lunes, 23 de septiembre de 2013

Un viaje a Nepal: 3 Por los caminos de los Himalayas

El gran Annapurna I desde Ghandruk, con sus 8.091 m. de altura


Al final voy a hacer el trekking denominado Ghorepani - Ghandruk, que se hace en 5 días y 4 noches.

Día 1 Nayapul - Ulleri

En el autobús que nos lleva desde Pokhara a Nayapul, desde donde se empieza el trekking, me junto con Holm, un alemán que también va solo y decidimos que iremos juntos. El chaval se ve muy majete y me entiendo muy bien con él. La cosa promete. Lo malo es que después, al inicio del camino nos juntamos con dos irlandeses, Conord y David, y para mi la comunicación se vuelve más difícil, pues me cuesta bastante entender su acento irlandés y además hablan muy deprisa.

  
El paisaje es grandioso, por el fondo del valle discurre un río tremendo, lleno de enormes pozas cristalinas, menudas truchas gigantes tiene que haber ahí dentro, si pudiera, o si vengo otra vez me traeré una caña de pescar y unas cuantas cucharillas, no creo que los peces de aquí conozcan esos artilugios y seguro que pican bien. Con el calor que hace de buena gana me daría un baño, pero tengo unas 6 horas de caminata hasta Ulleri y 1000 metros de desnivel que salvar.
Esto es como el Pirineo pero a lo grande, todo tiene unas dimensiones gigantescas, los ríos, los bosques, las montañas...Hace muchísimo calor, voy completamente empapado de sudor y me lo empiezo a tomar con calma. Poco a poco me voy separando de estos tres chicos, me apetece disfrutar de lo que voy viendo y de las sensaciones y con ellos no puedo hacerlo, porque aparte de que son bastante más jóvenes que yo y andan tan deprisa que parece que estén haciendo una competición, además tengo que estar todo el rato esforzándome en entenderles y me resulta bastante incómodo. Al final les digo que tiren a su ritmo, que ya llegaré.
El camino está salpicado de tiendecillas para comprar agua, galletas, chocolate y cosas así y hay un montón de restaurantillos también. Lo tienen muy bien montado, la verdad. Hay un comité de los diferentes pueblos y aldeas de la Reserva de los Annapurnas y los precios los pactan entre todos. Cualquier carta de menús tiene los mismos precios en cada zona, todo está estipulado para que no haya competencia entre ellos, sólo tú decides dónde paras en función de tus fuerzas. La gente es muy pintoresca por aquí, sus rostros ajados por el tiempo y por las duras condiciones de vida darían para llenar revistas y revistas del National Geographic..

  
Las bucólicas terrazas de arroz se abren huecos entre los bosques que cubren de arriba a abajo las laderas. En algunos claros veo plantas de marihuana que no sabría decir si son naturales del lugar o las ha cultivado alguien, lo que está claro es que se la fuman.
Hay bastante gente en el trekking, esto es como el camino de Santiago versión montañera. Es agradable porque te vas encontrando con la misma gente que va a tu ritmo. Unas veces te paras tú a descansar y te adelantan ellos y otras veces los alcanzas tú. Al final se crea una camaradería y te vas conociendo. Hay dos neoyorkinos bastante curiosos. Llevan dos guías porteadores y me los voy encontrando a cada rato. Uno lleva un buen pedazo de hachís y me ofrece fumarme una pipa con él. Le digo que mejor si nos vemos por la noche en el poblado porque ya lo que me faltaba, tener que subir emporrado con estos calores y estas cuestas.
Paro a comer en Thikedunga, para algunos el final de etapa del primer día. Un maestro de escuela se viene a hablar conmigo y me cuenta muchísimas cosas de esta gente y de sus tradiciones, anécdotas curiosas y pasamos tan buen rato que casi me olvido de que debo seguir caminando.
Empieza la tremenda subida final, hay que salvar 500 metros de desnivel mediante una interminable subida de escalones tallados en la piedra. Hay miles de ellos, unos pequeños y llevaderos y otros muy altos que te hacen polvo las rodillas. El desnivel se salva en muy poca distancia.

  
Es impresionante que toda esta gente viva por aquí. Aquí no hay carreteras, sólo caminos, no hay coches, ni motos ni tan siquiera bicicletas. Todo lo necesario para la vida que no se pueda obtener aquí hay que subirlo mediante mulas o a mano. Me encanta ver las columnas de mulas que en grupos de 10 ó 12 suben por los caminos, las oyes venir a lo lejos, haciendo sonar sus cencerros.
Se avecina lluvia, antes de que me de cuenta se ha formado una tremenda tormenta y el agua hace desaparecer todo el paisaje tras su cortina blanca. Afortunadamente puedo refugiarme bajo un techado y allí espero a que amaine un poco. Una vieja con cara de brujilla que regentaba un lodge ya me había advertido unos minutos antes: "stay here, rain is coming", quizás debería haberle hecho caso, si esto no se pasa no tendré más remedio que descender hasta el hotelillo de la bruja.

   
Mientras pienso esto veo que los lugareños no hacen demasiado caso del agua, los porteadores siguen bajando cargando enormes fardos que llevan a la espalda sujetos mediante una banda de tela a sus frentes. Los únicos que corren hacia abajo son un montón de niños de apenas 5 ó 6 años que han salido de la escuela. Con sus uniformes azules y sus mochilas completamente empapados... dudan de si refugiarse donde yo estoy o continuar, finalmente siguen corriendo montaña abajo. Tras casi una hora, la lluvia afloja y me preparo para salir, coloco la funda de la mochila y me pongo un chubasquero y comienzo a subir de nuevo. En apenas media hora alcanzo la aldea de Ulleri, mi punto final para la jornada de hoy. La aldea parece vacía, recorro sus empinadas y estrechas callejuelas sin saber en qué hostel quedarme. Elijo el que está en lo alto del pueblo.
Los hostel aquí son muy básicos, pero también super baratos. Una habitación aquí me cuesta 1 euro y 20 céntimos frente a los 5 euros que me cuesta mi super habitación en Pokhara. La comida aquí es más cara y no es de extrañar visto lo complicado que es traer todo hasta aquí. Me encanta mi habitación, dos de sus paredes son completamente de cristal y puedo ver todas las montañas y las nubes. Cuando bajo a preguntar por la cena hay dos chicos y un guía en el comedor y les pregunto y resultan ser de Barcelona. En total son 3 chicos, un guía y un porteador muy salado que me recuerda a Kung Fu y que toca la flauta.

