lunes, 3 de octubre de 2011

Diario de Bulgaria 1: El otoño del este


26 Octubre 2010

El aeropuerto Baneasa de Bucarest ya no tenía mucho secreto para mí. Sabía que en las afueras esperaban decenas de timadores, ganchos de hoteles caros y malos, taxistas piratas sin escrúpulos y aunque alguno me siguió dándome la brasa para que me fuera con ellos, yo seguí recto sin hacerles ni caso. Había decidido ir a la ciudad en autobús urbano y cuando iba a cruzar la autopista para llegar a la parada del autobús, un taxista con cara de bonachón me ofreció un precio muy bueno al que no me pude resistir, por llevarme a la ciudad.


El Arco del Triunfo de Bucarest
  La noche era fría y atravesamos el Arco del Triunfo que engalana esta parte  de la ciudad. El paisaje urbano me era muy conocido, hacía apenas 3 meses que había estado aquí. Fui directo al Magic Grand hotel para encontrarme con mi compañera de viaje, Paqui, que había llegado 12 horas antes procedente de Madrid y sabía que no le hacía mucha gracia pasar el día allí sola, me lo había dicho en las largas conversaciones telefónicas que habíamos tenido antes de volar aquí. A ella la habían dejado colgada una semana antes, pensaba irse a Camboya y su compi de viaje desapareció de repente. Luego contactó conmigo y en un par de días se decidió a cambiar de destino y venirse a Bulgaria y ahora nos íbamos a conocer en persona.
    Se alegró mucho de verme pues no había tenido muy buen día. Yo también me alegré mucho porque apenas una semana antes mi plan era viajar en solitario, y la verdad, no me apetecía demasiado pues aunque esta vez el viaje sólo duraría dos semanas, quizás sería demasiado tiempo para estar solo si no conseguía comunicarme regularmente con los paisanos. En fin, que me alegré mucho de no tener que venirme solo y hacerlo con alguien con quien había bastante afinidad.
   El centro de  Bucarest estaba muy animado a pesar del frío reinante. La plaza Unirii con sus múltiples y enormes pantallas luminosas sobre las paredes de grandes centros comerciales te llevaba a un paisaje futurista, una mezcla de Tokio y de Picadilly Circus.
    Multitud de gente bajaba a la zona de Lipscani a cenar y a salir de copas. Un desfile de cuerpazos embutidos en ceñidas vestimentas y sobre altos taconazos iba de aquí para allá. Largas cabelleras rubias como el platino frente a pelos azabaches. Dios, pero qué guapas y tremendas están las mujeres de Bucarest.
  

Iconografía ortodoxa a la entrada de una iglesia
  
Beatas ortodoxas en un puesto callejero
 Intentamos averiguar a que hora salía el autobús que llevaba a Bulgaria, pero nadie sabía decirnos. Si que dimos con el sitio, pues es un parking frente al hotel Horoskope en plaza Unirii. Pero cada vez que alguien sabia de la existencia de este autobús te decía una hora distinta que el anterior, por lo que no sacamos nada en claro. El domingo por la mañana volvimos a intentarlo y al final tuvimos que desistir pues la gente solo conseguía confundirnos más con los horarios. Nos presentaríamos allí el lunes y que fuese lo que fuese, luego nos enteramos de que también teníamos la posibilidad de cruzar la frontera en tren, en el expreso que une Bucarest con Estambul. O sea que por lo menos teníamos un plan B.



Palacio presidencial de Caucescu
el segundo edificio más grande del mundo tras el Pentágono

    El domingo lo dedicamos a recorrer Bucarest, el Palacio del Parlamento, que es el segundo edificio mas grande del mundo después del Pentágono, construido por el dictador Caucescu que después moriría en la revolución que se levantó contra él y que devolvería a Rumania a la democracia tras caer el Telón de acero. Vimos monasterios ortodoxos, con sus frescos bizantinos en los muros, con su colección de extraños personajes desde los sacerdotes con grandes barbas vestidos de negro, hasta las señoras con el cabello cubierto por pañuelos que se arrodillan y no paran de hacer las genuflexiones ortodoxas.




   Paseamos por los grandes y exuberantes parques de Bucarest, con enormes lagos que cuando llega el invierno se congelan y se llenan de patinadores sobre hielo. Los verdes parques que tanto me habían gustado este verano pasado ahora estaban en su momento más glorioso, el otoño los había tocado con su dedo, y el verde se había convertido en multitud de tonos amarillos, marrones, rojizos, rosáceos. Era un enorme placer pasear por allí. A diferencia de lo que se hace en nuestros parques, allí no se recogen las hojas del suelo y una espesa alfombra de hojarasca cubre el césped dando la impresión de que estas paseando por un bosque. Muchísima gente paseaba por allí y las barcas recorrían el gran lago, los patinadores iban de allá para acá todavía sobre el asfalto, esperando a que el frío les permita cambiar las ruedas de sus patines por las cuchillas para el hielo.


La gente hace mucha vida en los grandes parques de la ciudad

Cuando llegaban bandadas de pájaros a los árboles había que tener cuidado, porque hacían caer multitud de grandes avellanas que se estrellaban contra el suelo como piedras, con el consiguiente peligro para tu cabeza. Un ecuatoriano tocaba en el parque (si, parecía una continuación de las fiestas del Pilar) y un montón de chicas rumanas cantaban las canciones en perfecto español y además bailaban al unísono una coreografía seguramente sacada del canal telenovela en español. Era una cosa rara y bastante divertida. El humo de asadores y barbacoas se mezclaba con la neblina que traía la caída del sol.
    Como la noche no era excesivamente fría hasta nos atrevimos a cenar en una terraza al igual que hacen ellos. Se notaba menos movimiento que la noche anterior pero aun así los bares de copas estaban llenos de gente que cantaba y bailaba sin pensar que al día siguiente tendrían que ir a trabajar.
     Los parques de Bucarest tienen mucha vida en otoño.
Piatza Unirii, en el centro de la bulliciosa Bucarest

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