El bullicio es impresionante en esta enorme ciudad |
El tren se mueve perezosamente cuando comienza a entrar en la ciudad, como si le costara trabajo continuar. A los lados de las vías, durante los últimos kilómetros, se arremolinan las chabolas, con su ropa tendida junto a la vía, y polvorientos y oscuros restaurantes. Sin ninguna duda estamos en la zona metropolitana de Bangkok, volvemos a la ciudad de los microcosmos. Poco más tarde puedo confirmar mis suposiciones al ver emerger entre el laberinto de chabolas y cables eléctricos, los relucientes rascacielos con sus fachadas de cristal devolviendo el saludo al sol naciente. Han sido 15 horas de viaje, pero apenas me he enterado, lo pasé leyendo y durmiendo.
El tren se detiene varias veces, resulta que no siempre tiene preferencia de paso, unas veces sí, pero otras debemos esperar a que pasen las legiones de motos y coches, esto si que no lo había visto nunca. Poco a poco y tras varias paradas llegamos a la estación central. Qué raro estar aquí otra vez. Parece que fue ayer cuando estábamos en este hall, justo antes de irnos a Ayutthaya. El tiempo es algo totalmente elástico y relativo. Si me paro a pensar en la última vez que estuve aquí parece que haya pasado una eternidad, los días en Ayutthaya parecen de otra época, Kanchanaburi y su río Kwai es algo lejanísimo en el tiempo, y sin embargo ahora mismo, parece que nunca me hubiera ido de Bangkok, como si tuviera todo el viaje por delante otra vez. Es un poco como volver a casa, a algo que ya conoces.
La actividad vuelve a ser frenética. Esta ciudad es un inmenso mercado, todas sus calles están pobladas de tenderetes, puestos, tiendas y almacenes. En una zona son herreros, en otra soóo venden flores, en otra frutas, en otras los productos farmacéuticos, pero a lo largo de todo el recorrido sólo vemos tiendas. Y un atasco continuo. Hoy ya nos sentimos en casa, ha sido salir de la estación y coger el autobús urbano, como quien lo hace rutinariamente. Y nos vamos al barrio, a Banglamphu.
La actividad vuelve a ser frenética. Esta ciudad es un inmenso mercado, todas sus calles están pobladas de tenderetes, puestos, tiendas y almacenes. En una zona son herreros, en otra soóo venden flores, en otra frutas, en otras los productos farmacéuticos, pero a lo largo de todo el recorrido sólo vemos tiendas. Y un atasco continuo. Hoy ya nos sentimos en casa, ha sido salir de la estación y coger el autobús urbano, como quien lo hace rutinariamente. Y nos vamos al barrio, a Banglamphu.
Delicias en puestos callejeros |
Al ver el río Chao Praya, me viene a la cabeza el día que llegué aquí, la noche del Loi Kratong, la de la ofrenda floral al río y la cabalgata de barcos bellamente iluminados ¿Realmente solo ha pasado un mes desde entonces? No puede ser.
La verdad es que Tailandia es un país de contrastes. Contrastes de gentes, con su diversidad de razas, malayos casi negros en el sur, muchísimos chinos, medio tibetanos en el norte. Contrastes de religiones, budistas en el norte, musulmanes en el sur, pequeñas islas de cristianismo y confucionismo. Contraste económico, sus fastuosos rascacielos rodeados de chabolas, los potentes todoterrenos de alta gama y las familias de 4 o 5 miembros montados en la misma moto. Contraste de moralidades, los monjes budistas con sus ropajes anaranjados paseando junto a los nidos de prostitución más depravados. Las aldeas de musulmanes, en las que pasean y trabajan tranquilamente y con todo el respeto centenares de travestis y transexuales. Si, en Bangkok hay miles y miles de travestis, pero en cualquier pequeña aldea, en los restaurantes regidos por musulmanes, es bastante probable que los camareros que te atiendan sean travestis. Y nadie se escandaliza, es otra opción más y es totalmente respetada. Es una de las cosas que más me ha gustado de esta gente, su respeto hacia los otros, su tolerancia hacia el que no es como ellos. En España tenemos mucho que aprender todavía.
Luego fuimos a Silom, la zona comercial de la ciudad, flanqueada de rascacielos. Hoy estaba mucho más animada que aquel lejano domingo que estuvimos por primera vez. Claro, hoy es día laborable y se nota. Los restaurantes callejeros acogen a una multitud de oficinistas y ejecutivos, mayoritariamente mujeres, que aprovechan el escaso tiempo libre para salir apenas a comer un bocado y volver a sus trabajos. El contraste, el bullicio de esta ciudad me hacen pensar en Ko Lipe, donde la gente vivía sin prisas ningunas, viendo pasar el tiempo dormitando en las puertas de sus negocios familiares, donde los niños se bañaban en los arroyos.
Vistas de Bangkok desde las oficinas de Air |
Varano a los pies de los rascacielos |
El motivo de nuestra visita a Silom es que quiero ir a las oficinas de Air France, para aclarar en persona el tema de los vuelos de vuelta. Llegamos al acristalado edificio, en un santiamén el ascensor nos deja en la planta 20... y oh.... sorpresa..¡¡¡es una oficina virtual!!!! No hay nadie para atendernos, tan solo 3 ordenadores, 3 teléfonos y una cámara de video vigilándonos. Dios, que cosa más fría, es como de ciencia ficción. En fin, por lo menos por el teléfono oímos una voz humana, no una grabación. Parece ser que todo está normal, saldremos según lo previsto. Bufff, qué alivio. Nos podíamos haber ahorrado el viaje sabiendo que no íbamos a encontrar a nadie en esta extraña oficina. Pero valió la pena, las vistas sobre la ciudad son extraordinarias.
Y luego no hemos hecho mas que salir del edificio y a apenas 200 metros en un canal que recorre la ciudad, vemos un varano, enorme, de un metro y medio o más. Es como una especie de lagarto, este del tamaño de un caimán. Salimos de una oficina de ciencia ficción y a los 2 minutos nos sentimos transportados a la jungla. Esto sólo puede pasar en Bangkok
Luego volvemos a Chinatown, donde los olores de comidas y la multitud invaden literalmente todo el espacio disponible. Las grandes avenidas están plagadas de enormes carteles luminosos que se apoderan de el espacio vacío entre los edificios de las dos partes de la calle. Todos compiten por su espacio, como las hojas de los árboles cuando buscan la luz solar. En los estrechos callejones cuesta trabajo moverse entre la gente y la multitud de mercancías que se agolpan a los lados. Los carros llenos de grandes cajas de cartón son los únicos vehículos que pueden circular entre tal gentío. Es una auténtica locura. Volvemos al barrio por nuestro camino favorito, el río.
Bangkok me sigue pareciendo una ciudad alucinante, a pesar de tanto alboroto y frenesí. Es realmente interesante y parece que todo vaya a ser posible aquí.
Bangkok me sigue pareciendo una ciudad alucinante, a pesar de tanto alboroto y frenesí. Es realmente interesante y parece que todo vaya a ser posible aquí.