 
Es un gustazo volver a hablar en español otra vez, qué casualidad que estamos 4 alojados y somos españoles. Se llaman Víctor, Joan y Hector.  Esa noche hablamos mucho, a la luz de las velas pues no hay electricidad, reimos, bromeamos y hasta el guía nos cuenta historias de miedo como en los campamentos, hablamos del Yeti y de los leopardos de las nieves que se comen el ganado. El guía asegura haber visto al Yeti una vez...¿por qué hay tantas historias sobre avistamientos del Yeti, algunas contadas por prestigiosos montañeros como Reinhold Messner y todavía no hay ninguna prueba concluyente?
Hay una preciosa luna llena, pero el cielo sigue bastante cubierto de nubes y por la noche llueve.


Día 2  Ulleri - Ghorepani

    
Continúo subiendo. Espero ver a estos chicos en el próximo pueblo. Lo pasamos muy bien la noche anterior y nos reimos mucho. Los bosques son espectaculares, árboles inmensos totalmente cubiertos de musgos y de otras plantas que se aprovechan de su altura. Hay agua por todas partes, cada poco tiempo te toca atravesar algún torrente de aguas cristalinas. La gente de los poblados los aprovecha y ponen mangueras para llevar el agua a donde les interesa y así tienen junto a sus casas un punto de agua para lavarse, lavar la ropa y cocinar. Me encanta esta mezcla de naturaleza y usos humanos. Por fin estoy recorriendo la parte baja de los Himalayas.
Hoy toca una caminata un poco más corta de 5 ó 6 horas y salvar un desnivel de 800 metros. El camino se me hace muy llevadero a pesar de los fatigosos escalones de piedra. Me han dicho que hay bastantes sanguijuelas por el camino, aprovechando la humedad del suelo tras la lluvia de la noche anterior salen a los caminos en busca de alimento. No tardo en comprobarlo, siento un pequeño mordisco y veo que tengo una en la pierna, no ha conseguido agarrarse y me la aparto de un manotazo.

   
Llego a Ghorepani. Los hotelillos de madera pintada de azul y con grandes ventanales son muy pintorescos. De sus tejados cuelgan mazorcas de maíz que han puesto a secar. Y como ha sido temporada de setas hace poco, en muchos rincones hay canastas de mimbre donde las han puesto a secar. Algunos de estos hotelillos incluso tiene wifi. Parece mentira, aquí el tiempo se ha detenido, la vida transcurre lentamente, todo se hace a mano, hay electricidad muy pocas horas al día. Nepal tiene un serio problema con su abastecimiento eléctrico, en todas partes, incluso en Katmandú hay apagones de varias horas todos los días. Pero aquí en las montañas el problema es mucho más serio. Aquí lo normal es que sólo haya electricidad durante unas pocas horas.
Hay más hoteles en construcción y los porteadores traen a mano por los caminos grandes y pesadas vigas de madera. Los carpinteros las cortan con sierras de mano que parece sacadas de un museo. Se cocina con leña, la comida está buenísima, pero no hay nada preparado. Hay que pedir con bastante antelación, pues se prepara todo en el momento, sin prisas, a fuego lento..
En caso de alguna emergencia, la cosa es complicada. El día anterior vi que a un señor malherido, que llevaba un profundo corte en la pierna y que pese al vendaje que le habían puesto sangraba bastante, lo llevaban en una silla a la espalda de un porteador o un familiar no sé, pero me pareció impresionante. Llevar a un hombre de unos 70 kilos a la espalda por esas cuestas con miles de escalones..buuuffff... Se agradece muchísimo la falta de vehículos, con sus ruidos y sus humos, pero en casos como el de este señor te das cuenta de dónde estás verdaderamente y lo precario que es todo aquí.
En el hotelillo me encuentro con Agustín y Sabrina, una pareja de argentinos que van a estar viajando durante 5 meses por Asia. Son bastante majetes y también escriben un blog, nos intercambiamos direcciones para seguir en contacto.




Día 3  Ghorepani - Ghandruk

   
Una vez en Ghorepani, una de las atracciones es levantarse a las 4 de la mañana y subir 400 metros de desnivel hasta Poon Hill para ver el amanecer sobre los Annapurnas y el Dhaulaghiri. Como había estado lloviendo por la noche pensé que igual no valía la pena levantarse y subir en ayunas semejante cuesta para no poder ver nada. Me desperté y vi en la oscuridad el reguero de gente con frontales en la cabeza desfilando hacia Poon Hill. No me apetecía nada salir de la cama y meterme en semejante barullo de gente. Así que decidí que seguiría durmiendo e iría más tarde cuando volviera la gente. Y estuvo muy bien porque cuando yo subí bajaban los últimos y tuve una inmensa vista de todo el macizo de los Annapurnas y el gigantesco Dhaulaghiri para mi solito. Luego bajé al pueblo y me compré un trozo de queso de Yak y me fuí a desayunar.

  
En una cabaña al lado vi cómo estaban preparando la carne del día. Degollaron a dos cabras y las gallinas picoteaban los coágulos de sangre que se iban formando. Dos hombres con ayuda de un palo y un soplete quemaban el pelo de la cabra y luego una señora rascaba la piel chamuscada con un cuchillo hasta dejar solamente a la vista el cuero blanco. Todo muy artesanal.
Las nubes volvieron a ocultar las montañas y me puse en camino junto a Agustín y Sabrina. Los bosques húmedos y espesos, como de cuento de hadas, se aparecían fantasmagóricos cuando la niebla se apoderaba de ellos, les daba un aspecto irreal. Daba bastante respeto andar por allí. De vez en cuando veíamos faisanes revoloteando de rama en rama. La gente normalmente termina esta tercera jornada en Tadapani, pero yo decidí que podía llegar hasta el final de etapa del día siguiente: Ghandruk, ya que así estaba un día menos en las montañas y lo ganaba para poder ir a ver otras cosas que me apetece ver en la última semana que me queda de viaje.
Estuve tentado de quedarme en Tadapani porque estaba un poco cansado de subir a Poon Hill y de las 4 horas que llevaba caminando y al final la tremenda cuesta de escaleras para llegar a Tadapani. Además cuando llegué el ambiente era bastante bueno pues me encontré con gente ya conocida de los días de antes y también aparecieron Holm el alemán y Conord y David, los irlandeses con los que empecé a andar el primer día. Pero decidí que era mejor partir y llegar hasta Ghandruk, tenía tiempo para hacerlo y ganaba un día. Me separaban de él unas 3 horas de caminata y 700 metros de dura bajada. O sea que voy a hacer dos jornadas en una.

