lunes, 24 de octubre de 2011

Diario de Bulgaria 3: Un vistazo al Mar Negro‏

Veliko Tarnovo sobre la hoz del río
    30 de Octubre de 2010

La fina lluvia se fue transformando poco a poco, casi sin darnos cuenta, en fina nieve. Nuestro autobús iba subiendo las montañas, rodeados de bosques dorados y amarillos, que se fueron volviendo blanquecinos según la altitud iba transformando la lluvia en nieve. Cuando llegamos a lo alto del puerto y el autobús paró para que tomáramos café, el paisaje se había vuelto completamente navideño. Bajando el puerto, el dorado se fue haciendo dueño de los bosques de nuevo.
Llevaba más de 24 horas lloviendo, no demasiado, era una especie de frío chirimiri, pero era suficiente para limitar nuestra visita a Veliko Tarnovo. Era un día de los que apetece estar en casita, delante de una chimenea leyendo un libro. Pero estábamos allí y había que aprovechar el tiempo, o sea que nos dedicamos a pasear por la ciudad antigua, con sus calles empedradas y casitas bajas con aleros que se tocaban unos con otros y balcones de madera llenos de plantas y de ropa puesta a secar.


 El humo de las chimeneas llenaba las calles con olor a madera quemada. De vez en cuando entrábamos en algún bar a tomar algo y descansar de la lluvia.
Al día siguiente nos fuimos a Burgas, una ciudad de la costa del Mar Negro y que ha sido nuestro campo base durante dos días, para ir a visitar poblaciones cercanas.
Fue al atravesar las montanas en dirección sureste de Veliko donde nos encontramos las montañas nevadas. Esa misma noche estaríamos pisando la arena de la playa, eso si, pertrechados con gorro, bufanda y guantes, pues soplaba un viento glacial. Al menos había dejado de llover.
Al principio Burgas nos pareció una ciudad sin demasiado encanto, muy industrial, con las grúas del puerto y los grandes depósitos de combustible dominando el horizonte. Pero una vez instalados, empezamos a pasear por sus calles y descubrimos su vida cotidiana. Calles comerciales peatonales repletas de tiendas de ropas de marca, cafeterías, restaurantes, mucha gente muy guapa y vestida de marca, y con edificios de estilo neoclásico pintados de llamativos colores. Entre sus plazas podíamos encontrar iglesias ortodoxas, centros comerciales y hoteles de lujo. Se estaba bastante bien y era un lugar para visitar la cercana Nesebar y la reserva de aves Poda.

Por la noche vimos un poco la vida nocturna de la ciudad, la gente cenaba en las Mejanas, que son las tabernas tradicionales de estilo rústico, todo madera y piedra y bonita decoración de herramientas tradicionales. Los manteles y servilletas de tejidos tradicionales, vamos, como el restaurante “El fuelle” de Zaragoza, pero con muchísimo más encanto.

Allí te preparan todo estilo de comidas, con una pinta buenísima, te lo comerías todo. Pero su especialidad son los asados. La gente se reúne en grupos y se dan auténticos festines. En todas las mejanas que hemos estado hay un pequeño grupo de músicos que toca temas de todo tipo, desde temas populares hasta temas de Eric Clapton o Joe Cocker. Joder, no me extraña que les guste tanto, se está de maravilla. Allí conocimos a unas chicas que hablaban italiano y ya nos unimos a su mesa. Y salimos un poquitos tocados del ala, pues nos enseñaron lo que se bebe en Bulgaria, la raquia, una especie de orujo que se acompaña con un yogur muy líquido. No es que sea mi bebida favorita, pero vaya, ahora entiendo como combaten el frío. Luego bailan todos juntos y parece ser que se lo pasan estupendamente.

Burgas está rodeada de 4 grandes lagos, alguno marino y los otros de agua dulce, y sus 9500 hectáreas de lagos la convierten en el mayor humedal de Bulgaria. Eso implica que tiene muchísimas especies de aves como pelícanos blancos, pelícanos dalmatianos, espátulas, avocetas, garzas, etc... hasta un total de 255 especies de aves. Y visitar esa reserva era uno de nuestros objetivos.
Pero primeramente fuimos a la cercana ciudad de Nesebar, situada a 37 kms. al norte de Burgas y declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Típica calle de Nesebar

