tallado un profundo y ancho desfiladero  y cuando se creó esta línea férrea en 1901 los ingenieros de la época diseñaron este largo viaducto de 700 metros de longitud y una enorme caída al vacío. Impresiona verlo cuando el tren toma la curva antes de avanzar hacia él. Ahí reduce al mínimo su velocidad y entra al viaducto realmente despacio... el viaducto no tiene ninguna protección lateral, no hay arcos, ni barandas, ni tirantes.... solamente son los raíles de la vía apoyados sobre las columnas que lo sustentan... toda una obra de ingeniera en su época, pero que da mucho respeto hoy en día.. El tren avanzaba despacio y el suelo desapareció de repente, estábamos a muchos metros de altura sobre el barranco cubierto de bosques, más abajo aún estaba el río.
La gente sacó sus cámaras y empezó a hacer fotos de tan pintoresco lugar. Pero el jaleo inicial pronto se convirtió en silencio total. El miedo se sentía en el aire y hasta se podía oler a caquita... Se hicieron interminables los minutos que el tren demoró en recorrer lentamente los 700 metros de aquel vertiginoso y aéreo trayecto.
El tren era todo menos suave y sus movimientos eran de vaivén y de traqueteo, pero al final llegamos hasta la estación que habíamos elegido para dejar el tren y allí supuestamente íbamos a pillar un autobús que en una hora nos llevaría a Mandalay.

  

Típico transporte pick-up, en este caso un camión
 El supuesto autobús no era otra cosa que una furgoneta pick-up de esas en las que habíamos visto viajar a los paisanos tantas veces, siempre abarrotadas de gente, con personas sobre su techo y otros por fuera y de pie en la parte trasera... jajajaja... no podía ser, pero si, así es como se viajaba aquí y si queríamos ir a Mandalay en relativamente poco tiempo es lo que tocaba.
La verdad es que aparte de la incomodez nos reímos muchiiiiisimo y lo pasamos muy bien. Esther y yo  nos metimos dentro y teníamos que ir con la cabeza agachada para no darnos con el techo tan bajo y las mujeres que iban dentro se reían y hacían gracias con nosotros. Nos reímos muchísimo. A Alberto lo dejamos en la parte de arriba sentado sobre unos sacos de ajos en compañía de dos monjes budistas. Me acordé de él porque pensé que arriba y en marcha tenía que hacer bastante frío.


 En una parada que hizo el bus para que fuésemos al baño bajaron tres personas completamente tapadas de rojo, dos eran los monjes, el otro era Alberto que se había puesto una capa de lluvia roja y que parecía que la iglesia le había convencido para que siguiera sus pasos...se camuflaba perfectamente con sus acompañantes...







   Volvimos a la conocida Mandalay, con sus ruidos y sus humos, atrás había quedado la tranquilidad de las montañas de Hsipaw, pero es que al día siguiente debíamos coger un barco que nos llevaría siguiendo el río hasta Bagán, nuestro siguiente destino.
Era un barco bastante grande y lleno de turistas, allí coincidíamos los viajeros que íbamos por libre y los grupos organizados de turistas.
Fue una travesía muy agradable, lenta y perezosa como el gran río.

Fluíamos lentamente, cruzándonos con barcos de carga, con botes de pesca, con algún que otro ferry de viajeros locales y allí siempre a lo lejos, en la orilla o en las islas cercanas, siempre encontrábamos algo de vida, un asentamiento, unas cuantas cabañas fugaces que ya no podrán seguir ahí en la próxima crecida, los búfalos de agua bañándose en las orillas del gran río...


 Y así poco a poco, monótonamente pasaron las horas y tras 9 horas de navegación llegamos a la gloriosa Bagan, mi última etapa en compañía de estos chicos.

El tiempo no se portó demasiado bien. El primer día estuvo completamente nublado pero el segundo día estuvo lloviendo intermitentemente durante todo el día, a veces con bastante intensidad.