 
Meng, un chino que ha perdido a sus dos amigos se viene conmigo. El camino es muy bonito según vamos descendiendo y el agua vuelve a correr por todas partes, en forma de torrentes o de cataratas. Esto es alucinante. Justo cuando llegamos a Ghandruk comienza a llover y ya oscurece. Lo hemos conseguido, hemos doblado etapa. Al ducharme me veo un hilo de sangre que no para de fluir, es la mordedura de una sanguijuela, de esta ni me he enterado que la tenía. Ceno con Meng, la comunicación con Meng es un poco difícil, tiene un inglés muy básico y difícil de entender.

Día 4  Ghandruk - Nayapul

     
Las vistas desde Ghandruk son impresionantes. A la luz de la mañana puedo ver el Annapurna South que parece estar ahí mismo, con sus glaciares colgantes y sus paredones congelados. Con inmensos corredores de hielo no aptos para cualquier alpinista. El Machapuchare también se ve ahí mismo y ahora puedo ver por qué le llaman Fish Tail, la cola de pescado. Lo que desde Pokhara era una pirámide perfecta, ahora desde aquí resultan ser dos cimas separadas por una cresta descendente de forma triangular, dándole forma de una cola de pez. Me encanta la vista desde aquí. Si vuelvo alguna vez por aquí me gustaría internarme más en las montañas, estar más días y llegar hasta el campo base de los Annapurnas, se hace en 10 días.

  
Aquí las distancias  no se miden en kilómetros, sino en horas de caminata, en días, en metros de desnivel o en número de escalones que tienes que subir y bajar. El trabajo de los porters me parece impresionante. Cargados con semejantes bultos, tremendos y pesados. Las mujeres suelen llevar unas grandes cestas a la espalda donde cargan desde ropa a hierba para los animales. Las caravanas de mulos vuelven a aparecer con su característico sonido de cencerros y sus brocales adornados con dibujos de colores.
En otros lugares del mundo esto se perderá para siempre, pero aquí perdurará por muchísimo tiempo, quizás para siempre, pues es imposible adentrarse en estas montañas de otra manera. En Ghorepani tienen internet a ratos y luz eléctrica unas cuantas horas al día, lo que da una idea engañosa de dónde estás. Pero para llegar aquí siguen haciendo falta 2 días de duros caminos, 2000 metros de desnivel y miles de escalones de piedra. Eso los salvaguarda del progreso, los aisla y hace que sus vidas sean tan duras como lo fueron las de sus antepasados.

   
Inicio el descenso hacia la civilización. Echaré de menos los días sin coches, sin humos, sin ruidos. Después del bosque empiezan a aparecer laderas enteras escalonadas en bonitas terrazas de arroz, que se adaptan a la forma del relieve, sobresaliendo por aquí, encogiéndose en formas redondeadas por allá. Forman un conjunto muy armonioso y agradable para la vista.
Finalmente llego a Bhiretanti donde a través de una empinada y en algunos tramos destrozada pista de montaña, llegan todoterrenos y algún camión y dejan las mercancías que luego serán repartidas por las caravanas de mulos y los porters a lo largo y ancho de estas montañas, por estas aldeas ancladas en el tiempo.
Al verlo me viene el sabor de aquellos tiempos en los que Nepal era la encrucijada de caminos de las caravanas que intercambiaban mercancías entre las llanuras de la India y las altas mesetas del Tibet. De la India venía el té y las especias, de Tibet llevaban la sal de sus lagos salados. Esas caravanas que tenían que adaptarse a los ciclos de la Naturaleza, esperando a que la nieve se retirase de los pasos en las montañas y esperando en tierras altas a que la malaria se retirase de las selvas del Terai para poder pasar a India.
Pienso en eso mientras veo a los hombres descargar de los camiones y jeeps los sacos de arroz, material de construcción, bombonas de gas, cajas de cerveza y de cocacola, etc...Decenas de mulos esperan para ser cargados de nuevo e internarse por los caminos de los Himalayas.

 
Voy descendiendo rápidamente. Cada vez se nota más la civilización y son tierras más habitadas. Vuelve a haber restaurantillos por el camino, algún colegio y los jeeps que pasan me ofrecen subir pero me apetece caminar y terminar la ruta como la empecé: andando.
Finalmente llego a Nayapul, paso el control de senderistas y me ponen los sellos acreditando que he salido de la Reserva de los Annapurnas. Espero volver alguna vez. Voy a coger el autobús que me llevará de vuelta a Pokhara, pero en la espera un taxista me insiste en irme con él y ante su insistencia inicio un duro regateo y consigo que por 100 rupias (70 céntimos de euro) más de lo que me costaría el autobús y luego el taxi de llevarme de la estación de autobuses al hotel, me lleve directo al hotel y me ahorro una hora y media de camino. Tengo que ir al Holy Lodge, el hotel en donde dejé mis pertenencias ya que al trekking me llevé una mochila pequeña con lo imprescindible para estar 4 días por la montaña.

  
Fue un poco traumático volver a la civilización, con un tráfico más y más intenso según nos acercábamos a Pokhara. Y ahí, al pasar junto a un templo hinduista, de repente salió un perro corriendo a la carretera, el conductor no pudo hacer nada por evitarlo y lo atropellamos. Sentí cómo las ruedas pasaban por encima de su cuerpo. Paramos, el animal estaba malherido y se arrastró como pudo hasta la cuneta donde se quedó tumbado. Nos quedamos un poco hechos polvo y el taxista pasó un buen rato rezando cuando proseguimos camino. Se veía bastante afectado.
Y por fin apareció la ciudad de Pokhara, el paraíso del turista, aquí descansaré un día antes de seguir camino.