L
o que originariamente era una pequeña isla rocosa, hoy ha sido unida por un espigón con carretera a la ciudad nueva que está en tierra firme.
En esta pequeña isla los griegos fundaron una ciudad llamada Mesembria en el año 580 A.C. Después, debido a las hostilidades de la cercana Apolonia (hoy Sozopol) decidió dejarse invadir por los romanos que parece ser eran mejores invasores que los Apolonios. Más tarde formó parte de Bizancio, luego fue invadida por los Búlgaros, y más tarde todavía por los Turcos. Finalmente dejó de ser un puerto obligado en la ruta comercial del mar Negro debido a la competencia de ciudades como Burgas y Varna. Hoy vive prácticamente del turismo.
Es un bonito pueblo con casas muy pintorescas de madera oscura como el chocolate y grandes aleros que prácticamente se tocan unos con otros. Las calles empedradas y los túneles de vegetación terminan de ambientar esta villa. Entre sus calles encontramos restos romanos y griegos, pero lo que realmente la hace destacar son los restos de las más de 80 iglesias bizantinas que llegó a tener en su momento de mayor esplendor. Estas iglesias de roca muy clara, con arcos y líneas de ladrillo caravista rojo y cenefas de discos cerámicos verdes son su verdadero tesoro.

Una de las numerosas iglesias bizantinas de Nesebar
La verdad es que es una visión muy bonita encontrártelas cuando sales de las estrechas calles de madera, dominando las plazoletas. Puedes pasear alrededor de la costa de esta isla y en apenas una hora habrás rodeado la isla completamente. El Mar Negro estaba bastante picado y potentes olas rompían contra el espigón rocoso que bordea prácticamente toda la isla. Por fin hacia sol y aunque soplaba el viento se estaba muy bien. Allí pasamos el día enterito.
La costa del Mar Negro está en plena expansión urbanística, lo que pasó en todo el litoral mediterráneo español está ocurriendo ahora en Bulgaria. Los precios sin competencia del país atraen a hordas de turistas, la mayoría alemanes, y eso se traduce en más hoteles y apartamentos, pero es que con los precios del país muchos turistas se han lanzado a comprar una segunda vivienda, o casa de vacaciones en esta costa, y eso está produciendo la rápida destrucción de lugares hasta no hace mucho vírgenes. Si es que hasta mí me dan ganas de comprarme una casa cuando veo los precios en las inmobiliarias. No sé, no sé, tendré que pensar en ello, si me la dieran a esos precios y me la llevaran a Zaragoza.... ja,ja,ja...
Detalle de una fachada

Pero ahora la temporada baja ha llegado a la costa, y la bulliciosa Nesebar esta ahora en plena hibernación. Ventanas cerradas, comercios, hoteles y restaurantes cerrados. De los que solo sabes de su existencia por sus carteles anunciadores que rompen la estética de las casitas de madera. Apenas unos pocos comercios mantienen sus puertas abiertas para el puñado de turistas que aún llegamos, pero pronto cerraran. Ahora el turismo masivo se traslada a las montañas, donde empieza la temporada de esquí. Es el otro polo de expansión inmobiliaria, muchísimos turistas están comprando casas en los pueblos cercanos a las cada día más abundantes estaciones de esquí. Aquí puedes comprar una casa de montaña con terreno por apenas 10.000 euros. De ahí para arriba claro.

En la reserva de aves Poda
 Y el turismo agresivo vuelve a invadirlo todo. Eso crea un gran conflicto en las gentes del país, los conservacionistas se echan las manos a la cabeza, pero don dinero manda y de momento nada parece hacer creer que esto vaya a parar. Una pena, es la gallina de los huevos de oro.

Hoy estuvimos en la reserva de aves Poda. Apenas a las afueras de la ciudad encuentras los lagos, grandes extensiones de agua salobre invadidas en todo su perímetro por carrizales. Hemos visto multitud de cormoranes, cisnes, ánades, garzas y aves cantoras. Pero los pelícanos se han hecho de rogar, hasta que prácticamente no nos íbamos a ir no han aparecido. Se ve que debían estar pescando en el mar y alguno con la tripa llena ha vuelto a los lagos para descansar. Apenas hemos visto 7 pero ha valido la pena la excursión. Poder salir de la ciudad y volver en autobús urbano para sumergirte en un humedal de esta envergadura no tiene precio.
Pelícano dalmatiano en pleno vuelo

La tarde la hemos pasado en la playa urbana de Burgas, que aunque no tiene demasiado encanto, estaba llena de gente paseando (con abrigos claro, no creáis que en bañador). Está bordeada de un extenso parque boscoso a lo largo de toda la costa. En el parque encontramos kioscos de música, terrazas, monumentos, instalaciones deportivas, la verdad es que lo tienen muy bien montado. Me imagino en verano, salir del tostadero de la playa y apenas ahí al lado, penetrar en la sombra fresca de este inmenso parque boscoso.

Bueno, mañana nos marchamos ya de la costa y volvemos al interior y a las montañas, a la ciudad de Plovdiv, la segunda ciudad del país.
Al caer la noche las iglesias cobran otra dimensión

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