 
Alquilamos unas bicicletas y con ellas nos dedicamos a explorar los tres grandes asentamientos de templos que se extienden sobre una extensión de  40 kilómetros cuadrados. No sabes por dónde empezar, porque de las carreteras principales salen innumerables caminos arenosos que llevan a los pies de grupos de templos. Es laberíntico, una vez que sales de la carretera hay cientos de caminos que se entrecruzan para llevarte a los distintos lugares. Llega un momento en que pierdes la orientación. Era maravilloso, estaban por todas partes. Pronto nos dimos cuenta que cada uno de los tres llevaba su propio ritmo de exploración por lo que mejor sería separarnos y verlos cada uno a nuestro aire. Alberto estaba más interesado en buscarse alojamiento y transporte para volver a Yangón que en los templos en sí mismos y Esther y yo nos perdíamos constantemente y era mejor que cada uno se tomase su tiempo en observar lo que más le gustase. O sea que los dos días en Bagán estuvimos cada uno por nuestra cuenta.


 
  Ver por dentro algunos de los mejores templos y pagodas era realmente interesante. Algunos estaban profusamente ornamentados, otros eran más sencillos, se podían distinguir las distintas etapas y como con el paso del tiempo se fueron perfeccionando e incorporando técnicas arquitectónicas traídas desde India. Las esculturas y los frescos que adornaban sus muros, los restos de estucos que un día adornaron sus paredes...
Pero a mí lo que en realidad me gustaba era subir por las empinadas escaleras que permitían en muchas de estas pagodas subir hasta arriba, hasta lo más alto del zócalo desde el que arrancaba la estupa.
Desde ahí arriba, por encima de la línea de los árboles podía ver como cientos y cientos de estupas sobresalían con sus torres rojas conformando uno de los paisajes humanos más irreales y fantásticos que uno pudiera imaginar. Estaba allí viendo esa imagen que tanto había deseado contemplar. La luz no acompañaba, no era el sol el que alumbraba aquella escena haciendo brillar el rojo y el verde, sino la luz difusa del cielo cubierto, suavizando las sombras de las formas de los templos y difuminando la imagen hacia el horizonte. No era como yo lo había imaginado, pero igualmente estaba allí disfrutando de ese estupendo espectáculo.

 
Por fin pudimos quedar y conocer a Catherine, una chica que viajaba sola y con la que había contactado en el foro de Altair  y que por un día de diferencia no habíamos podido quedar todavía con ella. Iba a estar menos tiempo que nosotros y llevaba un plan de viaje muy apretado al igual que Esther por lo que era imposible demorar ese día de diferencia sin que nadie saliera perjudicado. Pero al final conseguimos quedar una tarde que coincidíamos en Bagán y conocí a esa persona con la que me había escrito e intercambiado información y que de una manera u otra también había influido en el desarrollo de nuestro viaje. Resultó ser encantadora y a la noche siguiente volvimos a quedar a cenar con ella y con otra chica española que también apareció por allí, Esther. Y cuando estábamos cenando los 5 también apareció una parejita de Almería que conocía Esther y se unieron a nosotros. O sea que allí estábamos, 7 españoles cenando juntos, cada uno de un rincón del país pero todos unidos por aquella noche junto a una mesa en Birmania. Aquella noche tan acompañado y en pocas horas me quedaría solo...

 

Los Chinthe, centinelas de los templos, mitad león, mitad dragón
 Nos despedimos de Alberto, él ya se iba por libre a Yangón para volver a Bangkok como había estado planeando todo el viaje. En realidad él no estuvo metido nunca en el viaje a Birmania, pues siempre andaba pensando y hablando en los próximos viajes que haría o en si se quedaría aquí o se iría allá, una pena.
Era el último día en que estaría con Esther y decidimos alquilar un taxi y visitar el Monte Popa, el hogar de los Nat, los espíritus protectores de Birmania. Cuando trazamos la ruta final que íbamos a llevar dejamos el monte Popa de comodín, por si nos hacia falta el día para otra cosa. Pero finalmente íbamos a poder cumplir el plan previsto y ver todo lo que nos habíamos propuesto. Todo iba magníficamente.
Por el camino vimos cómo todavía sacaban el aceite de cacahuete con molinos artesanales movidos por bueyes. O cómo trepaban por las palmeras azucareras y cortaban las flores machos y recogían la dulce savia del árbol, la cual luego dejan solidificar y forman unos curiosos y característicos azucarillos marrones muy empalagosos.
 