 
Pues a pesar de estar un poco cansado, a la mañana siguiente decido alquilar una bicicleta para ir a recorrer los pueblos y aldeas desperdigados a lo largo de la orilla este del lago Fewa. Ultimamente todos los años alquilo una bicicleta en algún momento del viaje y siempre ha sido una experiencia de lo más satisfactoria, ya que llegas a lugares apartados donde los turistas no suelen ir. Y hoy no iba a ser menos.
Al salir de Pokhara estuve un rato con los pescadores viendo los raros peces que sacaban y sintiendo un poco de envidia al no tener una caña de pescar. Luego ya me introduje en un paisaje plenamente rural viendo los quehaceres de la gente.

La gente lavaba la ropa, las cacerolas de cocina ennegrecidas por el humo de leña o a sus niños en las fuentes comunales que hay en los pueblos. Otros trabajan en los omnipresentes campos de arroz, otros pescan en estos arrozales. Es muy curioso cuando uno ve una inmensidad verde de arrozal y ahí enmedio te los encuentras pescando con un palo. Es muy surrealista. Mucha gente, especialmente mujeres, acarrea grandes fardos de hierba, supongo que para alimentar a los búfalos de agua de los cuales hay muchos por aquí, bañándose dentro del lago.
 
Esta noche alguno de ellos o sus primos será mi cena, está muy rico el chuletón de búfalo. Me dan envidia y decido bañarme yo también. El agua está excelente, hacía días que me apetecía darme un baño aquí.

   Luego en una casa en la que paro a charlar un poco me ofrecen un pepino para refrescarme. La verdad es que la gente es muy amigable por aquí. Parece que no han sido quemados todavía por el turismo masivo que hay en Pokhara o en las rutas del Himalaya.


 Me encanta estar aquí, me he asilvestrado completamente y me muevo como pez en el agua. Algunos incluso me dicen que parezco nepalí. Este país realmente me está enamorando.


  
Esta tarde iré a darme un masaje tailandés para que me recompongan un poco el cuerpo y mañana empezaré el regreso poco a poco hacia Katmandú.

Sólo me queda una semana aquí y quiero ver varias cosas todavía o sea que haré alguna parada antes de volver a Katmandú a tomar el vuelo de regreso.






miércoles, 18 de septiembre de 2013

Un viaje a Nepal: 2 Entre elefantes y parapentes

No podía creer lo que estaba viendo. El enorme rinoceronte que unos minutos antes era apenas un punto oscuro sobre la hierba, se había ido acercando tanto que ahora estaba a apenas 4 metros de mí. Lo estaba contemplando a placer, desde la relativa seguridad del talud del río por el que presuntamente el animal no podría subir. 

Y digo presuntamente porque apenas unos minutos después de haber abandonado el lugar, al volverme pude ver que estaba justo en el punto desde el cual lo había estado mirando. Menos mal que el guía fue bastante prudente porque insistió en que nos marcharamos de allí cuando el animal estuvo tan cerca.


No me extraña que nos insistiera en irnos, hacía apenas dos días un rinoceronte había embestido y matado a uno de sus compañeros, un guía forestal del Parque Nacional de Chitwan, donde me encuentro ahora. Y el ejemplar de rinoceronte que teníamos delante era un enorme macho de unas 3 toneladas.
Es el animal que más accidentes produce ya que no es raro encontrarse con él más cerca de lo esperado y que te embista.. y con 3 toneladas de animal  a 40 km. por hora el ataque suele ser mortal.

Este parque nacional fue creado para proteger a sus casi extintos tigres y rinocerontes asiátiacos. En él viven unos 150 tigres que son dificilísimos de ver aunque alguna vez se han producido ataques a turistas y lugareños. También viven aquí unos 550 rinocerontes asiáticos de los apenas 3000 que quedan en todo el mundo. Durante años la caza y los furtivos esquilmaron hasta casi hacer desaparecer a estos animales, muy demandados en el mercado de la medicina tradicional china.

 Luego, con la creación del parque empezaron a recuperarse débilmente pero en los últimos años el ejército nepalí estaba más preocupado de combatir la guerrilla maoísta y los cazadores furtivos campaban a sus anchas en el parque.
Además de estos dos animales protagonistas también hay unos cuantos elefantes salvajes, osos perezosos, leopardos, varias especies de ciervos y una larga lista de aves y otros mamíferos menos amenazados.

Habíamos empezado el día con una excursión en canoa por el río, recorriendo sus orillas en busca de animales. La canoa teníamos que compartirla con parte de un grupo de chinos que se alojaban en el mismo hotel que nosotros. Eran realmente ruidosos e incluso en las otras dos canoas que iban en la expedición, allá atrás, podíamos oír que se habían puesto a cantar todos juntos jajajaja.... era increíble...íbamos a ver  animales y no dejaban de hacer ruido, eran como niños grandes de excursión.

 A pesar de todo,en nuestra embarcación conseguimos ver un par de cocodrilos y unas cuantas especies de aves. Y ese día estaba el cielo muy despejado y podía ver algunas de las altas cimas del Himalaya allá en el horizonte. Ahí estaban el Manaslu, los Annapurna y el Machapuchare. Con sus cimas congeladas resplandeciendo de blanco en la lejanía.


 Luego al desembarcar es cuando vimos al impresionante rinoceronte. Yo me adelanté y fuí agachándome y ocultándome tras la hierba hasta ponerme enfrente de él, en la otra orilla. No quería que el ruido y la ropa de colores de los chinos que venían allí detrás me estropeasen el momento...Intenté sacar unas fotos con el zoom antes de que el animal huyese. Pero..para mi sorpresa el animal no huyó, sino que se metió en el río y lo fue cruzando poco a poco, acercándose hasta ponerse justo debajo de nosotros. Era espectacular, sejemante bicho totalmente acorazado... Nos dijo el guía que era bastante extraño su comportamiento y que mejor huir de ahí ante el alto riesgo de una embestida..


Le pido a uno de los dos guías que se adelante con los tres que realmente estábamos interesados en ver animales y dejemos atrás a los ruidosos chinos. Y él, que se ve realmente contento con su trabajo y tanto nos ha contado sobre el parque y sus habitantes, accede. En el paseo a pie que dimos por el bosque conseguimos ver tres ciervos, un cerdo salvaje y varios tipos de lagarto.


Luego nos fuimos a otra zona a ver el baño de los elefantes, y durante unos minutos pude bañarme y subirme al elefante. Su dura piel ahora estaba blandita y arrugada. Fue muy divertido cuando nos echaba agua como si fuera una ducha, supongo que tiene que ser buena el agua con moco de elefante que nos estaba cayendo...bueno....otros se dejan chupar por perros y gatos..
Intentaba disfrutar del momento porque era el último día en que iba a estar acompañado. Había empezado el viaje con Viqui, una chica que había contactado conmigo el año pasado para el viaje a Birmania y con la que al final había quedado para juntarnos en Nepal. Por teléfono había habido bastante buen rollo y la cosa prometía. Pero a la hora de la verdad teníamos muchísimas diferencias y empezamos a tener pequeñas discusiones  que fueron creando mal rollo y llegó un momento que había tantos reproches mutuos que decidimos que mejor nos separábamos y seguíamos cada uno nuestro camino. Echaré de menos algo de compañía y el poder hablar en español, pero a cambio ganaré mucha tranquilidad y la libertad de moverme a mi antojo sin tener que rendir cuentas a nadie. En el alojamiento del parque encontré a Gokhan, un chico turco muy majete que hablaba español y se juntó con nosotros esos dos días en Chitwan. La verdad es que estuvo muy bien juntarnos así los tres.


En esta zona vive la etnia Tharu, que como dicen ellos son muy oscuros, pequeños de tamaño pero grandes de corazón. Estuvimos muy a gusto con los que tuvimos trato. Han usado tradicionalmente a los elefantes para ayudarles en sus trabajos y ahora los siguen utilizando como medio de ganarse la vida con los turistas.
O sea que nos fuimos de paseo safari con elefantes por el parque nacional a ver si podíamos ver algo de fauna. La verdad es que no vimos nada más que dos ciervos, y no me extraña no ver nada, porque en las zonas de sabana, la hierba llega a medir unos 5 ó 6 metros de altura, ocultando a cualquier animal más pequeño de esa altura, incluyendo a tigres y rinocerontes. En algunos momentos hasta el resto de elefantes del grupo desaparecía engullido por la alta hierba. En las zonas de bosque era tal la espesura que tampoco veía a los elefantes que teníamos 8 ó 10 metros por delante y la principal atracción era disfrutar de la sensación de ir montando sobre un animal tan grande, con sus movimientos perezosos, parándose a su antojo cuando encontraba determinado tipo de hierbas, que arrancaba e iba comiendo hasta encontrar más de la misma especie. Parece ser que o bien le gustaba mucho su sabor o bien le producía algún tipo de placer y se había vuelto adicto a ella.
El bosque se ve de otra manera desde el lomo de un elefante aunque hay que tener cuidado porque el animal al abrirse paso te mete contra las copas de los árboles y hay que ir apartando ramas con frecuencia. Me encantaba cuando emitía una especie de infrasonidos que te hacían temblar el cuerpo. Supongo que era para comunicarse con los otros elefantes en su voz tan grave, tan grave, que más que oírla la sientes vibrar dentro de tí.
Pero tuve un problema con la cámara de fotos. En el paseo a pie de la mañana, antes del baño con los elefantes la cámara había dejado de funcionar repentinamente, no hubo manera de volver a ponerla en marcha. Esperaba  poder arreglarla en Pokhara y mientras tanto tomar alguna foto con el pequeño teléfono móvil que me he traido a este viaje, la primera vez que traigo un móvil debido a la proliferación de hoteles y bares con wifi.

Y llegó el día de la despedida. Gokhan y Viqui se van a Katmandú, Gokhan para tomar su vuelo de vuelta a su ciudad, Estambul. Viqui para continuar el viaje como habíamos planeado, vuelta a Katmandú para ver el festival del Indra Jantra, que es cuando sacan a la calle a la Kumari, la niña diosa. Yo decido no volver atrás el camino y seguir hacia adelante, hacia Pokhara, a los pies del macizo de los Annapurna.
El camino es espectacular. Entre las altas y verdes montañas se abre paso un gran río de color lechoso que es alimentado por incontables afluentes cristalinos que bajan abruptamente por los profundos barrancos.

 De vez en cuando veo a los lugareños acarreando enormes bultos mientras cruzan por largos puentes colgantes. El paisaje es realmente impresionante. Escarpadas laderas cubiertas de impenetrables junglas, en las zonas menos escarpadas los campos de arroz están en todo su esplendor, de un verde brillante adaptándose al relieve mediante preciosas terrazas. Me encanta. Estoy descubriendo el Nepal que me había imaginado. Cuando el autobús se detiene momentáneamente para dejar paso a otro vehículo puedo ver que en el arroyo que discurre junto a la carretera, con apenas un palmo de agua, hay cangrejos de río con extrañas pinzas negras. Qué no habrá ahí al lado, en esas espesas junglas, cuántas especies raras de animales y plantas aún sin descubrir ni catalogar...
Luego, a mitad de camino nos encontramos el tráfico parado. Hay una larga fila de camiones y autobuses parados. La carretera está cortada. Pero no es por un desprendimiento ni corrimientos de tierra, es que hay huelga. Es la segunda huelga que veo en apenas una semana. La situación parece bastante inestable. Parece ser que el motivo es una nueva ley de partidos que quiere promover el partido en el gobierno y que dejaría fuera del gobierno a muchos partidos minoritarios, algo así como lo que pasa en España , que con el método actual de reparto de los votos nos condena prácticamente al bipartidismo. Además parece ser que también influye en la huelga el importante aumento de los precios de los carburantes..
El caso es que aquí la huelga es una cosa seria, no es cosa de risa como en España. Aquí está todo cerrado, comercios, carreteras, aeropuertos..pero cerrado, cerrado. Por las carreteras pasan columnas de motoristas o de camiones llenos de gente portando banderas rojas o banderas comunistas.Y en todos los cruces de camino hay piquetes y controles. Sólo dejan pasar a los autobuses de turistas y afortunadamente yo voy en uno de ellos.
Y no deja de ser un lujo y un placer porque de repente la carretera está vacia. Sólo vamos nosotros y el viaje se hace mucho más corto y mucho menos arriesgado, ya que en estas tortuosas carreteras de montaña la circulación es lenta y difícil. Pasamos incontables controles, uno en cada pueblo y aunque algún miembro de los piquetes parece ser que no quiere ni que pasemos nosotros, sus compañeros les convencen de que nos dejen seguir.