   
Extrayendo el aceite de cacahuete
El terreno fue cambiando y por fin dejábamos la llanura arenosa del Ayeyarwady atrás. Empezaban a aparecer montañas otra vez y tras unos cuantos kilómetros el Monte Popa apareció en todo su esplendor. Era imponente. El antiguo cráter donde se levanta está cubierto de vegetación y sobre un monolito rocoso de unos 200 metros de altura se levantan los templos hogar de los Nat.
Los Nat son los antiguos dioses de los birmanos. Son espíritus que viven en los árboles, en las montañas, en el agua y que protegen o castigan y poseen a los humanos o les ayudan a conseguir lo que quieren.
Pero cuando el rey Anawratha se convirtió al budismo (el que empezó a construir los templos de Bagan) decidió eliminar el culto a los Nat y destruyó sus templos. Pero la población no se inmutó y siguió adorando a los Nat construyendo templos en sus hogares. El rey que vio que iba a perder esta batalla fue astuto y añadió un nuevo Nat a los 36 ya conocidos. Este nuevo Nat fue designado como el rey de estos espíritus y además adoraba a Buda...por el que el plan del rey funcionó y los Nat quedaron subordinados al budismo. Como todas las religiones, esta no iba a ser menos y se apropió de cultos ancestrales y los transformó para adaptarlos a sus nuevas creencias.

  
El Monte Popa, hogar de los Nat
La visita fue muy interesante. Las largas escaleras están flanqueadas por montones de monos, macacos bastante pedigüeños y con muy poca vergüenza como suele ser habitual en estos monos que viven con y del hombre. Normalmente iban a lo suyo, buscando una comida fácil, un descuido de alguien que deja algo momentáneamente, las madres mono dan de mamar a sus cachorros pacificamente, pero alguna vez sale algún mono más macarra y uno se puso un poco pesado con Esther y como parece ser que estos monos se crecen con el que les tiene algo de miedo pues... me tocó intervenir y amenazarlo a lo que él respondió con otra amenaza hacia mí, pero como casualmente había una escoba por allí, la agarre y en cuanto le amenacé con darle un escobazo se tranquilizó el animalito... La gente que trabaja allí va con un tirachinas y con un par de piedras, y los vendedores de frutas y dulces tienen que estar alerta y tienen un palo a mano, aun así, siempre consiguen robarles algo de fruta.
La visión desde lo alto del monte era enorme, las montañas enmarcaban la enorme planicie del río Ayeyarwady y el viento movía y hacia sonar la multitud de campanillas que adornan los remates de las estupas, las llamadas sombrillas. Era una sensación muy agradable, aunque el viento era frío. Ya descubrí de dónde viene la expresión viento en Popa..
Estábamos en uno de los lugares más venerados del país y aunque en lo alto de la cumbre todos los templos están inexplicablemente dedicados a Buda, abajo hay una sala donde tienen una representación de los 37 Nats,  una representación mucho más humana de lo que uno se pudiera imaginar.