Finalmente consigo llegar a Pokhara, una tranquila ciudad asentada en un hermoso valle a la orilla del lago Phewa y con las cumbres de los Annapurnas y el Machapuchare al fondo. El sitio prometía pero las nubes ocultaban los Himalayas. Hacía sol, incluso demasiado sol, pero las cumbres eran invisibles tras la nubes que se habían quedado atrapadas en sus laderas.
Aparte de la belleza natural del emplazamiento de la ciudad, para el turista esto es un paraíso pues el lugar está repleto de bares, restaurantes de todo tipo, actuaciones musicales mientras tomas una copa, gabinetes de masaje y de belleza, centros de yoga, tiendas de ropa y artículos de montaña y muchísimas actividades que hacer, desde remar por el lago, montar a caballo o tirarte en parapente y volar con los Himalayas de fondo. Una especie de Salou en Nepal.


En Pokhara no puedo arreglar la cámara, apenas hay tres tiendecitas de fotografía y son vendedores, no técnicos, o sea que poco pueden hacer nada que no haya hecho yo. Al día siguiente, el dueño del hotel me lleva con su moto a la otra ciudad, la que no es para los turistas y allí vamos a una tienda de reparación de cámaras. La tengo que dejar allí para que la abran y miren a ver lo que le pasa.  Aprovecho para irme a recorrer varias atracciones cercanas, como la cascada de Devi, bastante espectacular la garganta que forma antes de desaparecer bajo tierra. Dicen que se llama así en honor a un suizo llamado David, el cual estaba con su esposa bañándose en una de las pozas antes de la cascada, allá por 1961,  y la señora fue arrastrada por el agua y murió. Luego puedes entrar en una cueva donde hay un templo hinduista y si sigues la galería llegas a la brecha en la que desaparece el río para introducirse en la cueva. Había un ambiente muy poderoso allí dentro, con el estruendo de la cascada retumbando en la cueva y la fisura de la garganta por donde entraba un hilo de luz.


Luego me fui a subir hasta la pagoda de la Paz Mundial, un hermoso mirador sobre el valle y el lago de Pokhara, y que por las fotos que he visto hechas desde allí es perfecto para contemplar una tremenda panorámica de esta parte de los Himalayas, pero no hay suerte, están ocultos tras las nubes y tan solo en algún momento se abre un pequeño claro y puedo contemplar alguna fracción de montaña helada, tiene que ser espectacular cuando esté despejado. 

La subida ha sido bastante dura, más por el calor que por el desnivel, y una vez arriba me dedico a contemplar los numerosos parapentes que sobrevuelan las montañas de la otra orilla del lago. Hay muchos, entre 20 ó 30 y algunos hacen impresionantes maniobras como picados con interminables tirabuzones, buuufff....que sensación tiene que ser, que dominio de las velas y las corrientes de aire. Me habían dicho que este era uno de los mejores lugares del mundo para volar en parapente y veo que aquí hay gente que vuela muy pero que muy bien. Quizás me anime a probarlo, aunque me da un poco de miedo.


La bajada de la pagoda la hago por la otra cara de la montaña, mucho más fresca y con un espeso bosque de shoreas, en los que vuelan unas mariposas alucinantes, muy grandes y de vivos colores. La bajada es tremenda y con escalones tallados en la roca. Al final llego al lago donde tomo una barca para cruzar a la otra orilla y llegar a la ciudad. El paseo ha sido muy agradable, me siento muy bien y muy relajado la verdad, me dan ganas de tirarme de la barca y pegarme un baño en el lago, pero creo que lo dejaré para otro momento..


Por la tarde el técnico me dice que no ha podido arreglar la cámara. Ha entrado en su interior una especie de aceite, no entiendo cómo, entendería que hubiera entrado sudor pero no aceite. Ha tratado de limpiarlo pero necesita una limpieza más profunda y me dice que me costaría unos 70 $ y que no me da garantías de que funcione. Me recomienda que no lo haga y que si quiero que pruebe en España. Vamos, que estoy sin cámara de fotos.
Busco para comprar alguna pero los modelos que veo no tienen demasiado zoom y son bastante caras, es una difícil elección, gastarme 100 euros en una cámara bastante corriente para poder hacer algunas fotos durante el viaje o no gastarlos y comprar una cámara en condiciones a la vuelta. Me quedo sin hacer fotos buenas durante el viaje, porque el móvil es socorrido para echar alguna foto, pero no tiene zoom ni nada, y la lente es gran angular, con lo cual todo parece mucho más lejos y más pequeño de lo que en realidad estoy viendo. Harto de recorrer la ciudad y no encontrar lo que busco, decido que no compro cámara, que este viaje será sin fotos, solo alguna de móvil. Lo guardaré todo en mi mente. Si mañana las montañas están despejadas me iré a volar en parapente, sí ¿por que no?

Me levanto, miro por la ventana, ahí están las montanas, todas ellas en todo su esplendor...hace un dia estupendo para ir a volar.. Me doy prisa en organizarlo todo y en apenas media hora me vienen a buscar al hotel y me llevan en furgoneta con otros turistas al voladero. Subimos hasta el pueblo de Sarangkot, 500 metros por encima de Pokhara. El camino es impresionante, las cumbres de los Annapurnas parecen estar ahí mismo, con sus glaciares y sus paredes verticales cubiertas por una espesísima capa de hielo. La silueta del Machapuchare es impresionante, una piramide perfecta, inexpugnable, 7000 metros de montaña sagrada.
El Machapuchare es la unica montaña de Nepal que no ha sido escalada, es sagrada para los nepalies y no se permite a nadie ir a ella. No me extraña, la visión de semejante pirámide de hielo con el viento arrancado partículas de nieve en la cumbre no te deja indiferente, es una visión grandiosa. Hago una foto con el móvil, pero...las cumbres salen pequeñísimas, allá a lo lejos, como si estuvieran a 100 kilómetros, una pena, pero es lo que hay.


Hemos subido en la furgoneta 6 turistas y 6 pilotos, con los que volaremos. Son jóvenes pero dicen que muy buenos. Llevan ropas de montañero de diseño, con unos atuendos muy similares a los que llevan los guias de montaña en España, me recuerdan mucho a mi amigo Javi.
Luego mientras otros parapentes van despegando, mi piloto me va preparando, colocando el arnés y dándome las instrucciones de lo que tengo que hacer..estoy tranquilo, siempre habia pensado que en este momento estaría cagado de miedo, pero no, hombre, un poquillo de nervios si que hay, es la primera vez que voy a volar así, pero la verdad es que más tranquilo de lo que esperaba. No puedo decir lo mismo de un alemán que va a volar al mismo tiempo que yo, el tio está super nervioso.
Llega nuestro turno...corremos y antes de que me de cuenta estoy en el aire...el suelo se aleja muy rapidamente, los árboles quedan allí abajo y la sensación es... maravilloooosaaaa..... buuufff.... que bonito, estoy volando como un pájaro, sintiendo el viento en la cara, los tirones de las corrientes de aire y tan solo el sonido del viento acariciando la vela. Si te paras a pensarlo es alucinante, en realidad vamos colgados de un trozo de tela con hilos, mejor no lo pienso... planeamos, giramos y vamos ascendiendo según nos metemos en la térmica, es flipante, es volar como lo hacen los buitres, sin mover una sola pluma. Y además puedo ir viendo cómo vuelan los demás porque estamos como unos 20 parapentes volando la misma corriente. Cuando te acercas a las montañas o a los árboles es cuando realmente te das cuenta de la gran velocidad a la que estás volando, pero en la térmica todo es muy suave, muy apacible. Disfruto mucho de esta experiencia, la verdad. Siempre había querido hacerlo pero no la había hecho y ya pensaba que nunca lo haría, pero allí estaba, volando como un pájaro.
Comenzamos el descenso, las terrazas de arroz son superfotogénicas desde aquí arriba, más cuando encuentras que en algunas hay mujeres con saris de vivos colores trabajando. Luego sobrevolamos el lago y me encantan las estructuras que hay en él, son los criaderos de peces, piscifactorias artesanales hechas con estructuras de madera cuadrangulares y con una red donde el pescado no puede escapar y va engordándose. Son tan fotogénicas desde aquí, parecen tan pequeñas allí abajo rodeadas de islas flotantes de jacintos de agua..
Y finalmente el suelo se va acercando, más y mas y hacemos un aterrizaje perfecto, impecable. Ha sido una experiencia maravillosa, me pregunto por qué no la había hecho antes. Ahora me ha picado el gusanillo, quiero volver a volar.
Con el vuelo parece que me ha entrado la claridad mental. Ya he decidido qué trekking voy a ir a hacer. Me iré al trekking de Ghorepani y después de preguntar en dos agencias y alucinar con los precios desorbitados que me han dado, me he enterado de que es un trekking que puedo hacer yo solo por mi cuenta, fácil de seguir y con buen alojamiento por el camino o sea que me voy a ir por mi cuenta, a mi aire. Me he tenido que ir a sacar el permiso para entrar en la reserva de los Annapurnas y otro permiso para poder ir yo sin ningún guia. Calculo que estaré unos 5 o quizas 6 dias de trekking. O sea que... hasta la próxima... Los Himalayas me esperan

viernes, 13 de septiembre de 2013

Un viaje a Nepal: 1 La caótica Katmandú



  Dos niños se bañaban en el río. Reían y bromeaban entre ellos. Sus espaldas mojadas brillaban reflejando el sol del mediodía. No tendría nada de extraño si no fuera por lo que realmente me fijé que estaban haciendo. Hundían sus manos en el lodo y rebuscaban algo, después de un rato veo que consiguen sacar unas cuantas monedas y otro chico más afortunado consigue sacar un collar y un relicario. El fondo del rio está lleno de estos pequeños tesoros.

    
Estoy en Pashupatinah, el principal templo hinduista de Nepal, a orillas del río Bagmati y lugar donde los nepalíes más pudientes incineran a sus familiares fallecidos. Al igual que cuando estuve en Benarés, en la India, el lugar me sobrecoge profundamente. Los occidentales no estamos acostumbrados a tratar con la muerte tan cara a cara como lo hacen los hinduistas. Por supuesto que los rostros son de pena y aunque no veo lágrimas siento el dolor del que ha perdido a un ser querido. Pero ellos lo toman con  resignación, creen en la reencarnación, en el karma y en el nirvana y eso parece ayudarles a aceptar un poco mejor la pérdida que tienen que soportar.


    
En la orilla del río se levantan  las plataformas sobre las que arden varias piras funerarias. Los pies sin quemar de un señor sobresalen de una de las piras, la paja que cubre el resto del cuerpo ha tomado la forma del cuerpo y la cabeza del difunto. La familia espera a la sombra las tres horas que tardará el cuerpo en quedar reducido a cenizas y luego serán lanzadas al río donde los niños y algunos no tan niños rebuscarán para encontrar anillos, dientes de oro, collares y monedas que la gente arroja al río como plegaria. Es como un ecosistema humano. Donde unos se despiden para siempre de un ser querido otros encuentran una oportunidad para sobrevivir el día a día. Son muchos los que se ganan aquí la vida, desde el que trae la leña para las incineraciones hasta los vendedores de figuritas de dioses hindúes en los puestos que flanquean el camino hasta aquí. Luego están los sadhus o santones, que ahora viven de las propinas que se sacan posando para las fotos tanto de los turistas como de los nacionales que quieren posar con ellos. Con sus túnicas anaranjadas, sus cuerpos pintados de blanco grisáceo o ceniciento, sus rastas y sus frentes adornadas con los polvos de tika y los símbolos de Shiva o de Visnu.