  
Pero el tiempo pasa y todo se acaba. Cogimos el autobús que nos llevaría a Esther y a mí de vuelta a Yangón. Eran nuestras últimas horas de viaje juntos. Con la llegada a la estación de autobuses cada uno seguiría su camino. Ella se quedaba allí, mañana tendrá su vuelo a España, de vuelta a su vida diaria, junto a su queridísima hija a la que no ha olvidado en ningún momento. Gracias Esther, gracias por compartir este viaje conmigo, has sido una estupenda compañera  y has enriquecido mi viaje con tu inteligencia, tu sensibilidad y tu buen humor. Te echaré de menos en esta nueva etapa que comienza para mí.
Yo en la estación de Yangón tomé otro autobús que me ha traído hasta Bago, una ciudad que está en la ruta hacia el sur que voy a tomar en esta última semana que me queda antes de volver a Yangón para esta vez sí, volver a Bangkok  también a esperar mi vuelo de vuelta a España.
Nada más llegar al hotel en Bago encontré a un chico español, que también se llama Alberto. Está con Cecilia, una chica alemana con la que vive en Madrid. Nos hemos juntado y hemos alquilado un tuk tuk los tres para que nos llevase a ver los puntos más interesantes de la ciudad, una enorme boa de 118 años de edad y más de 200 kilos de peso que se supone es la reencarnación de un monje superior. La verdad es que es un animal impresionante, enorme, gordísimo y de unos 7 metros de longitud. Menos mal que lo tienen bien alimentado a base de pollos porque te metes en una habitación con ella y no puedes salir hasta que el animal se aparta de la puerta... y se toma su tiempo para moverse.

  
Entre otras cosas hemos visto varias estupas muy impresionantes, de estilos muy diversos y una de ellas era muy, muy parecida a la Shwedagon Paya, la gran pagoda de Yangón y su centro espiritual y cultural. Aunque la de hoy, es bastante más alta, le saca nada más y nada menos que 40 metros de altura. De esta ciudad, Bago, se dice que es como un parque temático budista y doy fe de ello. Hemos ido a visitar un monasterio, uno de los más importantes del país justo a la hora de comer. Allí, varios cientos de monjes comían en mesas redondas que se multiplicaban hasta el fondo de la sala, dándole un aspecto calidoscópico y muy simétrico al lugar. Comían en total silencio, semejante cantidad de personas y no hacían ruido ninguno, llamaba mucho la atención. Las dimensiones de los cacharros de cocina y de los fogones de leña eran tremendas y luego cuando han acabado, se han levantado y en silencio desfilaban a dejar sus platos y se perdían por el patio del monasterio hacia sus quehaceres.

 
Cecilia, diminuta junto al gran Buda de Bago
Y otro de los platos fuertes de la ciudad, era, como no, una figura de un buda tumbado. La diferencia es que esta enormidad media ni más ni menos que 76 metros largo por 15 de alto y está tumbado a cielo abierto y pintado de bellos colores. Era muy sorprendente ver una figura tan grande, me sentía como en el libro de los viajes de Gulliver, eramos enanitos a su lado...
Por la tarde recorrimos el mercado, con sus olores nauseabundos de pescado deshidratado, frutas fermentadas sobre el suelo de tierra, carnes llenas de moscas, pescados de río de aspecto extrañísimo, pero eso si, la inestimable sonrisa de sus vendedoras. El mejor patrimonio que tiene este país sin duda es la bellísima sonrisa de sus gentes.

  
Ambientillo callejero
Había un extraño ritual en el mercado. Cuatro personas movían el cuerpo de dos toros de tela que iban desfilando por las calles dando cornadas al cielo, mientras una banda musical de lo mas extraño les seguía aporreando timbales, cantando y tocando una guitarra eléctrica que atronaba por los altavoces caseros en forma de trompeta que usan en este país. Realmente son atronadores, cada vez que pasa un camión de los que acompañan a las numerosas comitivas de bodas que hay en este país, tienes que taparte los oídos, pues el volumen que desarrollan estas trompetas-amplificadores es realmente brutal.

Mañana vamos a ver el Monte Kyaiktiyo, la Roca Dorada. Una roca dorada por las láminas de oro que pegan los peregrinos sobre su superficie y que se balancea peligrosamente sobre el abismo, sujeta tan solo por unos cuantos pelos de Buda.... la visita promete
Dirigiendo al coro de Budas