 
El ambiente es impresionante.  Podría parecernos algo dantesco pero aquí es algo tan normal que en cuanto uno lleva aquí diez minutos lo acepta tal cual es, sin hacer más preguntas, aunque contagiado por la pena y el ambiente del lugar no puedo dejar de acordarme del día en que me tocó a mi enterrar a mis padres y empiezo a sentir bastante dolor, las cicatrices se ablandan y un torrente de emociones se empieza a apoderar de mi. Siento una sincera compasión por ese joven que está incinerando a su madre, y por ese señor que ha tenido que encender la hoguera con la que se despedirá para siempre de su hermano. Sé lo que están sintiendo.  Ellos parecen darse cuenta de que no lo estoy pasando nada bien y me consuelan con su frase "así es la vida"

 

No te quedas indiferente en este lugar, no puedes por menos que preguntarte para qué estamos aquí, tantos millones de personas en este planeta, tantas vivencias, tantas formas de entender la vida y la muerte y al final todos nos vamos, pero ninguno sabemos cuándo ni a dónde, ni cuál ha sido el motivo de nuestra existencia.

Un extraño lugar dentro de la extraña Katmandú.






   Porque realmente es una ciudad extraña. Sus estrechas calles y plazuelas bulliciosas de vida, un sinfín de gente recorriéndolas, el caótico y peligroso tráfico. Sus calles sin pavimentar, llenas de agujeros que tienen que ser sorteados por un ejército de motos y de coches, de ricksaws y bicicletas, que se te echan encima, pues aparte de la estrechez además las calles no tienen aceras por lo que todos, vehículos y peatones tenemos que compartir el mismo espacio. Un auténtico caos. El barrio antiguo, el Thamel, donde nos alojamos prácticamente la mayoría de turistas está abarrotado de tiendas creando un paisaje confuso, de difícil orientación pues prácticamente todas las calles son iguales. Cientos de tiendas de artículos de montaña se dispersan por estas calles. Inundándolo todo con las buenas y falsas imitaciones de cazadoras, mochilas, ropa de trekking, botas y demás artículos de marcas North Face o Mammut. No olvidemos que estamos en el país de los Himalayas, aquí viene muchísima gente a hacer montaña o senderismo y hay todo un mercado dedicado a ellos. Además de innumerables tiendas de artesanías, ropa de lana y demás parafernalias pseudo hippies.

 
La principal atracción turística es Durbar Square, que son tres plazas repletas hasta más no poder de templos y palacetes medievales, vestigios del antiguo reino de Katmandú. Las estrechas calles te conducen por este paisaje del pasado y los aleros de los templos ahora son cobijo de vendedores de frutas, de yogur y de pastelillos. Esto sería inconcebible en otros países, pues estos templos están declarados Patrimonio de la Humanidad. Pero eso no es problema para ellos, montan sus tenderetes en estos monumentos y después los desmontan al caer la noche. El colorido de los saris colgando de balcones de madera tallados con intrincados dibujos geométricos y figuras del kamasutra no deja de ser algo de lo más curioso. Lo peor es la legión de insistentes vendedores de collares, bolsitos y flautas que no dejan de acosarte durante el recorrido, pero con un poco de firmeza te los quitas de encima.

 
Una de las curiosidades que tienen aquí es la figura de la Kumari, que no es más que una niña a la que ellos han elevado a la categoría de diosa viviente, la encarnación de la diosa Durga. Se elige cuando tiene 4 años entre todas las candidatas que se presentan y si cumple con 32 requisitos físicos que van desde el tono de voz, la forma de los dientes  y el color de los ojos, pasa la primera selección.
Luego las candidatas pasan a una habitación llena de cabezas de búfalo y donde unos hombres con máscaras monstruosas danzan a su alrededor. Una auténtica diosa no debería tener miedo de esto y de las que pasan la prueba sólo una será capaz de reconocer y escoger la ropa de su antecesora, en un ritual parecido al que se utiliza para elegir al dalai lama de los budistas.

  
Una vez elegida se traslada junto con su familia a la Kumari Bahal, una especie de palacete del que no saldrá nada más que unas pocas veces al año, y al final de su reinado, cuando con la pubertad tenga su primera menstruación y vuelva a ser una siemple mortal. Entonces tendrán que elegir a una nueva Kumari,  le darán una buena dote y volverá a tener una vida normal, aunque quizás no sea así puesto que dicen que nadie quiere casarse con ella pues trae mala suerte. Yo pude verla un par de minutos que se asomó a un balcón interior y sólo pude ver a una sencilla y triste niña encerrada en un palacio.


   
Al día siguiente fuimos a ver las dos grandes estupas budistas de esta ciudad, las que en las agujas que rematan sus cúpulas tienen dibujado los famosos ojos de buda, esos que todo lo ven y todo lo saben.
La verdad es que son impresionantes, sus grandes cúpulas blancas están rodeadas de molinillos de oración que los fieles hacen girar mientras rodean la estupa en el sentido de las agujas del reloj. Las banderas de colorines que parten desde la aguja hasta la base están escritas con oraciones y mantras budistas que son esparcidos por el viento hacia los cuatro puntos cardinales. Inmensos molinillos de oraciones son girados por monjes y por los devotos que quieren agarrarse a la rueda que los mueve, mientras un mecanismo hace sonar una campanilla a cada vuelta creando un ambiente un poco hipnótico.

  
Miro los ojos del buda allá en lo alto de la estupa, el viento mueve los velos que lo rodean como si fuera su pelo, las banderas de oración ondean al viento sobre el cielo azul  y de repente veo que el conjunto parece tomar vida, los enormes ojos se clavan en los míos y parece como si me estuvieran leyendo, el movimiento de banderas y telas crea una extraña sensación, como si fuera una enorme criatura que moviera lentamente sus tentáculos como un pulpo. El efecto es poderoso y me imagino a los fieles de tiempos inmemoriales, los de antes de que se inventara la tele, viendo a su dios en semejante tamaño y con este movimiento. Una prueba irrufrutable de la divinidad del lugar.

   
Por lo demás el sitio es de lo más curioso, pues esta estupa, la de Bodhnath, es el hogar de cientos de refugiados tibetanos que huyeron de su país cuando fue invadido por China.  Y hasta aquí han traido sus costumbres, su ropaje y su comida. Los puestecillos venden desde todos los artilugios del budismo tibetano hasta la mantequilla de yak o el tsampa, una especie de harina de cebada tostada con la que hacen una insípida pasta.  Estoy dentro de un pequeño Tibet en la extraña ciudad de Katmandú, donde tantos músicos y hippies encontraron la inspiración.